La falaz versión franquista de los hechos conducentes al acuerdo definidor del 18 de Julio (II)

El General Sanjurjo no estaba «agobiado» ni «presionado» por los carlistas, ni tampoco se limitó a «firmar» su carta de 9 de julio, sino que la redactó con plena libertad él mismo de su puño y letra

Franco junto al general Mola

Es decir, según Franco, en aquella reunión de principios de marzo, a propuesta suya, se dejó implícitamente la puerta abierta a la restauración de la Monarquía española. Y no sólo eso, sino que además se acordó explícitamente la restauración de la bandera monárquica. Si esto fuera cierto, entonces, ¿por qué ese empecinamiento del General Mola en pro de restablecer un mero orden dentro del marco constitucionalista de 1931, incluido el emblema tricolor, contra los designios de los católico-realistas en favor de restaurar la Monarquía española, empezando por su Enseña significadora, como finalidad del Alzamiento? A continuación, Franco hace una cándida confesión tácita de haber traicionado, o por lo menos imprudentemente comprometido, a sus compañeros conspiradores al haber acudido posteriormente a prevenir a los Jefes del régimen del 31 sobre los peligros que amenazaban la pervivencia del mismo, no tomándose éstos en serio sus avisos al desechar como imposible o irrelevante cualquier riesgo que pudiera aducirse tanto del frente izquierdista como del lado militar.   

Seguidamente dice Franco haber hecho gestiones para el Alzamiento tanto con Primo de Rivera, «hacia el día 11» (en verdad no pudieron haber sido el mismo día 11, a menos que hubieran tenido lugar a bordo del barco que le trasladaba a Canarias), así como con alguien denominado «Jefe político de los tradicionalistas», con cuya nomenclatura parece hacerse referencia a D. Manuel Fal Conde, en aquel entonces Jefe Delegado de Su Majestad Católica D. Alfonso Carlos I. Dice Franco que esta última gestión la hizo a través de su cuñado Jaráiz. Que nosotros sepamos, la única intercomunicación en que terció este carlista, fue para entregar en mano a Franco por segunda vez, a consecuencia de su silencio ante el primer envío, la trascendental Manifestación, fechada el 10 de marzo de 1939, en que se expresaba al General la orientación que había de dar a su gobierno provisional en concordancia con el fundamento católico-monárquico informador del 18 de julio (cfr. Manuel de Santa Cruz, Apuntes, Tomo 1, p. 101). En cualquier caso, aun suponiendo verdadero aquel contacto, no habría ningún motivo de reproche en la actitud de Fal Conde, tal como la describe Franco, ya que aquél se limitaba a seguir y defender la neta y genuina razón de ser católico-legal del Carlismo (permanentemente confirmada por los Reyes legítimos españoles, como veremos al final de este artículo). En cuanto a la última frase en que se afirma que «se prescindió de él», no sabemos a qué sujetos en concreto va referido ese verbo reflexivo impersonal; desde luego no a D. Alfonso Carlos I ni a los Generales Sanjurjo y Mola, en cuyas conversaciones preparadoras del Alzamiento D. Manuel Fal Conde participó como uno de los actores protagonistas indiscutibles.

Pero la parte «dura» de las acusaciones anticarlistas de Franco se encuentra en aquella llamada «(1)» que remite a una nota a pie de página, en que se lee lo siguiente: «En los días inmediatamente anteriores al Movimiento [= Alzamiento] se intentó por parte del Jefe del Tradicionalismo alterar este propósito, dándole a aquél un carácter marcadamente monárquico tradicionalista, a cuyo fin, dicho Jefe se presentó en Estoril al General Sanjurjo, una vez decidida la fecha y en la imposibilidad de retroceder, con la pretensión de que aceptase tal ultimátum, so pena de retirarse los tradicionalistas del Movimiento. El General Sanjurjo, agobiado por la responsabilidad y ante la presión de que era objeto, se avino a firmar una carta para el General Mola, en la que parecía aceptar esta propuesta, sin perjuicio de enviar a Mola un Ayudante haciéndole ver la falta de validez del escrito por no llevar la contraseña acordada y haberle sido arrancado en evitación de que los elementos tradicionalistas comprometidos pudieran hacer fracasar el Movimiento. El General Mola, que recibió la visita del Jefe carlista con esta pretensión, se negó a acceder a ella, fundado en las razones que el General Franco había expuesto, habiéndose comprometido con el Ejército a que el Movimiento sólo tuviese un carácter estrictamente nacional. Las horas que siguieron a esta visita fueron trágicas para el General Mola, pues iba a desencadenarse el Movimiento con este inconveniente, y, según frase propia, estuvo a punto de pegarse un tiro al verse desasistido. Sin embargo, los carlistas navarros, al enterarse de lo ocurrido, le hicieron presente, por boca de las personalidades más caracterizadas de aquella comarca, que ellos estaban dispuestos, con su Jefe o sin él, a ir al Movimiento solamente por Dios y por España».

