Masiva manifestación en Tarragona contra la construcción de una planta química y la destrucción de terreno agrícola

Confusión en la «resistencia»: cuando el ecologismo ocupa el lugar de la Tradición

«El Corpus de sangre» en Barcelona

El pasado sábado 3 de mayo de 2025, unas 3.000 personas se congregaron en Mont-roig del Camp (Arzobispado de Tarragona) para protestar contra la construcción de una planta química de Lotte Energy Materials. La manifestación, organizada por Revoltes de la Terra junto con Salvem Montroig, Unió de Pagesos y Revolta Pagesa, incluyó una marcha lenta de tractores y una plantación simbólica en los terrenos donde se prevé instalar la fábrica. Los organizadores destacaron la importancia de defender el valor del suelo agrícola y la necesidad de alianzas entre campesinos y movimientos sociales.

Revoltes de la Terra es un movimiento ideológico izquierdista presentado formalmente el pasado 25 de enero de 2025 en el centro «okupado y autogestionado» La Llavor, en el Prat de Llobregat (Barcelona). Sigue el ejemplo del grupo francés Les Soulèvements de la Terre (Sublevaciones de la Tierra), de raíz izquierdista y que usa como medios no sólo las manifestaciones sino la desobediencia civil y el sabotaje. Por tales motivos, el gobierno de francés pretendió disolverlo en junio de 2023 por decreto del Consejo de Ministros, pero tal acto fue anulado por el Consejo de Estado francés en noviembre de 2023.

Este movimiento no se define «ni como colectivo, ni organización, ni coordinadora, ni plataforma; sino como dinámica de lucha».

Su objetivo declarado es hacer frente al saqueo del territorio y del medio ambiente.

Pero bajo esta intención compartible, se esconde un cuerpo doctrinal y político completamente ajeno —cuando no directamente hostil— a los principios del orden natural, tradicional y católico.

 La causa justa: defensa de la tierra y el campesinado

Debemos comenzar reconociendo lo evidente: la lucha contra la destrucción del campo, la mercantilización del suelo agrícola y la imposición de proyectos industriales por parte del Estado y las multinacionales es justa.

La revolución liberal del s. XIX provocó efectos desastrosos en todos los órdenes, incluido en el medio ambiente: eliminó la propiedad comunal (para sustituirla por el la propiedad individualista liberal) y rompió el concepto clásico de propiedad (entendido como el modo en el que se articula el uso de los bienes para cubrir necesidades, esto es, como derecho natural secundario) para sustituirlo por el concepto liberal de propiedad (derecho de gozar y disponer de una cosa o de un animal, sin más limitaciones que las establecidas en las leyes, esto es, derecho natural primario).

Desde entonces, se produjo un abandono del campo por parte del hombre, a fin de nutrir las aglomeraciones urbanas, y por tanto la ruptura del equilibrio que la actividad humana provocaba en el medio. Los pocos habitantes que quedaron en el mundo rural vieron cómo sus tierras ancestrales eran (y son) arrasadas por intereses ajenos, extranjeros y modernos: «transición energética», «desarrollo sostenible» o «progreso».

Las quejas son legítimas. Los parques eólicos que se imponen sin consulta; las megainstalaciones solares que convierten tierras de cultivo en desiertos de silicio; las fábricas químicas que contaminan el aire y el agua; las líneas de alta tensión que atraviesan montes y valles sin pedir permiso ni rendir cuentas… Todo esto constituye una ruptura del equilibrio histórico entre el hombre, la tierra y Dios. Un equilibrio que es fundamento del orden natural, esto es, de la civilización cristiana.

No son los molinos ni los paneles en sí los enemigos, sino el modelo tecnocrático, impersonal y avasallador que los impone desde arriba y desde el extranjero, sin tener en cuenta ni la naturaleza de las cosas ni el bien común. En este sentido, el liberalismo —hijo del racionalismo ilustrado y padre del capitalismo moderno— es el verdadero causante de esta dislocación. Ha reducido la tierra a mera mercancía, el poder a pura gestión y al hombre a consumidor sin raíces.

El error: una reacción contaminada por la ideología y el materialismo

Sin embargo, el problema de Revoltes de la Terra no está en su diagnóstico, sino en su tratamiento. Es un intento de frenar los efectos del liberalismo con más ideología moderna: la ecologista, la igualitaria, la marxista.

Y, con ello, esta reacción no resuelve el problema, sino que —al contrario— lo profundiza. Por tanto, la reacción produce el efecto contrario al deseado.

Así, se sustituye la verdadera relación del hombre con la naturaleza —que es de custodia, gratitud y jerarquía— por una visión panteísta o nihilista del entorno. Se reemplaza el orden social natural y cristiano (basado en la familia, el municipio y la tradición) por un ideal de comunidades «horizontales», «inclusivas» y «autogestionadas», que niegan la autoridad, la ley natural y la verdadera identidad de los pueblos.

Así, se deslegitima la causa justa al colocarla al servicio de una agenda ideológica que es, en última instancia, contraria al Bien Común.

La verdadera alternativa: restaurar el orden natural y cristiano

El carlismo —que no es una ideología política, sino una doctrina y una forma viva de entender el mundo— ofrece otra vía. Frente al saqueo del campo por parte del liberalismo capitalista y frente a la impostura igualitaria de la izquierda ecológica, se alza la defensa de los fueros; de los oficios tradicionales y de los gremios; de la propiedad comunal, gremial y familiar; del municipio libre; de la región y del regionalismo; y del equilibrio entre el hombre y la creación.

Los campesinos no necesitan ser adoctrinados por asambleas revolucionarias ni utilizados como escudos por ideólogos urbanos. Necesitan que se reconozca su papel como custodios de la tierra, como transmisores de una cultura milenaria y como base de la verdadera soberanía. Necesitan instituciones naturales —familia, parroquia, municipio— que les devuelvan autonomía sin aislarlos. Y necesitan una economía al servicio del bien común, no del mercado ni del Estado.

Este modelo no es utópico: ha existido. Se llamó Cristiandad. Y fue destruido precisamente por las mismas fuerzas que ahora se enfrentan en esta confusión: por un lado, el liberalismo destructor y, frente a él, la revolución igualitaria. Dos caras de la misma moneda. Ambas nacidas del mismo error: el rechazo del orden querido por Dios.

Conclusión: una causa secuestrada

En definitiva, la reciente movilización del 3 de mayo en Mont-roig del Camp —como tantas otras que la han precedido en Cataluña y el resto de España— revela una causa justa secuestrada por ideologías erradas. Nos corresponde a los que defendemos la Tradición ofrecer una alternativa clara, sin complejos ni sincretismos.

La defensa de la tierra y del campesinado no puede quedar en manos: ni de quienes niegan la autoridad, la jerarquía y la moral objetiva; ni tampoco de quienes pretenden someterla a la lógica del «mercado» que todo lo devora. Sólo desde una visión natural  y católica del orden se puede devolver a nuestros pueblos la dignidad perdida, a nuestros campos la vida robada, y al hombre su verdadero lugar en la creación: no como explotador ni como igual a la bestia, sino como hijo de Dios, señor y servidor de la tierra que se le ha confiado.

La tierra será restaurada cuando lo sea el Trono y el Altar. Y en esa restauración, también el campesino volverá a ocupar el lugar que le corresponde.

Agencia FARO / Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau

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