Caminamos en la «nueva normalidad», como si la situación previa fuera algo normal. En la actual confusión intelectual donde se mezclan deseos y realidades, donde se falsifican los conceptos, es necesario recordar que la democracia, por más que quisieran, no rige en las definiciones. Hay que distinguir bien la supuesta «normalidad» de lo que es lo «habitual».
Los españoles, por ejemplo, al conocer el imperio azteca y la costumbre de sus sacerdotes de extraer en vivo el corazón palpitante, con un nivel de producción carnicera digna de una cadena de montaje, jamás pensaron que fuese «normal», por muy habituados que estuvieran los que allí andaban dando matarile. Al hecho de rechazar ese horror precedente se le puede llamar progreso, utilizando así el término progreso sin prostituir.
Hay dos maneras de enfrentar lo que ya es habitual, pero del todo anormal, teniendo en cuenta que florecer en el campo de lo políticamente correcto no puede considerarse una opción válida.
La primera es el escándalo que lleva a muchos a una lamentación estéril, que contrae los espíritus y los marchita en la inactividad, como si estuvieran hipnotizados por la suave melodía fúnebre de que ya nada se puede hacer. ¡Rezar y rezar…! Pero sin bajar del Tabor, donde montarán tres tiendas: la conformidad, la autocompasión y la autocomplacencia.
La segunda es reconocer el honor de haber sido escogidos desde la eternidad para un momento histórico que exige virtudes acrisoladas, talentos recios, valor templado y paciencia tranquila. Porque Nuestro Señor ha considerado que no debíamos ingresar en los Tercios, sino ser carlistas en el siglo XXI. Ha preferido que no rezáramos el Santo Rosario con miles de personas, sino que traigamos a miles a rezarlo con nosotros. No ha permitido que vivamos cómodos en las Españas, sino que nos ha llamado a instaurar la Monarquía Católica en ellas. Nos ha convocado gritar ¡Viva Cristo Rey! donde no nos dejan entrar y a conspirar con S.A.R. D. Sixto Enrique, a tiempo y a destiempo.
Porque Él quiere que obremos y no soñemos con otros siglos, porque aquellos no son el nuestro. Porque lo normal debe ser lo habitual, y cuanta más dificultad, más valor; cuantas más contradicciones, más fidelidad.
Por Dios, por la Patria y el Rey. No es una tonadilla de conformidad, porque lucharon nuestros padres y lucharemos nosotros también.
Contestaba el joven Alejandro Magno a uno de sus generales, que dudaba de la victoria ante la magnitud del desafío de la conquista de Persia, ya que se encontraban en franca desventaja numérica: «¿Desde cuando el lobo se preocupa del número de ovejas?»
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza