
Carta manuscrita de José M.ª Fal Macías, primogénito del Duque de Quintillo Manuel Fal Conde, enviada a Su Majestad Católica D. Javier de Borbón en la segunda mitad de julio de 1975. Archivo Histórico Nacional, Archivo Familia Borbón Parma, Archivo Carlos Hugo de Borbón, Secretaría Personal de Carlos Hugo de Borbón, Correspondencia, Caja 286, Carpeta 3.
«Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt. 5, 10).
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S. M. D. Javier Borbón Parma
Señor:
En su día recibió mi madre el telegrama de VV. MM. con motivo del fallecimiento de mi padre.
Ella quería haberles contestado personalmente, pero a los pocos días tuvo un bloqueo de corazón que la retuvo en cama en gravísimo estado hasta que el día 14 de los corrientes falleció cristianamente.
Por esta razón soy yo el que contesta a VV. MM. el telegrama de pésame recibido, dándoles en nombre de todos los hermanos y en el mío propio nuestras sinceras gracias por las oraciones ofrecidas por VV. MM. en sufragio de su alma y por las alabanzas a nuestro padre que ponen en el telegrama.
Como supongo que a V. M. le interesará conocer la última fase de la enfermedad de mi padre, a continuación procuraré resumirla.
En los primeros días de Abril comprendió que su enfermedad le llevaba a la muerte, aunque con pasos lentos, y entonces nos dijo tranquilamente que quería recibir los Últimos Sacramentos con pleno conocimiento y acompañado de todos sus hijos. Lo razonaba con toda claridad: «Tengo –decía– una anemia que no se quita sino que va un poco en aumento; luego puede que llegue el día que pierda el conocimiento. Por otro lado, tengo la tensión muy alta, y lógicamente puede venir una congestión y perder también el conocimiento. Por tanto, cuanto antes reciba los Últimos Sacramentos, mejor».
A todos nos pareció muy bien, y avisamos a los hermanos que estaban fuera de Sevilla para que vinieran.
La administración de los Últimos Sacramentos fue una ceremonia impresionante y edificante para todos los que le acompañábamos, por la tranquilidad, paz y entereza con que los recibió. Estuvimos todos sus hijos, nietos y amigos íntimos que se enteraron. Se los administró el Párroco, asistido por el Coadjutor. Qué grande es Dios siempre, pero sobre todo en estos momentos trascendentales de la vida.
Desde ese momento perdió interés por todo lo que se refería a este mundo. Pocas ilusiones le quedaban en esta vida, pero últimamente gustaba de ver en la televisión las noticias de cada día y la retransmisión de la corrida de toros. También algunas veces ponía música para escuchar. Desde ese día, no quiso volver a ver la televisión ni escuchar música.
Murió el Martes 20 de Mayo. Fue el Domingo 18 de Mayo cuando el Sacerdote que vino al Oratorio a celebrar la Santa Misa le preguntó por qué intención tenía que ofrecer el Santo Sacrificio; le contestó simplemente: «En acción de gracias a Dios por la paz interna que tengo». Majestad, esto es una meditación, porque ese día no había la menor sospecha de que pudiera morir en tan breve plazo. Prueba de ello es que estábamos ausentes de Sevilla: «Al» [= Alfonso Carlos], Pepa, Teresita, Pilar, Domingo y yo.
Pero hay más: la tarde de su muerte, y antes de que se presentara ningún síntoma que indicase de que ésta iba a ser inmediata, le dijo a mi hermano Javier –el ahijado de V. M.–: «Hijo, tengo una paz interior muy grande que no sé cómo explicarla». Después recibió la Sagrada Comunión como todos los días, y se presentaron los primeros síntomas de la gravedad, y murió.
Después, Señor, desfilaron ante el cadáver muchas, muchas personas que le pasaban objetos por su cuerpo y le pasaban Rosarios. Lloraban y lo besaban como se besa a un Santo.
Majestad, para sus hijos era dolorosísimo ver muerto a nuestro padre, pero era consolador ver el concepto que de él tenían tantas y tantas gentes.
No es imaginación mía el que su cara ya cadáver, que en un principio tenía una expresión forzada, conforme iba transcurriendo la noche iba adquiriendo la sonrisa de beatitud, de paz, de satisfacción más impresionante que pueda imaginarse. Hasta el extremo que mi hijo de 14 años, que estaba llorando a todo llorar al lado del cadáver de su abuelo, al que quería con delirio, al cabo de unas horas le dijo a mi mujer: «Ya no podemos llorar más por [el] abuelo, porque está contento. Debe estar en el Cielo. Se le nota en la cara que se le ha ido poniendo».
El funeral fue solemne. Concelebraron 19 Sacerdotes que se presentaron sin haber sido avisados. Y hubieran concelebrado muchos más, pero se acabaron los ornamentos en la Parroquia. Como detalle curioso, se dio el que, lo mismo en este funeral que en los celebrados posteriormente, los Sacerdotes, en el memento de difuntos, no decían, como se dice siempre: «pedimos por nuestro hermano Manuel», sino que decían «pedimos por nuestro hermano Don Manuel». Es la primera vez que he visto este caso.
Mi madre tuvo una entereza increíble y ejemplar. Asistió y presidió todos los funerales que se dijeron por mi padre, que fueron muchos. Días había de dos. Pero el 13 de Junio tuvo un bloqueo de corazón muy fuerte que le repitió varias veces, y a todos nos tenía sin tiempo nada más que para estar con ella. Desgraciadamente Dios quiso llevársela también para que disfrutara con mi padre en la Gloria, lo mismo que había pasado con él en la Tierra tantas pruebas y sinsabores.
Dios lo ha querido, y nosotros lo aceptamos. Ella también debió presentir la muerte, porque si bien comulgaba a diario, a las 7 ½ de la tarde, ese día, desde las 12, estaba muy impaciente preguntando la hora a cada momento, y cuando le dijimos que por qué ese interés en saber la hora, dijo que porque la Comunión no iba a llegar a tiempo.
Nos quedaba a la familia una última prueba también muy dura. Como Vuestra Majestad sabe, mis padres tenían privilegio de tener Oratorio con el Santísimo Reservado. Al morir ellos creímos que debíamos quitar el Santísimo. Por eso, el 16 de Julio, día de la Virgen del Carmen y aniversario de la boda de nuestros padres, se celebró una Misa a ese efecto. Fue una ceremonia sencilla pero honda, profunda. Aunque mi madre había muerto la antevíspera, o sea, el 14 de Julio, y la Misa era el día 16, no se celebró la Misa con ornamentos negros, sino blancos, y no fue en sufragio de su alma sino de acción de gracias a Dios.
Acción de gracias a Dios por todos los bienes recibidos, por los padres que nos había dado, y por tantas cosas buenas que habíamos disfrutado. Pero acción de gracias también por las pruebas que nos había puesto Dios, por todo lo malo que también hemos pasado juntos. En acción de gracias por las fuerzas que nos ha dado para soportar juntos penalidades, etc. Y pidiendo más gracias para seguir la vida adelante con sus luchas, sus pruebas, pero siempre dentro del camino que nuestros padres nos han dejado marcado.
Majestad, me ha salido una carta tan larga que temo cansar la atención de V. M., y para no caer en la misma falta con los demás componentes de la Familia Real, le agradecería la haga extensiva a los mismos.
Respetuosamente besa la mano de Vuestra Majestad,
José M.ª Fal
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