Aquí encontramos el constante sofisma lanzado por tirios y troyanos contra el Legitimismo español, por el cual pretenden reducir su salvaguarda de la legalidad católico-monárquica o preconstitucionalista a una mera postura partidista como cualquier otra. Por supuesto que el Alzamiento había de hacerse por Dios y por España, ¡faltaría más! El problema en las conversaciones preparatorias radicaba en especificar cómo debía entenderse concretamente esa defensa de los postulados de «Dios» y de «España», y ahí era donde debían entrar inevitablemente las «etiquetas». Respecto al primer postulado, Mola sostenía la clásica posición laicista de la separación moral de la Iglesia y el Estado, mientras que los católico-realistas mantenían la recuperación de la unidad católica. Respecto al segundo punto, Mola abogaba por reponer el orden dentro del sistema constitucionalista del 31, incluido el trapo tricolor, mientras que los legitimistas ratificaban la única solución contrarrevolucionaria que venían sustentando desde que se instaló en 1833 la anormalidad en la Península hispánica: la restauración de la Monarquía legítima española, simbolizada por el Estandarte Real. Para solventar estas insalvables desavenencias de fondo en torno a la finalidad determinadora del Alzamiento, es por lo que se recabó por los carlistas la mediación del General Sanjurjo, Jefe supremo militar, quien terminaría dándole la razón a estos últimos mediante una carta, fechada el 9 de julio, dirigida a ambas partes contendientes.

La narración de estos sucesos que se da en la nota a pie de página, dista completamente de la realidad. Se vuelve a mencionar a un «Jefe del Tradicionalismo», presumiblemente en referencia de nuevo a Fal Conde, como el hombre que actuó de enlace entre Sanjurjo, Mola y las autoridades católico-realistas, cuando en realidad fue Antonio Lizarza, Delegado del Requeté en Navarra, el que realizó todos esos cometidos. Su relación pormenorizada de los hechos concernientes a todo este asunto, publicada en su ya clásico libro Memorias de la conspiración, 1931-1936, constituye una fuente de primera mano al respecto (susceptible sólo de matización en algunos pequeños detalles que no afectan a la veracidad sustancial del conjunto), que sirve para desechar las incorrectas informaciones que Franco, alejado por entonces del teatro de operaciones, hubiera podido recopilar de terceros mucho tiempo después, si es que no se las hubiera inventado directamente. El General Sanjurjo no estaba «agobiado» ni «presionado» por los carlistas, ni tampoco se limitó a «firmar» su carta de 9 de julio, sino que la redactó con plena libertad él mismo de su puño y letra, identificándose plenamente con las razonables afirmaciones de los legitimistas españoles.

El colmo del absurdo en la versión franquista viene cuando se asevera que Sanjurjo, al mismo tiempo, envió por otro lado un Ayudante a Mola para avisarle de que el escrito carecía de validez alguna por no llevar la contraseña correspondiente en las intercomunicaciones entre los dos Generales, habiéndose forzado a suscribirlo a fin de evitar que la abstención de los requetés hiciera fracasar el Alzamiento, «pero no estando dispuesto a cumplirlo» (como además añade Franco en sus notas manuscritas, tal como las recoge Luis Suárez en su obra citada). Pero este dato, aparte de la bajeza de Franco de pretender herir el honor del General Sanjurjo suponiéndole un comportamiento deshonesto con los carlistas, no cuadra en absoluto con la actitud ulterior del General Mola. En efecto, si de verdad Mola hubiera recibido ese aviso, no habría tenido ningún problema en aceptar la carta de Sanjurjo, en la inteligencia de que no era sino un simple «papel mojado», en lugar de haberse obstinado en considerarla apócrifa en su contenido con excepción de la firma, y así se habría ahorrado todos los sinsabores posteriores fruto de su terquedad contra los carlistas respaldados por Sanjurjo, hasta el extremo incluso de haber estado a punto de suicidarse. Estas incongruencias internas son las que hacen caer por su base todo el relato franquista.

En fin, el General Mola, ciertamente, intentó por su cuenta negociar con las autoridades carlistas navarras al margen de los Jefes de la Junta Nacional Carlista de Guerra con sede en San Juan de Luz, sirviéndose para ello como mediador del traidor Conde de Rodezno. Cuando el General Mola se dio cuenta de que por esta vía no podía conseguir nada, dada la juramentación de los disciplinadísimos mandos militares carlistas de no obedecer ninguna orden de movilización que no proviniese de la Junta Nacional, Mola acabó cediendo a los ruegos y exhortaciones de sus Capitanes y haciendo llegar a las autoridades legitimistas su palabra de honor de someterse a la carta de Sanjurjo. Con objeto de sellar su promesa verbal, la Junta le envió para suscribir un documento que decía así: «La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda España al Movimiento Militar para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. Sr. General Director acepta como programa de gobierno el que, en líneas generales, se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. Sr. General Sanjurjo, de fecha 9 último. Lo que firmamos con la representación que nos compete. San Juan de Luz, 14 de Julio de 1936. JAVIER DE BORBÓN PARMA. MANUEL FAL CONDE». Mola, no obstante, quiso confirmar su juramento verbal estampando su firma en otro documento, remitido finalmente a la Junta Nacional Carlista el día 16 por la mañana, en que compendiaba implícitamente dicho compromiso con estas palabras: «Me comprometo a seguir las instrucciones que en su día dé, como Presidente del Gobierno, el General Sanjurjo.– Emilio Mola». En virtud de lo cual Fal Conde, habiendo recibido previamente la noticia de la firma de Mola, cursó en la noche del día 15 a José Luis Zamanillo, Delegado Nacional del Requeté, la orden de movilización, que comenzaba con estas palabras: «Obtenidas las prudentes garantías posibles sobre el futuro político, se ha acordado nuestra colaboración [al Alzamiento]».

Félix M.ª Martín Antoniano     

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta