Recientemente, en un nuevo «motu proprio», el Papa Francisco autorizó oficialmente que las mujeres pudieran realizar lecturas de la Biblia y distribuir la Sagrada Comunión, lo que constituye claramente un paso hacia la posibilidad de aprobar el sacerdocio femenino. En su empeño por alejarse cada vez más de la religión católica, el Papa insta a las mujeres a que realicen tareas que, no sólo no las acercan a Dios, sino que las ponen en peligro de atentar contra la ley divina.
Las mujeres que de verdad pretendan agradar a Dios no deben intentar suplantar a los hombres, sino observar las normas eclesiásticas que se refieren a ellas. Una de estas normas es la obligación que las fieles católicas tienen de cubrir su pelo antes de entrar a una Iglesia o en presencia del Santísimo Sacramento, como recoge el Código de Derecho Canónico de 1917.
Hasta el Concilio Vaticano II esta práctica era respetada por toda mujer católica. Hoy en día, sin embargo, es común observar en las Iglesias señoras en el altar repartiendo la Comunión y mirando con extrañeza, y aires de superioridad, a aquellas que humildemente rezan arrodilladas con su cabeza cubierta por un velo. No obstante, el uso del velo es un tema de suma importancia en la religión católica. San Pablo es muy claro al respecto: «toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza […] Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, que se cubra» (Corintios 11, 1-16).
Por tanto, para glorificar a Dios las mujeres deben cubrir su cabello como signo de sumisión y respeto a Nuestro Señor. El velo representa humildad, modestia y castidad. Como San Pablo aclara, cubrirse el pelo es un acto de amor a Dios. También Santo Tomás de Aquino en su comentario a esta Epístola de San Pablo considera que «la mujer debe cubrirse para mostrar que no hay que ocultar, sino revelar la gloria de Dios; la gloria, en cambio, del hombre-la mujer hay que ocultarla». Así pues, cubriendo su cabello en presencia de Dios, la mujer pone en el centro del culto la gloria de Dios, y no la propia.
Las mujeres no debemos aspirar a ejercer el ministerio sacerdotal; debemos aspirar a ser santas, y el velo y la modestia nos acercan a ese objetivo. Cuanto más se aproxima la mujer al altar de forma inapropiada y con soberbia más se aleja de Dios, pues como decía Santa Teresa: «La medida verdadera de nuestra proximidad a Dios, es la dama humildad».
Ana Calzada, Margaritas Hispánicas. Círculo Tradicionalista Enrique Gil y Robles de Salamanca