Resulta imposible hablar de Tradición política en un país que hunde sus raíces en principios revolucionarios. Por esta razón, es también absurdo exigir a un político estadounidense una actitud reaccionaria católica. Pero, para sorpresa de muchos, el ya ratificado presidente de los EEUU ha comenzado su mandato declarándose abiertamente católico practicante. Los medios mayoritarios lo han proclamado como el segundo presidente católico de la historia estadounidense tras J.F. Kennedy.
Sin embargo, sus propuestas proaborto, pro LGTB, y sus amplios apoyos a movimientos enemigos de la Iglesia hacen dudar de su verdadera fe, hasta el punto de que en varias ocasiones se le ha negado el acceso a la comunión en diversas parroquias. Por mi parte, no puedo sino afirmar que Biden es un católico congruente con los principios personalistas y laicistas que imperan, por gran desgracia y para nuestro dolor, incluso en la jerarquía misma de la Santa Iglesia.
«En mi creencia católica, rechazo el aborto completamente, pero no puedo imponer mis principios religiosos a quienes no piensan como yo», respondía Biden en una entrevista. ¿Quién se atrevería a afirmar que esta no es una frase de una catolicidad rigurosamente actual?
El sentido de la política católica se viene desvirtuando tanto en los últimos siglos que se ha llegado a los extremos del actual presidente estadounidense. Desde las altas esferas de nuestra Iglesia hay quienes afirman que hablar de Dios en lo político es un error que roza lo herético. El catolicismo de hoy ha dado la espalda al Magisterio perenne que se ha ido forjando por la Santa Tradición durante milenios, para custodiar la fe del pueblo católico. Las consecuencias del progresismo católico llevan a esto: a escándalos como el de Biden, que no hacen más que seguir confundiendo a las almas.
Solo podemos, como pequeños David contra gigantescos Goliath, mantener celosamente aquello que los Santos Padres y Doctores y el Magisterio de la Iglesia nos ha transmitido. Es deber de Piedad y Justicia vivir caritativamente una fe católica que inunde todas las expresiones de nuestro ser personal. Somos uno, y como unidad, la fe debe irradiar todas las expresiones de nuestra personalidad, desde las privadas y particulares, hasta las públicas y comunes. No podemos transigir distinciones absurdas que nos hagan abandonar las creencias personales en lo público.
Biden podrá ser un católico de moda, un católico a la carta, pero no es la moda lo que libera. La libertad, como nos enseñó Cristo, nos vendrá con la Verdad. Defendamos siempre la Verdad, también en lo político. No consintamos la separación de esas dos realidades, pues todo cuanto hagamos como católicos, privada o públicamente, deberá ser siempre Ad maiorem Dei gloriam.
Rafael Ruiz Rodríguez, Navarra