In memoriam Julio Retamal (1933-2025)

Era numerario de la Academia Chilena de la Historia desde 1992

Julio Retamal, con Jaime Alcalde (sentado), su sucesor al frente de «Magnificat», en las Jornadas de 2016, conmemorativas de los LX años de su fundación.

Ha fallecido en Santiago de Chile a los noventa y dos años de edad Julio Retamal Favereau. Nacido en la Región del Maule se licenció el año 1966 en Historia en la Universidad de Chile, doctorándose en la de Oxford en 1972. De su estancia oxoniense le quedó siempre una pose muy british. Que sumaba al orgullo de su progenie francesa, por el lado materno. Todo lo que se combinaba a las mil maravillas con su faceta de genealogista, que vertió sobre todo en su muy notable Las familias fundadoras de Chile, en tres volúmenes, publicado bajo su dirección entre 1992 y 2003. Dedicado en exclusiva a la docencia y a la investigación universitarias, a lo largo de su carrera estuvo vinculado a diversos centros de educación superior. Así, en los años setenta dirigió el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y en los ochenta fue vicerrector de la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, heredera del Instituto Pedagógico de Chile. Entre tanto, desempeñó la agregaduría cultural de la Embajada de Chile en Francia. Aunque pienso que fue en las Universidades Gabriela Mistral y Adolfo Ibáñez donde su huella fue mayor. Hoy ambas son una sombra de lo que fueron, pero en ambas Julio Retamal brilló a gran altura. Fruto de su trabajo en ellas fueron sus ensayos sobre el destino de Occidente, Después de Occidente, ¿qué? (1982) y ¿Existe aún Occidente? (2007), así como sus trabajos críticos sobre las categorías historiográficas de la Edad Media o el Renacimiento, que todos sus amigos recordamos. Era numerario de la Academia Chilena de la Historia desde 1992.

Otro de los aspectos dignos de mención de su trayectoria es la fundación en 1966 de la Asociación Magnificat, para la defensa de la misa tradicional. Debe repararse en que Retamal comprendió precursoramente el movimiento de devastación de la liturgia tradicional que se venía encima y que tuvo por momento decisivo la promulgación del Novus ordo misssae en 1969, tras el que se puso en marcha un proceso de efectos desastrosos que no sólo no ha concluido, sino que –tras el paréntesis ratzingeriano– se ha recrudecido en el pontificado anterior al recién inaugurado. En este sentido, Retamal se adelantó a la obra del arzobispo Marcel Lefebvre, a cuyo desembarco en Chile luego contribuiría, si bien manteniendo siempre tanto la independencia como la simpatía respecto de su obra, como explicaba en una entrevista muy significativa de 1981. Conocedor de los ritos de la Misa solemne le gustaba intervenir como maestro de ceremonias y, todavía en 2016, al cumplirse los sesenta años de la fundación de Magnificat, acudió a la iglesia con su toga de Oxford para seguir la Santa Misa desde la primera fila. En esa ocasión, en la que tuve el honor de participar, se celebraron unas jornadas conmemorativas, y Julio Retamal repasó de manera personalísima la historia de la asociación.

Como he podido viajar a Chile año tras año desde mediado el decenio de los noventa tuve muchas ocasiones de encontrarlo, aparte de algunas otras en que coincidimos en distintos lugares. En Santiago era fijo en las recepciones que José Enrique Schroeder, entrañable amigo, que fue jefe de gabinete de otro gran historiador, Héctor Herrera, luego rector y hoy vicerrector en el Paraguay, organizaba generosamente en cuanto yo pisaba la capital chilena. Era siempre una fiesta, y no sólo en el sentido social sino también en el intelectual, encontrar de una vez a muchos amigos que luego iría disfrutando separadamente en los días siguientes de mi permanencia en el viejo Reino de Chile. Julio solía convidarme a almorzar a su departamento de la calle Gertrudis Echenique, en uno de los barrios más elegantes de la ciudad. En su época parisina había conocido a S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón y estimaba el carlismo, su historia y su doctrina. De manera que en muchas ocasiones el tema centró nuestras conversaciones. Como en otras la situación de la Iglesia, que vivía con cierta angustia y vehemencia. Julio Retamal se definía como un tradicionalista y no como un conservador. En la entrevista antes evocada decía que entre ambos hay una gran diferencia: «El tradicionalista acepta que hay evolución en la historia, tiene más flexibilidad en lo formal, pero jamás en lo fundamental; en cambio el conservador busca salvar sobre todo las instituciones y no acepta evolución alguna: incluso está dispuesto a sacrificar lo fundamental para salvar lo formal». Y, a continuación, recordaba su familia francesa legitimista. ¡Llevamos en el tradicionalismo –decía– doscientos años! Hace algunos, precisamente, en uno de esos almuerzos le dije que al día siguiente iba a visitar a Juan Antonio Widow, el querido amigo fallecido unos meses antes, y Julio se sumó a la expedición. Fue muy grato ver juntos a los dos viejos amigos, tan distintos en muchas cosas y tan cercanos en otras, así como volver a escuchar parte del inagotable anecdotario del padre Osvaldo Lira. Julio, a diferencia de Juan Antonio, siempre tan discreto y circunspecto, tenía una componente teatral que había cultivado durante sus estudios en Inglaterra y no tenía empacho en describirse como «insoportable, peleón (peleador según el modismo criollo) y agresivo». Yo diría que histriónico, quizá incluso histérico. Todavía el año pasado, en el mes de julio, fui a visitarlo a mi paso por Santiago. Caminaba entre dos personas que le asistían. Pero pudimos hablar. Tuve la impresión, como con Juan Antonio Widow días antes, que podía ser la última vez que le viera en este valle de lágrimas.

Con la desaparición de Julio Retamal el mundo de la Tradición católica pierde otra de sus personalidades más señeras.

Requiescat in pace.

Miguel AYUSO

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