Orígenes protestantes de la izquierda en Hispanoamérica (I) : John A. Mackay y los otros Cristos

fundaron colegios protestantes, que aparte de atender a las diásporas anglosajonas, buscaban el apoyo de las familias ligadas al liberalismo

El predicador presbiteriano John A. Mackay (1899-1983), sorpresiva pieza clave en la formación de la izquierda reformista en Sudamérica

La aparición y aparente consolidación del protestantismo en la América hispana ha formado diversas respuestas en la sociedad. Mientras que algunos siguen divididos entre tratarlos como personas irracionales debido a su atomización en camarillas pastorales, otros los apoyan pragmáticamente por ser de los pocos que «defienden» los valores cristianos —pensamiento muy adentrado entre las derechas—, atreviéndose a decir que conservan mejor los valores cristianos que los mismos católicos. Ciertamente, esa afirmación carece de objetividad histórica, lo que es demostrable bajo sus propios escritos.

Un interesante libro publicado en 2019 llamado «Protestantismo y Poder», escrito nada menos que por alguien envuelto en este mundillo protestante, el «teólogo» y —lo que nos interesa más— egresado en Ciencias Sociales Tomás Gutiérrez Sánchez, en la cual busca hacer una suerte de relación de la historia política de los movimientos protestantes en Hispanoamérica en el siglo XX centrándose en el Perú relatando episodios interesantes.  Por lo que debe de inferirse que, al menos que se indique lo contrario, las citas y artículos están extraídos de ese libro.

Sus páginas comienzan con un preámbulo interesante; el protestantismo no tuvo un real interés en la América hispana, incluso hubo una directiva en el congreso de Edimburgo de 1910  de no buscar hacer prosélitos al ya existir presencia cristiana en la región — dejando de lado algunos apóstatas y comunidades de emigrados que practicaban su herejía en la entrada del siglo XX—,  por lo que, que además de mantener las comunidades, tenían solo interés de establecer misiones entre  las tribus indígenas. Es cierto que los gobiernos sudamericanos brindaban concesiones a los protestantes, pero era solo por el interés educativo y el «avance» social (un ejemplo de ello puede ser el industrial e intelectual peruano Dávalos y Lissón apoyando los proyectos protestantes contra el alcoholismo) , gracias a la fuerte presión de la jerarquía católica y la propia desconfianza gubernamental hacia aquellos grupos no existía por aquel momento un interés fuerte. De cualquier manera, aquella directiva comenzó a erosionarse para 1913, creándose un comité de «apoyo» para América hispana y perfilada por dos predicadores, John Alexander Mackay(1899-1983) y Guy Inman(1877-1965).

El primero era un escocés presbiteriano que estudió en España durante el año de 1915, donde trabó una amistad con el filósofo Miguel de Unamuno, llegando a considerarse su discípulo e interesándose en la espiritualidad barroca, con la notoria particularidad de querer usarla para hacer llegar el luteranismo al mundo hispano. Para 1916 la directiva del congreso de 1910 fue ignorada, por lo que Mackay fue destinado al Perú, en donde fue puesto a las órdenes de otro predicador, John Ritchie, editor de diferentes panfletos protestantes y entusiasta luchador de la libertad de cultos creando iniciativas mediante sus revistas de mandar folletos defendiendo la libertad de cultos a diferentes congresistas y senadores. Además, se buscó fundar colegios protestantes, que aparte de atender a las diásporas anglosajonas, buscaban el apoyo de las familias ligadas al liberalismo. Mackay no pensaba distinto a su nuevo jefe, fundando en 1917 el Colegio Angloamericano que fue usado para diferentes figuras descontentas con la llamada República Aristocrática para enseñar —pueden ser notorios ejemplos Raúl Porras Barrenechea y Victor Raúl Haya de la Torre— o educar a sus hijos.

Con aquel hito conseguido, el escocés logró hacer una labor de reconocimiento de la intelectualidad peruana, llegando a ser invitado como catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad de San Marcos en los años veinte. El escocés era notoriamente utopista, esgrimía que los principios protestantes eran idóneos para el progreso del país, especialmente apoyando la política de un «devoto hermano» como el presidente estadounidense Woodrow Wilson y el primer ministro británico Lloyd George. Mackay argumentaba que la crianza protestante y sus fundamentos hicieron posible el «reordenamiento» del mundo tras la Gran Guerra hacia una sociedad mundo «más» democrática, por lo que debían de ser tomados como referentes para un liderazgo político consciente.

Mackay con aquella consigna se encargó de colaborar con Guy Inman —de quien hablaremos luego— la revista llamada La Nueva Democracia, con un enfoque panamericanista y con un énfasis secularizante bajo las ideas de la Liga de las Naciones wilsoniana. Entre la intelectualidad internacional que escribió estaba el mejicano Vasconcelos —antes de su conversión—  y el argentino eugenecista José Ingenieros. 

Lo anteriormente expuesto no explica el impacto peruano de la revista, que incluyó entre sus colaboradores y promotores al aún liberal Victor Andrés García Belaúnde —a la sazón director del Mercurio Peruano, que permitió a Mackay publicitar la revista en una reseña, así como otras actividades entre 1921 y 1924— también a Víctor Raúl Haya de la Torre y Jorge Basadre—quienes eran viejos colaboradores por el Colegio Anglo-Peruano—.  Entre aquellas amistades consiguió la del socialista José Carlos Mariátegui, lector de La Nueva Democracia, que aunque veía con antipatía el protestantismo no dejaba de respetar a Mackay —Mariátegui inscribió a sus hijos en el colegio Anglo-peruano por ejemplo—. Hasta su deriva totalmente socialista la revista de Mariátegui, El Amauta, había sido usada para promocionar las actividades protestantes, pero ciertamente esa no fue su amistad decisiva.

