
La modestia y la elegancia en el vestir, vistas desde una perspectiva católica, son expresiones externas de una dignidad interior. No se trata de ocultar, sino de revelar con delicadeza la belleza del alma que respeta su cuerpo como templo del Espíritu Santo.
La elegancia cristiana no busca deslumbrar, sino edificar; no grita, sino que susurra con gracia y pureza. Vestirse con decoro es un acto de amor propio y de caridad hacia los demás, es un modo de reflejar la luz de Cristo en lo cotidiano.
Dejemos pues de seguir las corrientes del mundo que imperan con fuerza y busquemos la sencillez en todo, ya que como bien nos recordaban nuestras abuelas, en la sencillez bien cuidada, brilla la nobleza del corazón.
Lina C., Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau
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