
Nos encontramos en días aciagos, donde la perfidia liberal, modernista e indiferentista niega y reniega procaz y vulgarmente de sus señores. Estamos en días en que esta perfidia infernal intenta insaciable y voraz engullir nuestra Fe, nuestros altares, nuestra Patria, nuestras familias, nuestros perennes principios. Pretende socavar los cimientos de la verdadera y real autoridad, que tiene un único y santo origen.
Esta perfidia filicida ataca también, a tiempo y a destiempo, el martirial principio de la amistad y camaradería católica. Principio del que da todo, incluso hasta la propia vida, por el amigo en Cristo.
Esta viril amistad entre caballeros cristeros, hermanados por la común y dulce Madre de los Cielos, es también lo que venimos a celebrar, renovar y agradecer en estos días.
¡ Sacra Hermandad de Corazones Guerreros enamorados de su Reina y Señora!
Venimos a mostrar al utilitarista y servil mundo liberal, vacuo de heroísmo, que todavía existimos. Que no han podido, ni podrán con este ejército «loco» de caballeros cristianos. ¡No podrán! ¡No podrán!
Nos debe traer aquí queridos amigos, la imitación del alegre fervor de los caballeros que cuidaron con su vida la honra de sus Señores. Nos debe traer la intención de la renovación y el afianzamiento de nuestra tradicional causa. Nos trae la felicidad de los reencuentros, que es la alegría de los hijos de la Luz. Nos trae el fervor de los que hasta gastar las gargantas queremos alzar la voz silenciando al cerro, y poniendo de rodillas, incluso al mismo infierno ante nuestros gritos triunfales y férreos de:
¡CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA!
Con gratitud excelsa celebremos en esta travesía las bondades del Cielo que nos acaricia el alma con estos encuentros. Celebremos la amistad, que solo es, si es en Cristo. Y ahí y solo ahí, las forjemos.
Gozosos amigos, recemos, roguemos, cantemos y confirmémonos unos a otros en que, esforzados, todo podemos soportar, todo sacrificio, todo despojo, todo. Pero no nos podrán bajar de nuestros caballos, ni bajaremos nuestras lanzas, hasta que veamos todo instaurado en Cristo. Esa es nuestra medida, esa nuestra divisa, ese es nuestro final.
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva María Reina!
Ave Cor Mariæ
Bernardo Capmany
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