Esa amistad fue la del joven sindicalista Haya de la Torre, que durante su exilio entre 1923 y 1925 en Méjico, conoció a Vasconcelos, de quien se volvió su secretario, por el contacto en común de la cuáquera Melissa Graves, la cual, cabe decir, fue pieza clave en la agitación internacional para la liberación de Víctor Raúl. Influyó en la revolución gestada en el país —puesta como referente por muchos predicadores por su secularismo— como se comprueba en una correspondencia interesante de la época, donde Graves le dice al sindicalista peruano que «debe imitar a los arquitectos de la historia como Moisés o Lenin» para reflexionar mejor sobre el movimiento que deseaba construir.  Tras fundar en 1924 la primera célula del APRA en Méjico, Haya de la Torre marchó a estudiar en Gran Bretaña economía con apoyo cuáquero.

Mientras tanto, Mackay escribió diferentes materiales defendiendo a su amigo durante esa época, por ejemplo, en un reporte a la comunidad presbiteriana de Edimburgo afirma que consiguió que Víctor Raúl «abra los ojos», ya que su problema era con la jerarquía católica y como se enseñó el valor de Cristo y que no es «representado» por el catolicismo. Hizo un artículo para la Nueva Democracia de 1933 titulado «Semblanzas americanas: Víctor Raúl Haya de la Torre», donde afirmaba que, aunque el líder sindicalista era un radical no era influenciado por un anticlericalismo comunista y que achacaba los problemas peruanos al espíritu bajo una mística revolucionaria. Finalmente, un artículo de 1935 para Estados Unidos llamado That Other America, el predicador escocés defendió los principios apristas como una devoción cívica, llegando a tener «mártires civiles» y a defender consignas como las de «Cristo salve mi espíritu, y solo el Apra salvará el Perú». Eso le valió a Mackay un exilio tácito del Perú decretado por el presidente Leguía en 1925. Esas afirmaciones tienen un peso, considerando su oposición a la Consagración del Sagrado Corazón en 1923 en la cual los elementos que fundarían el APRA jugaron un rol, o a la mística de religión civil del propio APRA , donde no importaba el credo individual, con tal de «crear un nuevo Perú». Los protestantes apoyaron a la primera generación del partido, destacando entre ellos el mismo Mackay, además de los predicadores metodistas Zacarías y Rosa Ribeyro, que cuidaron a Haya de la Torre en su prisión.

Con este perfil completo no es difícil deducir que el panamericanismo de Mackay era genuino, por lo que, tras apoyarlo intensamente contra el bolchevismo se decepcionó a la vista de las políticas intervencionistas yanquis, y declaró en 1927 en la Nueva Democracia que el panamericanismo había muerto por la política del garrote estadounidense. Su postura también se relaciona mucho con su afán de ayudar con el «renacer» espiritual americano.

Prueba de ello es un libro revelador que escribió en 1932 «El Otro Cristo español» hecho por el aniversario de la instauración de la II República española, donde además de loar el proceso para crear una simetría con las repúblicas americanas, también comenta reveladoramente la misión de que él pensaba formar parte a la que se sentía guiado por las figuras de  Fray Luis de León, Martín Lutero y San Agustín :

«El concepto que el título de este libro encierra, hace surgir desde luego la cuestión de si no hay también otro Cristo británicoamericano que espera ser redescubierto. Pues si España recibió en el siglo XVI una visión religiosa que no quiso o no se le permitió seguir, la religión británicoamericana ha mostrado, en tiempos recientes, la tendencia a perder la visión espiritual que el siglo XVI legó al cristianismo evangélico». 

Este libro, además de loar a su maestro Unamuno llamándolo «voz profética» del problema religioso, es similar en ese aspecto a una misiva de 1930 donde lo amaba por su «devoción» religiosa. En una de las partes interesantes del «Otro Cristo»  el escocés habla de la labor protestante en Hispanoamérica, donde critica la tendencia de las comunidades estadounidenses y británicas en crear sus propias «pequeñas naciones» en vez de trabajar contra la «unidad imponente» del catolicismo frente a la atomización protestante —que vivimos ahora de manera más intensa para nuestro consuelo— revelando una crítica del material misionero que les legaban:

«En el continente del sur, el cristianismo reformado se ha alimentado durante demasiado tiempo con la traducción de libros religiosos de segunda categoría producidos en Norteamérica y la Gran Bretaña. Desafortunadamente, las obras religiosas mejores v más representativas que se publican en dichos países son vertidas al español sólo muy rara vez. El primer paso para la creación de una literatura verdaderamente propia v original consiste en proveer fermentos bastante vigorosos y modelos bastante puros de la literatura de otros países. Tal ha sido siempre el orden que se ha seguido en la historia de las influencias literarias. Estimúlese todo lo más que se pueda la producción de libros originales en español y portugués, escritos por quienes sean capaces de ello, pero conviene que el movimiento evangélico no deje de producir el equivalente de esa verdadera inundación de traducciones de literaturas extranjeras que a la presente colma el mercado latinoamericano de libros»

Aquí concluye la exposición de una de las facetas del movimiento protestante, el lado diplomático, bajo la figura de Mackay, que adolecía de la naturaleza herética e idealista que llevó a apoyar curiosamente causas que contradecían la voluntad de sus donadores y amos, además de una espiritualidad contradictoria, no obstante lo cual, constituye una importante raíz del árbol que estamos estudiando.

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza

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