Manifiesto de una margarita

¿Quién salvará España? ¿Quién reconstruirá la civilización cristiana? No serán los poderosos, ni los estrategas. Serán las mujeres que, como María, digan: «He aquí la esclava del Señor»

I. Introducción

Este manifiesto no nace de una nostalgia estéril ni de un deseo romántico de tiempos pasados. Surge como un grito de fidelidad, como un acto de amor a Dios, a la Patria, al orden natural y al rey legítimo, en un tiempo donde la mentira y la confusión reinan. Me dirijo a ti, mujer católica, hija fiel de la Tradición hispánica y discípula del Evangelio eterno, para recordarte quién eres y cuál es tu misión.

Porque ser mujer tradicionalista, carlista, en definitiva: margarita,  hoy, es ser antorcha en medio de la oscuridad, centinela junto a las ruinas, y semilla en la tierra reseca. No estamos solas: nos preceden reinas, mártires, madres, vírgenes, místicas, enfermeras de guerra, maestras en pueblos perdidos, tejedoras del alma de España.

II. Nuestra raíz: herederas de las Requetés de la Fe

No somos una invención reciente. Somos hijas de las mujeres que acompañaron a los requetés en la Cruzada, que cosieron boinas rojas, que curaron heridos con oración y vinagre, que defendieron con la pluma la España que no se arrodilla ante el mundo.

Recordamos a María Rosa Urraca Pastor, que en las Cortes de la II República defendió a los perseguidos, denunció la impiedad y sirvió como enfermera en el frente. A todas las margaritas  que supieron unir oración, asistencia, formación y militancia en una sola vida, en la oscuridad del anonimato, iluminando las Españas hoy y por siempre.

Y más allá del siglo XX, miramos a la Reina Santa Isabel, a Santa Teresa, a Mariana de Austria, a Isabel la Católica, a la mística Luisa Carvajal y Mendoza, que desde la tradición hispánica nos enseñan que la feminidad no es debilidad, sino fuerza al servicio del Bien.

III. Nuestra identidad: hijas de Dios, esposas, madres, militantes

La mujer carlista no se define por un partido ni por un uniforme. Se define por una pertenencia radical a Cristo Rey. Desde su ser más íntimo, es mujer: con vocación a la maternidad, al cuidado, a la fecundidad, sea en el hogar o en el apostolado.

«La civilización cristiana se deshace porque hemos renunciado a formar mujeres cristianas» (Juan Vázquez de Mella).

No renunciamos a ser madres. En un tiempo que desprecia la maternidad y la presenta como una carga, nosotras afirmamos que engendrar vida y formar almas es la más alta de las tareas. Y para las que no son madres biológicas, hay mil maneras de dar vida: en la docencia, en el servicio, en la oración, en la militancia.

No renunciamos al hogar. En un mundo que lo banaliza o lo mercantiliza, defendemos que el hogar es trinchera, cátedra y altar. Una mujer que construye su casa en Cristo está construyendo la Cristiandad.

No renunciamos al combate. Nosotras también luchamos: no con odio, sino con claridad. Luchamos por la verdad sobre el hombre y la mujer, por el matrimonio, por la vida desde la concepción, por la libertad de educar, por el reinado social de Cristo.

IV. Nuestra actitud: modestia, firmeza, esperanza

El espíritu tradicionalista no se agota en ideas: es vida encarnada. Y la mujer que lo vive lo manifiesta en su porte, en su palabra, en su silencio, en su alegría.

«El alma se transparenta en la mirada, en el gesto, en la forma de vestir. Una mujer cristiana no necesita gritar lo que es: lo irradia» (Condesa de Rodezno).

Modestia, no mojigatería. Vestimos con decoro, no por puritanismo, sino porque creemos en la belleza que no se exhibe, sino que se ofrece con pudor. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Firmeza, no dureza. Nos negamos a callar ante la injusticia, a claudicar ante las ideologías que destruyen a la mujer en nombre de una falsa liberación. No queremos ser hombres, no necesitamos serlo. Queremos ser plena y radicalmente mujeres.

Esperanza, no resignación. No luchamos por nostalgia, sino por amor. Sabemos que la victoria no es nuestra, sino de Cristo, pero tenemos la honra de colaborar con ella.

V. Nuestra misión hoy: la lucha

Donde el mundo ve derrota, nosotras vemos siembra. Cada hogar bien fundado, cada niño criado en la fe, cada misa ofrecida, cada rosario rezado, cada conversación en la que se defiende la verdad, es una piedra más para la restauración de la Hispanidad.

¿Quién salvará España? ¿Quién reconstruirá la civilización cristiana? No serán los poderosos, ni los estrategas. Serán las mujeres que, como María, digan: «He aquí la esclava del Señor».

VI. Conclusión: Levantaos, hijas de la Tradición

Este manifiesto no es para ser archivado, sino para ser vivido. Lo dirijo a ti, mujer joven que te sientes perdida. A ti, madre que luchas contra viento y marea por educar en la fe. A ti, abuela silenciosa que sigues rezando por tu patria mientras ves cómo la profanan. A ti, esposa que acompañas con fidelidad y mansedumbre. A ti, mujer sola que ofreces tu vida en pureza y entrega.

Sois vosotras las que aún sostenéis España. Sois vosotras la reserva de gracia que Dios ha querido dejar entre nosotros. Sois vosotras las que podréis decir un día: «Todo parecía perdido, pero yo me mantuve fiel».

¡Viva Cristo Rey!

¡Viva la España que no muere!

¡Viva la mujer católica y carlista!

María Dolores Rodríguez Godino, Margaritas Hispánicas

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