Los nuevos mártires del Santo Reino de Jaén: herederos de La Vandea y de Cristo Rey

«La sangre de los mártires es semilla de cristianos», Tertuliano ( Apologeticum)

El 20 de junio de 2025, bajo el pontificado del Papa León XIV, la Santa Iglesia ha reconocido solemnemente el martirio de 124 hijos de la diócesis de Jaén, asesinados in odium fidei durante la persecución revolucionaria entre 1936 y 1939. Se trata de 109 sacerdotes, una religiosa y 14 laicos: confesores de Cristo que no empuñaron otra arma que la Fe, y que murieron perdonando, como su Señor, en la tierra de los olivos , hoy más que nunca digno del nombre Santo.

«Hoy es un día grande para la historia de la fe de la Iglesia de Jaén», proclamó su Obispo, Sebastián Chico. Pero también lo es para todos los españoles fieles a Dios, a la Tradición y al reinado social de Jesucristo, porque esta beatificación es una llamada a la restauración, a la cruzada espiritual, a la esperanza combatiente.

Estos mártires jiennenses son hermanos de sangre y de Fe de los mártires de La Vandea francesa (1793-1796), campesinos católicos que se alzaron en armas contra la Revolución anticristiana al grito de ¡Por Dios y por el Rey!. También de los mártires de la Cristiada mexicana (1926-1929), cuyos «¡Viva Cristo Rey!» resuenan aún en los cañones y los corazones de quienes no aceptan una modernidad sin Dios.

Los mártires del Santo de  Jaén, aunque no empuñaron fusiles como los cristeros ni hoces como los vandeanos, murieron por el mismo crimen: ser católicos fieles a la Tradición, a la Iglesia, y al orden natural que la Revolución quiere borrar.

«No hay paz duradera donde se ha crucificado la verdad», Donoso Cortés ( Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo).

Pero, ¿quiénes son estos mártires?

Francisco de Paula Padilla, sacerdote jiennense apodado el Maximiliano Kolbe español, que ofreció su vida por un padre de seis hijos.

Pedro Sandoica, médico y apóstol laico de Villargordo, renovador de cofradías y benefactor de los obreros.

Obdulia Puchol, viuda de Martos, que fundó una residencia para pobres y murió con el hábito de Tercera Franciscana.

Jóvenes como Eduardo Infante o Manuel Melero, de Acción Católica, o el periodista Bernardo Ruiz Cano, director del diario El Día de Jaén, asesinado por defender «la religión y la patria».

Bernabé Toribio, discapacitado mental que servía como sacristán de unas monjas, prueba de que el martirio no depende de la fuerza del entendimiento, sino del amor puro.

Muchos fueron ejecutados el 12 de agosto de 1936 en el infame tren de la muerte, entre ellos Teresa Basulto, hermana del obispo mártir Manuel Basulto, y su esposo. Sus cuerpos fueron saqueados y profanados, pero su sangre gritaba al cielo, y el cielo ha respondido.

«La fe de Cristo no se negocia; se confiesa con sangre si es necesario», S.  Cipriano de Cartago (De Lapsis).

Frente al catolicismo tibio que hoy busca pactos con el mundo moderno, estos mártires nos gritan que la Fe no se negocia, se vive hasta la muerte. Ellos no buscaron eufemismos, no firmaron concordias con el error ni colaboraciones «pastorales» con los perseguidores. Como los cristeros, sabían que en tiempos de persecución, callar es traicionar.

«Sólo hay dos partidos en el mundo: el de los amigos de la Cruz y el de sus enemigos», S. Luis María Grignion de Montfort (Carta a los Amigos de la Cruz).

«La guerra no es entre derechas e izquierdas, sino entre quienes adoran a Dios y quienes lo han destronado», Juan Manuel de Prada.

Desde San Eufrasio, pasando por Pedro Poveda, hasta estos mártires del siglo XX, el Santo Reino de Jaén es una tierra bendita, y el carlismo lo proclama con claridad: la Tradición no es una nostalgia, sino una misión. Y estos beatos son la respuesta de Dios a una España que necesita ser redimida por sus raíces: «España ha sido grande cuando ha sido católica; y ha sido católica cuando ha sido tradicional» (Juan Vázquez de Mella).

La beatificación no es un recuerdo devoto: es un llamado a resistir, a restaurar, a confesar la Fe sin ambigüedades. Frente a los nuevos errores —el relativismo, el globalismo, el neomodernismo eclesial—, la sangre de estos mártires es bandera.

Estos 124 mártires no son sólo una lista santa. Son estandartes vivos del Reinado de Cristo, miembros celestes del Tercio invisible que sigue combatiendo por la F de nuestros padres.

Desde el cielo, nos llaman a vivir como vivieron ellos: con Rosario en la mano, el Detente en el pecho y sin transigir con los enemigos de la Cruz.

¡Beatos mártires de Jaén, orad por nosotros!

¡Por Dios, por la Patria y por el Rey legítimo!

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza

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