
Ha trascendido en la última semana de una noticia insólita: la posible conformación de una capellanía de carácter luterano, lo que es más inaudito, dentro del mismísimo Palacio de Gobierno. Habría que explorar el contexto antes, pues en principio es difícil de creer lo reportado. Resulta que la actual presidente, Dina Ercilia Boluarte, habría heredado del vacado expresidente Pedro Castillo un aparente guía espiritual, un pastor protestante llamado Anthony Lastra. Esto se dio a conocer cuándo, de acuerdo a diversos medios noticiosos, el joven pastor de veintisiete años habría gestionado la creación de una aparente «capellanía evangélica», lo cual, si bien no se habría concretado, es testimonio de la cercanía del señor Lastra con el poder.
Como se mencionó antes, este pastor luterano no es neófito en intrigas palaciegas, pues de acuerdo al portal Sudaca, a los veintitrés años ya rondaba el círculo de confianza del vacado expresidente Castillo, a partir de la esposa del mismo, quien es luterana. Lastra se habría convertido, en ese tiempo, en el enlace más visible entre la comunidad luterana y el «profesor» Castillo, según él, a partir de un llamado divino. En una muestra irónica de fideísmo, mencionó que su aparente asesoría espiritual y la creencia en Dios del expresidente bastaba para asegurar que este nunca se involucrara en corruptelas, como si la persona no clama más a Cristo en el pecado, y unas cuantas declaraciones bastaran para una rigurosa santidad.
Queda claro que la presidenta Boluarte heredó esta maleta de Castillo, y con todo el gusto del mundo: nuevamente, de acuerdo a las mismas declaraciones del joven predicador, Dina Boluarte se siente más cómoda con la fe luterana, pues la Iglesia católica «le critica por su deficiente y nefasta gestión», y llegó al punto de autodenominarse «capellán de palacio». Ante tanta confusión, el gobierno tuvo que bajar la cabeza, pues emitió un comunicado a través del Ministerio de Justicia aseverando que Lastra no tiene ninguna relación espiritual o laboral con organismos del Estado; de la misma forma, reconocieron el derecho de la Iglesia a ser la única en establecer capellanías, acorde al Concordato entre el Perú y la Santa Sede firmado en 1980.
Atrás quedaron los tiempos de los protestantes, quienes, influenciados por el liberalismo anglosajón, particularmente, el estadounidense, incluso llegaron a apoyar, a través del pastor John MacKay, la candidatura del aprista Haya de la Torre en 1931, en el marco de una relación que parecía de admiración mutua. Si algo se preservó en ese antiquísimo cuadro es la influencia de los Estados Unidos en los lineamientos políticos luteranos. Y es que actualmente vemos conexiones evidentes entre el luteranismo gringo, y el peruano, que data desde el 2014, cuando los primeros, heridos por la batalla perdida del mal llamado «matrimonio homosexual» en su tierra, empezaron a consolidar redes de influencia, que dieron sus frutos cuando el legislador Julio Rosas comandó una iniciativa para bloquear una propuesta legislativa símil a la norteamericana.
Esta coordinación, consolidada por el Moral Majority, organización política estadounidense de corte luterano, siembra la semilla que luego germinaría en el movimiento Con Mis Hijos No Te Metas (CMHNTM), el cual, si bien es cierto promovió políticas que en cierto sentido se alineaban con el bien común, no pudo ofrecer en su integridad un pensamiento alternativo al del contrincante, y para colmo de males, suscitó un despertar pastoral en la cada vez más creciente población luterana, que le gana terreno a nuestra verdadera religión incluso en lugares andinos y profundamente tradicionales. Para comodidad del lector, habría que desglosar dos temas de suma importancia antes de formular el problema de fondo con los cada vez más relevantes grupos de presión luteranos: los sectores dentro del luteranismo peruano, y su concepción de la política.
Sobre lo primero, las marcadas diferencias entre los dos sectores se expusieron con los comunicados que prosiguieron al escándalo de la capellanía luterana, al negar que Lastra representara a todas las comunidades luterana. En efecto, tales comunicados volaron y se volvieron de conocimiento público rápidamente, con la venia de dos grandes asociaciones luteranas, reconocidas por el Ministerio de Justicia, como la CONEP (Concilio Nacional Evangélico del Perú) y la UNICEP (Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú). Claro que, a diferencia de la estructura clara, proveída por el derecho público eclesiástico y el derecho canónico, del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, estas asociaciones se proclaman como meros espacios de reunión para la discusión, sin la verticalidad requerida para que la organización pueda decirse propiamente ordenada.
Fuera de este carácter meramente congregacional, ambas organizaciones se identifican con un ala más moderada dentro del luteranismo peruano, concentrándose en la labor pastoral y el trabajo social; además, alegan su mayor validez porque están contenidas en el Registro de Entidades Religiosas, apostando la validez de su teología a un grupo desapegado de burócratas. Lastra, por su lado, fue secretario de juventudes del Movimiento Nacional de Asistencia y Asesoría Espiritual Eliseo (Movinaes), y es parte de la comunidad protestante pentecostal del Perú, por lo cual, sí es avalado por un sector, podría llamarse, conservador, que es el que se perfiló como actor político en contraste con sus hermanos moderados, desde la emergencia de CMHNTM.
La concepción de la política que toma este último grupo se ve fuertemente influenciada por su mesianismo, pero también, por una vocación antirracionalista que, antes de combatir el indiferentismo o el ateísmo propio de corrientes surgidas del racionalismo de la Revolución Francesa, parecen ignorar de plano la aplicación del sentido común; acorde a ello, las afirmaciones de corte fideísta del pastor Lastra cuando trató con Castillo. Por esa misma línea de pensamiento, debemos señalar que el entendimiento de la política por parte de los luteranos parece grandemente influenciado por un luteranismo que valida sin chistar a la autoridad (o, en otras palabras, aceptan la legitimidad de origen, mas no la de ejercicio), y un calvinismo, propio de las influencias neoconservadoras gringas, dándole prioridad a un abstracto libre mercado antes que a un análisis económico acorde a la realidad peruana.
Con esto, llegamos a nuestra conclusión final: a pesar de que un luterano pueda apoyar un «muro» contra iniciativas ciertamente dañinas, llámese, aborto, eutanasia, y un largo etcétera, lo hacen amparados en una teología defectuosa, sin mayor desarrollo de fondo. A diferencia de la Doctrina Social de la Iglesia, y el mismo desarrollo doctrinal de ésta, no con cientos, sino dos milenios de rico desarrollo y profundidad. Apostar por una alianza política, donde al final, por cómo están las cosas, parecen estar ganando los luteranos, terminará en la ganancia política de éstos, para que luego ideas buenas, pero sin fundamento, caigan en descrédito. Necesitamos, en pocas palabras, formar mejor quienes puedan restaurar el tejido social mediante un bloque católico que no tenga vergüenza de su fe, culto y recto, que sepa, con prudencia, materializar una regeneración moral tan necesaria en la sociedad peruana.
Vicente Evangelista, Círculo Blas de Ostolaza
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