In memoriam Antonio Troncoso de Castro

Dos recuerdos carlistas

Antonio Troncoso en su Pazo. Atlántico

En la fiesta de San Luis Gonzaga, 21 de junio, ha fallecido en Madrid el Coronel Auditor Antonio Troncoso de Castro. Había nacido en Puenteareas el 15 de noviembre de 1933. Lo conocí en el último tramo del decenio de los ochenta del siglo pasado. Tenía el empleo de Teniente Coronel Auditor y desempeñaba el cargo de Secretario de Justicia de la Capitanía General de la 1ª Región Militar, con cabecera en Madrid. Por mi parte, Teniente Auditor, acababa de llegar destinado a la Fiscalía Jurídico-Militar de dicha Región desde la Auditoría de Guerra de la 6ª Región Militar, que tenía a Burgos por capital. Antonio Troncoso, cuando era Capitán Auditor, había sido el vocal ponente del famoso consejo de guerra de Burgos, en 1970, que impuso varias penas de muerte, que a la postre fueron indultadas a miembros de la organización terrorista ETA. Porque al Gobierno, en ese momento, parecía convenirle más la lenidad que la severidad. En el seno de la Auditoría de Burgos se habían discutido, antes, otras vicisitudes netamente procesales relativas a la acumulación de actuaciones diversas en una única causa. Todo ello se lo oímos contar sus amigos en muchas ocasiones. Como, de otro lado, a Gonzalo Gutiérrez Lanza, Coronel Auditor y uno de mis primeros jefes en Burgos, otra figura extraordinaria del viejo Cuerpo Jurídico Militar, quien discrepaba de la estrategia procesal de Troncoso. A cuenta de eso, en el almuerzo con que despedimos la vieja jurisdicción militar el año 1988, para dar paso al desastroso modelo actual, tuve un encontronazo con él, pues salí en defensa de Gutiérrez Lanza de manera tajante. Troncoso, lejos de enfadarse por la insubordinación del joven oficial, lo tomó como gesto de autenticidad y lealtad. Y nuestra amistad no sólo se reforzó, sino que comenzó a hacerse íntima.

Nuestro hombre, tras la experiencia burgalesa, fue delegado provincial del Ministerio de Educación en La Coruña y Cádiz, entre 1973 y 1975. Volvió después al Cuerpo Jurídico, donde en la recta final de su carrera sufrió algún maltrato. Lo que, en la nueva y oscura coyuntura iniciada en 1988, era señal inequívoca de su valía. Pasó a la reserva voluntariamente de manera anticipada, para ser fiscal sustituto del Tribunal Supremo durante el bienio 1999-2000. Y, después, hasta su muerte, ejerció la abogacía con generosidad y jovialidad, también con pugnacidad.

Precisamente cuando desaparecía la vieja jurisdicción, y con ella el Cuerpo Jurídico del Ejército, constituimos una «peña» que se reunía a almorzar al principio todos los meses y todavía sigue haciéndolo varias veces al año. El grupo de personas que la han integrado, dentro del panorama del Cuerpo Jurídico madrileño, es más que notable. Y la presencia de origen gallego singularmente activa. Así los generales auditores Fernando Bartolomé y Jaime Hervada, éste alcalde de La Coruña en los años setenta, fueron los decanos durante los primeros compases. A ellos les sucedió en tal condición Antonio Troncoso. Y a su lado, todos también gallegos, se encontraban el Consejero Togado y Fiscal de la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo, José Luis Egido; el Coronel Auditor y diputado por Lugo de las legislaturas V, VI, VII y VIII, Julio Padilla; el General Auditor y escritor tradicionalista Estanislao Cantero. Pero también, fuera ya del mundo gallego, el Coronel Auditor y Letrado del Banco Hipotecario, Enrique Celdrán; el Teniente Coronel Auditor y magistrado agudísimo, Arturo Beltrán; el Coronel Auditor José Manuel Martín Carmona, colaborador de Antonio Tronco en su despacho durante estos últimos años; el Teniente Coronel Auditor y brillante abogado, Ricardo Muñoz; el Capitán Auditor y magistrado, ex-presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro; además del autor de estas líneas, «secretario perpetuo». Junto con otros que, a lo largo del tiempo, se fueron sumando o desapareciendo…

Pero si traigo aquí el nombre de Antonio Troncoso no es por su trayectoria jurídico-militar. Ni siquiera por su amplia obra literaria, centrada en aspectos artísticos, geográficos, históricos o políticos que no hace al caso citar aquí. Siendo LA ESPERANZA lo que es, un periódico de la Comunión Tradicionalista, el sentido de que acoja este obituario deriva de dos circunstancias concretas.

