
Las banderas de las llamadas «comunidades autónomas» españolas (o centralismo diminuto), lejos de ser reflejos fieles de una historia milenaria, son constructos recientes, fruto de una percepción impuesta por el Régimen del 78 que intenta configurar una España nueva que, por fuerza, deja de serlo, siendo fruto de una reinterpretación interesada del pasado. Este fenómeno, que podríamos calificar, con juicio caritativo, de «vexilología creativa», ha dado lugar a símbolos que, en ocasiones, poco tienen que ver con las tradiciones y realidades históricas de las regiones que representan.
El primer y más de actualidad caso es el de Cataluña, donde la leyenda pasa a ser fundamento. La «senyera», con sus cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, es presentada a menudo como un símbolo ancestral de la identidad catalana. Sin embargo, su origen se encuentra en la heráldica de la Corona de Aragón, y la leyenda que la atribuye al conde Guifré el Pilós carece de base documental. Esta narrativa, más mítica que histórica, ha sido utilizada para reforzar una identidad regional que, en realidad, se construyó siglos después de los hechos que pretende conmemorar. Aquí, la autopercepción ideológica del género da sus frutos más «señeros».
A las Vascongadas se le ha impuesto la «ikurriña», que fue diseñada en 1894 por los hermanos Arana como bandera de Vizcaya. No fue hasta 1936 cuando se adoptó como símbolo de esta región, y su uso fue prohibido durante el franquismo hasta 1977. Su adopción como emblema nacionalista responde a otra construcción ideológica y no a una tradición histórica consolidada, por mucho que la abracen o bailoteen delante de ella los que se autorperciben como «vascos, muy vascos».
En Extremadura, se implantó la coctelera, con sus franjas verde, blanca y negra, que carece de un origen claro. Las interpretaciones sobre su significado varían (si fuera tradicional, el significado brotaría por si mismo), y su adopción en los años 70 responde más a una necesidad de dotar a la región de un símbolo distintivo que a una tradición histórica.
La Rioja ondea con sus cuatro franjas horizontales de colores rojo, blanco, verde y amarillo, que fue adoptada en 1979 tras una serie de iniciativas populares. Su diseño no tiene precedentes históricos y responde a una construcción identitaria contemporánea: pura invención.
Pero en «Castilla-La Mancha», ya se produce la reinterpretación simbólica interesada, con su castillo dorado sobre fondo rojo y una franja blanca, se inspira en símbolos medievales. Sin embargo, su diseño actual fue establecido en la década de 1980, y su conexión con la historia regional es más interpretativa, imaginativa, voluntarista y retorcida que factual.
¿Y Cantabria? Con sus franjas blanca y roja, tiene su origen en la matrícula marítima de Santander. Su adopción como símbolo regional es relativamente reciente y responde a otra reinterpretación -otra más- de su significado original.
Nos queda la mora de Andalucía, la de la Comandancia de la Coruña de Galicia…
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza
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