
El Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta lleva tiempo trabajando intensamente en la recopilación y edición de escritos del que es su principal inspirador y titular. Pronto informaremos debidamente a los lectores de La Esperanza de los frutos que va dando este esfuerzo. Sin embargo, la monumental producción escrita de don Alberto es prácticamente inabarcable, y la pobreza de nuestros medios nos impide (de momento) pensar en unas Obras Completas. Por ello, complementaremos esta labor editorial con la publicación periódica en este diario de algunos de sus artículos de mayor vigencia.
Habiendo comparecido con una frecuencia increíble, durante casi siete décadas, en las más variadas publicaciones de la prensa tradicionalista, que su firma vuelva a estamparse regularmente —ya sin seudónimo— en la principal cabecera carlista de nuestros días es quizá, en su modestia, uno de los mejores tributos que podemos rendirle a nuestro maestro.
El artículo que hoy rescatamos procede del diario El Pensamiento Navarro, núm. 25618 (19 de agosto de 1975), y fue rubricado con su más célebre nom de plume: Manuel de Santa Cruz.
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«Hay que ver lo mal que está todo». Este es el único punto del orden del día de muchas tertulias y reuniones. A ellas acuden los reclutadores de firmas para las nuevas asociaciones políticas. Para animar a la gente —que no se anima—, cultivan el sensacionalismo y el tremendismo. Hay que animarse, porque hay que ver lo mal que está todo. Ciertamente, no les faltan materiales a los que prestar una resonancia útil a sus fines.
Varios cultivadores de este nuevo género literario-político, que no se conocen entre sí, han coincidido espontáneamente en aducir a sus planteamientos de estos últimos tiempos la conocida fábula de Iriarte, Los dos conejos, también llamada de «los galgos y los podencos». Pretenden con ello evitar discusiones doctrinales, según ellos estériles, que serían en gran parte responsables de las dificultades de la asociación de los individuos y de las propias asociaciones entre sí. Menos pensamiento y más praxis, que se nos comen, vienen a decir. Menos latín y más deporte, ha dicho recientemente, no sé con qué intención, don José Solís Ruiz.
Calculo que al reanudarse la temporada política volverá la utilización de la moraleja de esta fábula, que dice así:
«Por entre unas matas,
seguido de perros,
(no diré corría)
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: —Tente,
amigo, ¿qué es esto?
—¿Qué ha de ser?, responde:
sin aliento, llego…
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.
—Sí, replica el otro:
por allí los veo…
Pero no son galgos…
—¿Pues qué son? —Podencos.
—¿Qué?, ¿podencos dices?
—Sí, como mi abuelo.
—Galgos y muy galgos:
bien vistos los tengo.
—Son podencos, vaya,
que no entiendes de esto.
—Son galgos, te digo.
—Digo que podencos.
En esta disputa.
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo».
La transmisión de esta fábula a través de los años y de las generaciones acredita la solidez de su tesis en sus circunstancias. No pretendo ahora revisarla, aunque alguna desconfianza nos deja a quienes pensamos que la acción sin conocimiento y pensamiento previos es pura barbarie: y que la prisa es muchas veces sospechosa y siempre mala consejera.
Lo que se suele comentar más son sus aplicaciones concretas. Se discute si en éstas las cuestiones que se quieren relacionar y comparar son real y verdaderamente «cuestiones de poco momento» y «lo que importa», o si estos calificativos son inadecuados. Cuando existe una falta de congruencia entre la fábula y aquello a que se compara, suele estar en que se intenta quitar importancia a cosas que la tienen relevante, y es que se quiere presentar como absolutamente importantes, cosas que no lo son tanto. Más que la adecuación de la moraleja hay que verificar la autenticidad en la valoración de las premisas.
En la historia del Carlismo es permanente la pretensión de los posibles aliados de calificar como «cuestiones de poco momento» a todas y a cada una de nuestras aspiraciones políticas, que deberíamos sacrificar y postergar a «lo que importa», que suelen ser objetivos que exigen la sangre de los nuestros. La fábula de Iriarte prepara la mentalidad para ser bomberos gratuitos.
Dejemos esto tan sólo mencionado, para señalar otro punto débil de la aplicación de la fábula en el que se repara poco, que se vigila menos. Con más o menos desajustes y defectos accidentales, esa moraleja es sustancialmente válida cuando de lo que se trata es de salvar la vida, como sus conejos. Los reclutadores de adhesiones, cuando se dirigen a gentes que ponen en primer lugar y sobre todas las cosas la salvaguarda de sus propias vidas físicas, a gentes que con desprecio todo lo sacrifican a sus buenas digestiones, hacen bien en valerse de la fábula de Iriarte; su parangón tiene muchas probabilidades de ser admisible en líneas generales.
En cambio, tienen más probabilidades de equivocarse los que susurran el símil a los carlistas porque entre nosotros es frecuente anteponer a la propia vida física el servicio a la verdad. Porque no somos conejos, sino cristianos, muchos de los nuestros han muerto por un punto de honra; o por salvar un bizantinismo jurídico o filosófico de esos que muchos Sanchos llamarían, como Iriarte, «cuestiones de poco momento», pero que son las piedras preciosas de la custodia de la verdad. Muchos han ido al martirio con el único fin de dejar bien claro que los galgos eran galgos y que no eran podencos, como se pretendía hacer creer; por no querer hacer vista gorda —¡tan fácil!—, ante fraudes políticos disimulados pero indecentes. Por dar testimonio de la Verdad.
Frente a aquella fábula se podrían escribir tantos poemas épicos como mártires ha tenido la Iglesia. Coincidentes todos en que en más ocasiones de lo que parece hay que arriesgar y aún perder la vida, supremo bien para los conejos, por conocer y transmitir la verdad. A los ojos de Dios, muchas veces «lo fundamental» es lo que algunos hombres llaman «cosas de poca monta», y viceversa.
Para que se prolongue en la futura historia de España «el ejército resplandeciente de los mártires que alaba a Dios», denuncio la peligrosidad de una aplicación frívola, indiscriminada y sanchopancesca de la fábula de Los dos conejos.
Alberto Ruíz de Galarreta y Mocoroa
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