Elogio y nobleza de la boina

Carga caballería carlista, Ferrer Dalmau

La boina es a, decir de los modistas, una prenda icónica, un accesorio favorito de la moda que tiene un trasfondo político y artístico, pues ha jugado un papel original al asociarse con la bravura y la reacción al poder injusto. El inefable Christian Dior consideraba la boina roja como un clásico básico

La boina, bonnaid y buinne en gaélico, boneta en vascuence altonavarro y aquitano, es una prenda antiquísima de ancestral y noble uso. En yacimientos arqueológicos neolíticos de Cerdeña se han localizado enterramientos de personas de la élite tribal abrigados con sus imperecederas boinas y sus armas. También los reyes persas aparecen encumbrados con su boina antes de la batalla. Artajerjes marcaba estilo en la corte y se cubría con unas chapelas de categoría, como aparece en diversos frisos durante las cacerías de leones en las reguladas reservas comunales cinegéticas. Un lector me comentaba sorprendido «¡Qué bueno: Carlismo persa!». Curiosamente, la admirable ordenación tradicional de los comunales de la Persia clásica o sus alegres fiestas de la cerveza no se alejaban de los de nuestra sociedad tradicional europea, hoy cercenadas por el mundialismo aguafiestas e inhumano.

El origen remoto de esta caliente gorra de lana, como el paraguas, es una solución natural que imita al sombrerillo circular de los hongos, que protege de la lluvia la salida de las esporas para su dispersión. La boina roja resulta idéntica al píleo (sombrerillo) de la exquisita y regia seta Amanita caesarea, apreciadísima desde antiguo en el ámbito vasco-pirenaico y mediterráneo.

El uso regio y noble de la boina queda corroborado por multitud de reinas, catedráticos y personas de valía que la apreciaban. La reina Margarita de Navarra  (esposa de Enrique II de Navarra, el Sangüesino) ya lucía una boina negra de vuelo ancho hace 5 siglos, como su egregio esposo. Varios pintores de renombre de su época, como Hans Holbein el Viejo, retratan a personajes de abolengo de su tiempo ataviados con boinas idénticas a las actuales. 

La boina es una corona protectora frente a la lluvia, el viento y el destemple y así, la chapela de vuelo amplio es la más apreciada por los vascos montañeses, los escoceses de las levantiscas y jacobitas Tierras Altas y los bretones y vendeanos aborígenes, asediados por lluvias permanentes y airosas galernas. 

En 1920 se estrena la legendaria película de temática carlista del cine mudo Pour Don Carlos en la que la aguerrida y bella margarita Musidora marca tendencia con su elegante boina roja hacia atrás. Inmediatamente los modistos franceses ponen de moda las boinas bermejas en Paris y Hollywood, que también lucieron los directores de cine de entreguerras.

Mi aguerrida madre, Margarita, que en Gloria esté, me contaba que de pequeña, en los años 20, sus tíos sombrereros de Valladolid le regalaron una vibrante boina roja con la que iba devotamente a la Santa Misa. El tradicional y legendario tinte rojo que se empleaba y que debiera recuperarse, se conseguía a base de las encarnadas raíces de la Rubia tinctorum, rubia de tintes o ruya, planta autóctona y cultivada en muchas tierras hispanas, como en el Cerrato castellano.  Este impresionante y tradicional tono bermejo subido era apreciadísimo en los mercados asturianos, guipuzcoanos, etc,  y también servía para colorear de forma espectacular el añorado y brillante caramelo de las típicas manzanas rojas de las ferias.

Lo cierto es que los carlistas pusieron de moda las boinas rojas, como también de otros colores: blancas, azules y negras y fabricadas por artesanos norteños del llamado Cinturón de la Boina, formado por las localidades de raigambre legitimista: Tolosa (Elósegui), Valmaseda (La Encartada), Oloron (Boneteria Auloronesa), Pradoluengo (6 firmas) y Ezcaray (3 firmas), base de una floreciente industria de la lana mesteña y trashumante. Solo entre Pradoluengo y Ezcaray fabricaban 4 millones anuales en los años 30, hoy cerradas pero que surtieron a todas las Españas, siendo especialmente apreciadas por los gauchos argentinos, hasta el punto de incluirlas como una prenda propia tradicional. Con el desarrollismo cincuentero del franquismo, la forzada expulsión a las ciudades y el embate del modernismo, la boina, como otras prendas castizas, cayó en un injusto desprecio. 

Esta pieza emblemática que se asocia a la milicia (especialmente  la roja a los paracaidistas, pues se localiza muy bien y no se pierde fácilmente) goza de cualidades prácticas de versatilidad y vital fijación en la cabeza, que la hace especialmente útil en las ardorosas batallas. Esta aplicación militar resulta mayoritaria actualmente y las firmas fabricantes que perduran haciendo boinas surten en primer lugar a los ejércitos de todo el mundo. 

La boina roja en el ámbito norteño era de uso noble y festivo, timbre de gloria y vibrante color, de los domingos y de las grandes ocasiones, también de la batalla y siempre como un símbolo de distinción. Es el motivo por el cual los carlistas la eligieron en su indumentaria como uno de sus más entrañables emblemas.

Pero además, la boina bermeja poseía un valor estratégico, ya que se veía desde arriba y en el interior de los fragosos montes, donde las valientes partidas locales se debían refugiar, pero no desde abajo, por donde acechaban las bien pertrechadas unidades liberales. Hay un ave de lo profundo de los bosques pirenaico-cantábricos que es el picamaderos negro o picaguacero, tocado por una boina roja de plumas. Este precioso pájaro carpintero cuyo vibrante relincho o  irrintzi resuena en las selvas montañesas, donde se llama con el sobrenombre de  a gralla carlista, apezkarlista txori o simplemente carlista, por ese llamativo plumaje rojo de su cabeza, contrastado con el negro azabache del resto. De esta manera, se comunica con sus congéneres en las copas de abetos y hayas pero sin que se localice desde abajo. Justamente era lo que los guerrilleros en la francesada, después carlistas emboscados, necesitaban, comunicándose de igual manera imitando el reclamo del ave antes de atacar a los exógenos invasores. 

Don José María Oria de Rueda, quien perteneció al consejo de gobierno de S. M. C. Don
Javier de Borbón, junto a un legitimista escocés jacobita. Estella, 1966

Cuando la boina se convirtió en un símbolo del Carlismo, el inicuo Espartero prohibió en el año 1838 llevar esta prenda a toda clase de personas, tanto militares como paisanos, bajo fuertes multas. Los liberales quisieron acabar con ella y la dirigieron todos los ataques posibles en sus histriónicos libelos difamatorios, en donde aparecen los carlistas con boinas y paraguas como muestra de su pobre intendencia, frente a los bien pertrechados guiris pagados con el erario público. No obstante con el tiempo, las boinas volvieron a campar entre la población desplazando incluso a la gorra obrera industrial de las fábricas.

La boina roja llama la atención con su favorecedor estilo, vibrante color y significado y en la actualidad la luce mucha gente del ámbito tradicional hispano como muestra de identidad ante los despersonalizadores e invasores embates mundialistas. Para evitarlos, nada menos que lucir esta preciosa y favorecedora prenda,  como dice la entrañable canción carlista:

¡Qué guapa eres, que bien te está, 

la boina blanca y la colorá!

Juan Andrés Oria de Rueda y de Salgueiro, Círculo Pedro de Balanzátegui de León