Cristo es Rey, se le reconozca o no

EuropaPress

Hace un año, en la toma de posesión de de Pedro Sánchez como presidente del gobierno de España, estuvieron presentes el jefe del Estado, el ministro de justicia y el anterior presidente del gobierno Mariano Rajoy, entre otras autoridades civiles y militares. Enseguida, en los medios de comunicación, saltó la noticia: el Sr. Sánchez juró su cargo sin los Santos Evangelios, ni crucifijo ni símbolo religioso alguno. Sólo ante la Constitución.

Ante tal noticia se produjeron tres distintas reacciones: la primera, la de todos los ateos que, con gran alegría, perciben este hecho como un avance de la democracia frente a todos los retrasos que la existencia de la Iglesia Católica ha producido. El segundo, la de algunos grupos de católicos, quizá de buena voluntad, que con grandes dosis de indignación que adivinan en este gesto una declaración de intenciones por parte de Sánchez. Y, como casi siempre, un tercer grupo, formado por periodistas o escritores católicos de cierta relevancia intelectual, pero al que su cultura parece no haber influido en nada a la hora de hacer un análisis profundo de los acontecimientos: son una especie de enfants terribles del catolicismo a los que le gusta más escandalizar que informar.

Ellos dicen: aceptamos que haya sido así, es más, nos alegramos de ello y, todavía más, damos gracias a Dios porque Sánchez ha jurado sin Santos Evangelios ni crucifijo. Nada aportaba el hacerlo cuando, quien lo hacía, no era católico o no pensaba legislar o gobernar como tal. Era un paripé que era necesario extirpar y con el que no hacía falta continuar. Estamos mejor así, el Estado por su parte y nosotros por la nuestra. No hace falta decir que, el mal del que adolecen, se llama liberalismo, por muy católico y conservador que sea. Para valorar mejor lo ocurrido es necesario tener en cuenta algunas de estas consideraciones.

Fue Felipe, el llamado VI, el que cambió el protocolo de la ficticia Casa Real. Si Pedro Sánchez ha sido el primer presidente de la democracia que ha jurado el cargo dejando de lado los símbolos religiosos, Felipe ha sido el primero que fue «coronado» sin hacer profesión de fe y fuera de una celebración litúrgica. El responsable primero es, por tanto, no el Sr. Sánchez sino, como les gusta decir a los rojos, el ciudadano Borbón.

El juramento ante la cruz no se hacía porque se sea católico. Se hacía para reconocer de manera pública que los gobernantes no tendrían poder si el Padre no se lo hubiese dado. Pues el verdadero Rey de reyes y Señor de señores es Jesucristo Nuestro Señor. Por tanto, no se trata de una cuestión de quebrantar o no un juramento realizado ante el Señor, sino de reconocer quién es Él. Y nadie tiene derecho, ni el rey ni mucho menos un figurón decorativo, a abolir esta práctica.

Estamos, por tanto, ante una cuestión más profunda de lo que pueda parecer: alegrándose de lo sucedido, como han hecho algunos medios católicos, están alegrándose de un mal objetivo. Y esa alegría no nos es lícita. El amor se alegra con la verdad y se entristece con la injusticia, dice San Pablo, y por más que uno quiera hacerse el católico rebelde, no puede nunca alegrarse con que se destrone públicamente a Cristo.

A otros les parece normal el gesto del Sr. Pedro Sánchez. La lógica parece contundente: puesto que es ateo, mejor que no jure ante unos símbolos que para nosotros son sagrados. Pero de nuevo, esa no es la cuestión. La cosa funciona de otra manera. La sinceridad, la adecuación de tu pensamiento y tu acción, no hace de ésta última una acción buena. No se trata de ser sinceros con lo que pensamos, sino con la Verdad. La sinceridad, de nada nos sirve, sino va unida a la objetividad y a la Verdad. Muchas maldades han sido cometidas a lo largo de la historia con la más absoluta sinceridad. La bondad, único fin aceptable de nuestros actos, es lo que hace buena una conducta. Por tanto, aunque el Sr. Sánchez no vaya a ser el futuro San Fernando, siempre es mejor que haga un juramento, aunque no vaya a ser honesto (quien se condenará será él y no nosotros) que eliminar de una palmada los signos religiosos.

No son vestigios de una edad pasada, nosotros siempre tan preocupados de lo que hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de la historia, sino recuerdos de una verdad inmutable: Cristo es el Rey de todas las cosas, también de España, les guste al tal Felipe, a los republicanos, a los rojos, a los liberales y a los católicos neocones o no les guste.

P. Juan María Latorre, Círculo Sacerdotal Cura Santa Cruz