
Hoy, 20 de mayo de 2025, se cumple el cincuenta aniversario del fallecimiento de don Manuel Fal Conde (1894-1975). Jefe Delegado de Don Alfonso Carlos y Don Javier sucesivamente, su egregia figura (nunca suficientemente vindicada) bien merece un puesto de honor en la memoria de quienes militan bajo la bandera de Dios, la Patria y el Rey, que es la bandera de España. La efeméride de su muerte, que hoy redondea el medio siglo, además de española y andaluza, tiene también algo de asturiana, lo que ha llevado a los amigos valencianos del Círculo Alberto Ruiz de Galarreta a trasladarnos la sugerencia de reproducir en las páginas de esta cabecera un artículo de Luis Infante de Amorín (1965-2024) sobre el carlista andaluz en el centenario de su nacimiento, originalmente publicado el 1 de octubre de 1994 en el benemérito semanario Siempre P´alante. Así lo hacemos con su venia y en la esperanza de contribuir, aunque sea modestamente, a la custodia del ideal en la memoria de sus más coherentes y abnegados paladines.
Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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Un veinte de mayo de mil novecientos setenta y cinco, moría santamente en Sevilla don Manuel Fal Conde. Había nacido en Higuera de la Sierra, de ascendencia asturiana, ochenta y un años antes.
Ahora, al cumplirse el centenario de su nacimiento, a pocos lectores les sonará su nombre. Sin embargo, el papel de don Manuel durante el declive del alfonsinismo y, sobre todo, durante la II República, fue descollante: tal vez el más importante de todos, porque es a él, en primer lugar, a quien cabe atribuir la caída de aquel régimen.
¿Parece exagerada una afirmación semejante? Veamos qué decía el socialista Indalecio Prieto, ministro de la Guerra del gobierno republicano, en El Liberal de Bilbao, atribuyendo el derrumbe de su frente al «morbo requeté»: «Los requetés están pagando el gasto de sangre de esta guerra», y añade, proféticamente: «pero no han de alzarse con la victoria que otros aprovecharán». Y la reorganización y modernización del Requeté, como la de toda la Comunión Tradicionalista, había sido obra de Fal Conde.
¿Cómo era don Manuel? Don Jesús Evaristo Casariego, quien bajo sus órdenes tanto había contribuido a la reorganización del Requeté asturiano, lo describía así en el diario ovetense Región: «Fal Conde era, en lo político, un carlista de cuerpo entero y, en lo personal, un hombre varonil, íntegro y recio. (…) Era inteligente, de mente clarísima y despierta, con un riguroso discurso intelectual, laborioso hasta lo infatigable, tenaz y firme en conseguir lo que, después de bien pensado y madurado, se proponía con fin noble y necesario». «No era ambicioso, no buscaba ni el lucro de las ventajas materiales ni el brillo de la fama o posición social».
Despertaba en los suyos la más profunda adhesión. Refiere el escritor Ignacio Romero Raizábal, en su libro Boinas Rojas en Austria, que horas después de sufrir un atentado en Francia, «Fal dormía apaciblemente. Nosotros le veíamos dormir y nos maravillábamos. Respiraba con ritmo lento, silencioso, normal. Entonces recordábamos haberle oído que durante el último año 35 pasó en el tren más de cien noches. Con esto cambió de rumbo nuestra admiración. Ya no admirábamos a Fal; ya no admirábamos al hombre: admirábamos únicamente a Dios, que nos lo conservaba. Que nos lo conservaba a través de atentados y del límite fisiológico de resistencia humana».
Su acendrada fe le había llevado a la vida pública. Buscando la mejor manera de defender la Unidad Católica de España, y la restauración del orden social cristiano, llegó al Carlismo.
Reorganizó primero Andalucía. Prensa, representación en Cortes, sindicatos… Pronto se convirtió en el brazo derecho del anciano Rey don Alfonso Carlos, quien le nombró su jefe delegado. Esta labor, cuajada de incidentes, encarcelamientos y persecuciones de toda clase, no le impidió ejercer como abogado, profesor de Derecho, periodista y sacar adelante una numerosa familia. No era un «liberado», de esos que infestan la política democrática.
Obra suya fueron la Ordenanza y el Devocionario del Requeté, que marcaron el estilo de una generación heroica: «(…) especial deber de caridad es la alegría. Quien tiene en el alma la paz de Dios y lleno el corazón de amores puros no puede estar triste. Debe estar alegre, como alegres están los ángeles del Cielo, como alegre es la victoria que esperas y como alegre es el deber cumplido». «Sufre en silencio: el frío, el calor, el hambre, la sed, las enfermedades, las penas y las fatigas». «Haz de la paciencia el fondo de tus sufrimientos, y del valor el desahogo de tu paciencia».
O la Ordenanza de las Margaritas, también de su pluma, de la que sacamos dos citas con ecos actuales: «Ese es el pueblo bautizado por el Apóstol con aguas del Ebro, siendo madrina la Virgen Santísima del Pilar de Zaragoza, pueblo singular elegido por Dios para hacerle el descendiente de aquel otro desterrado, y el precursor de su Reinado social». «¡Este es el pueblo de Dios del Nuevo Testamento!». «España la tradicional que hoy reivindica su tierra de la nueva gentilidad y el bárbaro paganismo», como hoy, más que nunca necesita reivindicar para no ser definitivamente disuelta en el leviatán de Europa. La otra: «LA FAMILIA, constituida sobre un Sacramento riquísimo en gracias y dones, es familia legal». «Cualquier otra cosa no puede caber ni con nombre, ni con derechos, ni con consideración de matrimonio». «La familia es el primer objetivo de actuación».
Su absoluta e intransigente lealtad había de costarle cara. Dos condenas a muerte, destierro, confinamiento… Más si España ha de sobrevivir, será por seguir su ejemplo. Estamos seguros de que, cuando sintió la muerte acercarse, tuvo presentes sus propias palabras en el Devocionario del Requeté: «Para morir hemos nacido. Toda muerte es buena, si abre las puertas del cielo». «No temas; descansa en la paz de Cristo, como el que duerme; porque el que muere en Dios, descansa, descansa».
Luis Infante
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