Antonio Troncoso, en primer lugar, recibió en su Pazo do Barreiro, en la parroquia de Villar, del municipio de Creciente, a S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, en el año Santo Jacobeo de 2004. La Hermandad de San Pío X había organizado una importante peregrinación que acababa en Santiago de Compostela el día 8 de agosto. Fui desde Madrid a recoger al Señor al aeropuerto de Biarritz, a donde llegó desde París el día 6 acompañado por Luis García Gallardo. Pasamos la primera noche en Burgos, en un hotel recién inaugurado en lo que había sido Convento de la Merced, desamortizado en 1836. Pero la segunda, víspera de la reunión en Santiago, la pasamos en el Pazo del Coronel Troncoso, incorporándose a la comitiva dos miguelistas portugueses, Luis de Castro Santos y Antonio Noronha Lorena. La velada fue gratísima, regada por los vinos y aguardientes de nuestro anfitrión, que derrochó su simpatía proverbial y causó honda impresión al regio visitante. El pazo le había llegado a aquél por su familia, ya que perteneció a don Mauricio Troncoso de Lira y Sotomayor, Señor del Barreiro y Abad del Couto, y sirvió como cuartel General de la División del Miño que había levantado para luchar contra el ejército de Napoleón, que dominaba el reino de Galicia. Don Sixto presidió el domingo la peregrinación y saludó en la Plaza del Obradoiro al profesor carlista Paolo Caucci von Saucken, presidente a la sazón del comité organizador de los Congresos tradicionalistas de Civitella del Tronto, así como de la Asociación Internacional de Amigos del Camino de Santiago.

Pero el viaje, inolvidable, no acabó ahí. Acompañados de los amigos portugueses seguimos ruta hacia Coimbra y, de ahí, hasta Cádiz, donde el ilustre carlista gaditano Ricardo Martínez de Salazar quiso alojar a Su Alteza en la suite regia del espléndido Parador. Desde Cádiz nos acercamos a Jerez de la Frontera, recibiendo al Señor el abogado y antiguo requeté en la guerra de liberación Sixto de la Calle. Recuerdo la visita a la bodega de Domecq, acompañados por Itziar Domecq Oriol, por parte de madre nieta de Lucas María de Oriol y Urquijo, de familia carlista, aunque pasada por agua, doblemente en El Pardo y Estoril. Don Sixto no recordaba haberlo tratado, pero sí a sus hermanos José María y Antonio, ambos requetés, que habían pasado por las mismas aguas, aunque volvieran a las filas de la Tradición en la ocasión significativa del Montejurra 1976. Ese mismo día Don Sixto Enrique presidió en la iglesia del Carmen la Misa por Antonio Molle Lazo, cenando a continuación con un nutrido grupo de carlistas. Recuerdo la simpatía de mi amigo Joaquín del Cuvillo Mora Figueroa y la distancia de Domingo Fal Conde, que hizo todo lo que pudo para evitar que Don Sixto presidiera esa misa. Alegaba para ello que toda «politización» perturbaba el avance de la causa de beatificación. Fue el propio Príncipe quien decidió asistir, tras haberlo consultado con algunos de los impulsores de la misma. Domingo, que saludó al Señor, al terminar la misa, no asistió sin embargo a la cena.

El segundo tema que quisiera tratar a propósito de Antonio Tronco es su dedicación a la figura de Luis de Trelles y Noguerol, diputado carlista, comisario de canjes de prisioneros por parte de Don Carlos VIII durante la tercera guerra carlista y fundador de la Adoración Nocturna Española, tan ligada siempre desde entonces a la Comunión Tradicionalista. Fue precisamente la Adoración Nocturna la que, al acercarse el centenario del fallecimiento de su Fundador, en 1993, puso en marcha algunos años antes la conmemoración. Nació así la Fundación Luis de Trelles, de la que Antonio Troncoso ha sido presidente durante muchos años. La Fundación, junto con la Adoración Nocturna, comenzó a organizar unos cursos de verano centrados sobre la vida y la obra de don Luis de Trelles. Encargó, además,  al profesor Francisco Puy su biografía. Y, sobre todo, postuló su causa de canonización. Dentro de esta labor, benemérita, Antonio Troncoso se ocupó con frecuencia del Trelles comisario de canjes, como en otras me invitó a tratar del Trelles carlista. En su pazo o en el monasterio de Poyo, pero también en Madrid, Segovia o Plasencia.

Creo que las dos piezas anteriores justifican que LA ESPERANZA acoja estas líneas en memoria de Antonio Troncoso de Castro.

Requiescat in pace.

Miguel Ayuso

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