Hay un primer elemento a considerar si deseamos adentrarnos en los que estas palabras reveladas al beato Bernardo Hoyos tienen de significación para nuestra España. Las apariciones y visiones, cuando son verdaderas y aprobadas por la Iglesia, entran a formar parte de la historia, de nuestra historia. Hoy se quiere eliminar de la historia todo elemento sobrenatural, todo aquello que pertenece al mundo de la fe. Aquel que quiera profundizar en el significado último de la historia no puede descartar aquellos acontecimientos que pertenecen al orden sobrenatural, igual que no existe un Cristo de la fe y un Cristo de la historia, sólo existe un Cristo, existe sólo una historia.
Un segundo elemento que hay que tener en cuenta es el del complejo significado de las apariciones o, en un lenguaje más teológico todavía, las apariciones privadas. La Iglesia ha afirmado y subrayado siempre que, todo aquello que es útil y necesario para nuestra salvación ha sido ya revelado en la Escritura, interpretada a la luz de la Tradición y bajo la guía del Magisterio. Pero Dios, en su infinita misericordia, ha querido unir los acontecimientos de la historia posterior a milagros, visiones o revelaciones, llamadas particulares, para subrayar un elemento de la fe, para avisar de la transcendencia de un acontecimiento que está por venir
Santo Tomás de Aquino explica que las revelaciones y profecías continúan en la historia de la Iglesia, no para introducir una nueva doctrina, sino para dirigir los comportamientos de los hombres en conformidad con la doctrina de la Iglesia. Esta revelación privada puede ser singular o para la entera humanidad. Así, que una revelación sea privada no implica que ésta esté destinada únicamente a la persona a la cual se ha revelado sino que no hace falta adherirse a ella para salvarse. Sería absurdo, pensar que el mensaje de Fátima iba solamente dirigido a tres pobres pastorcillos de una pequeña aldea de Portugal o que las revelaciones del Sagrado Corazón en Parey le Monial sólo iban dirigidas a la monja de la orden de la Visitación.
Si uno atiende a la historia, se pueden establecer algunos paralelismos que no podemos dejar pasar de lado. Entre las revelaciones a Santa María Margarita de Alacoque y la Revolución Francesa transcurrieron unos 100 años. Entre las revelaciones al beato Bernardo Hoyos y el inicio de la monarquía liberal en España pasaron, exactamente, 100 años. Las revelaciones de Fátima y la Revolución Comunista son contemporáneas. No creo que sean casualidad. De aquí surge una tercera consideración: las revelaciones privadas dirigidas a una multitud de personas nos ayudan a entender mejor los tiempos que vivimos.
Hoy, más que nunca, atendiendo a estos tres principios, hay que tomarse muy en serio las palabras que el Señor le dirigió al beato Hoyos, cuánto más cuando es el mismo P. Bernardo Hoyos el que testimonia que «Dióseme a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mi sólo, sino para que por mi las gustasen otros».
¿Y qué nos revelan estas palabras?
Son más que conocidas, entre los lectores de nuestro periódico, las tesis menendez-pelayanas que han quedado condensadas en su epílogo a la Historia de los Heterodoxos Españoles en las que se define la unidad católica de España en orden a una finalidad. España será grande, será una, cumplirá su vocación si se mantiene católica –confesionalmente católica, se entiende. Pero ignoramos tantas veces un hecho que repetía tantas veces mi amigo D. Manuel de Santacruz: Cristo reinará, no sólo en función de un bien, sino porque es su derecho, porque Él es nuestro Rey y nosotros sus vasallos.
Y, terminando, ¿qué buen caballero, qué buen vasallo, que milite en las filas de Nuestro Señor, no preparará su armadura, forjará su espada y saldrá al campo de batalla a conquistar el reino que se ha usurpado a Nuestro Señor? Para que el Corazón de Cristo reine en España con más veneración que en otras partes será necesario que actuemos, que impacientes subamos a nuestros caballos y luchemos por nuestro Rey. Sin miedos ni desesperanza pues, como dijo la Santa, «con tan buen amigo presente –nuestro Señor Jesucristo–, con tan buen Capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir».
P. Juan María Latorre, Círculo Sacerdotal Cura Santa Cruz