
En el marco del cincuentenario de la muerte de Fal Conde, de la recopilación que está llevando a cabo el Círculo Alberto Ruiz de Galarreta y de los cien años de la Quas Primas, proponemos la lectura del siguiente artículo de Alberto Ruiz de Galarreta que se publicó en el número 266 de la revista Siempre P’alante del día 16 de noviembre de 1993 con el seudónimo de J. Ulibarri.
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Es de este siglo [XX, n.d.r.]; tiene vida aún corta, pero brillantísima. En el siglo pasado, los católicos, capitaneados por los carlistas, se distinguían en las batallas y escaramuzas políticas contra el liberalismo con el grito de ¡Viva la Religión! El grito de ¡Viva Cristo Rey! nace en Méjico, en los años veinte de este siglo, cuando la guerra de los cristeros; en seguida pasa a España, donde la Segunda República había desencadenado otra persecución religiosa, y se consagra definitivamente durante la cruzada de 1936-1939; sigue por inercia, algún tiempo más, pero va decayendo y estando ausente nos llega la actual ola de impiedad, esta revolución mansa que todavía no ha encontrado la horma de su zapato.
Don Manuel Fal Conde escribía[1]: «Un punto y aparte para el “¡Viva Cristo Rey!”. ¿Sería yo el primero, desde luego uno de los primeros, que lo trajo a la vida política, a la propaganda? Tal vez, porque yo lo empecé a usar en los actos públicos múltiples en que me movía cuando la persecución de Calles en Méjico, que aquí hicimos resonar cuando la coronación de la Virgen de Guadalupe. Me hago esa pregunta autorizándome para esta declaración: el ¡Viva Cristo Rey! de nuestra Ordenanza y del Devocionario, lo digo como autor, y bien que siento que quede recuerdo de nada que yo haya hecho, significa la Unidad Católica de nuestra Patria».
Volveremos sobre estas últimas líneas, pero antes sigamos la historia.
Durante la Cruzada de 1936 los católicos hacían un acto perfecto de caridad en dos situaciones: al salir de sus trincheras para asaltar las trincheras rojas, jugándose la vida; y ante los pelotones de fusilamiento en la zona roja. En los dos casos, ese perfecto acto de caridad tenía muy frecuentemente su propia y particular exteriorización en el grito de ¡Viva Cristo Rey! Claro está que con parecidos méritos y circunstancias, aunque menos dramáticas sí muy dolorosas, también se vitoreaba a Cristo Rey durante la Segunda República, en las comisarías, en las escaramuzas que acompañaban a los mítines, y finalmente, en las chekas.
Resultado de todo esto fue su popularización: encabezaba y cerraba toda clase de escritos, desde documentos solemnes a cartas particulares; se encuentra en inscripciones, lápidas y monumentos; discursos y alocuciones; manifestaciones patrióticas; con él interrumpía un público enardecido a los oradores y propagandistas católicos; con él se desahogaba la gente a la salida de Misas conmemorativas y de funerales por los caídos; con él se saludaba a obispos y autoridades; grupos de católicos militantes contra la Segunda República adoptaron la costumbre de reunirse a cenar el día de Cristo Rey.
A todo eso tenemos que volver, cuanto antes. Porque el vítor a Cristo Rey quedó especialmente vinculado a la reconquista de la Unidad Católica, además de por la teología de la encíclica Quas Primas de Pío XI, por esa historia gloriosa. La Unidad Católica es el centro de la confrontación en curso; no lo son las pamplinas coyunturales montadas para quedar bien a bajo precio y sin ningún resultado.
Muchos católicos comprenden los peligros que amenazan hoy a la fe de sus hijos; en estos mismos días, un nuevo avance hacia una Europa «sin fronteras» para que entre aquí sin dificultad la libertad para el mal. Y no saben qué puedan hacer que esté al alcance de sus posibilidades. Pues una cosa que pueden, que tenemos todos que ir haciendo, es relanzar el grito de ¡Viva Cristo Rey!
J. Ulíbarri
[1] Carta de Don Manuel Fal Conde a Don Juan Bertos Ruiz del 27-XI-1964. Véase «Apuntes y Documentos para la historia del Tradicionalismo Español, 1939-1966», de Manuel de Santa Cruz, tomo 26, pág. 30.
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