Las negociaciones discretas arrojan sorprendentes acuerdos, que la prensa despoja con fruición. Porque quien sabe vender, sabe hacerse de rogar y sabe publicitarse. De este modo, el PSOE y el PP se repartieron ayer la composición del Consejo administrativo de RTVE en el Congreso, rubricando una innovación institucional poco novedosa.
Lo habitual se anuncia a bombo y platillo, y no falta quien se eche las manos a la cabeza. La democracia es la forma de gobierno mediante la cual una oligarquía rige una comunidad política. Naturalmente, para su provecho particular.
La relación entre los oligarcas nunca es una amistad armoniosa, pero guarda cierta armonía. Las familias de oligarcas, poderosos del Estado democrático, compiten entre sí, aunque lo hacen con cierta deferencia. Saben que dependen de su apoyo y sostenimiento mutuo. Así, en tanto que comerciantes, se reparten el dominio de los ámbitos del comercio, fijan límites convenientes para su competencia, y generalmente se hacen la puñeta sólo hasta cierto punto.
La señal más clara de que una oligarquía tiraniza un pueblo es el sabor avaro que toman las instituciones. Todo lo común se envuelve de un espíritu privado y tahúr. Al igual que se reparten el lugar de los puestos en el zoco, los oligarcas se dividen los cargos, dominio y participaciones de las instituciones. Son repartos pensados exclusivamente como explotación particular de una estructura en beneficio propio. Un beso adúltero, de lucro lujurioso. El mismo Estado, erigido como distinto y contrario a la comunidad, queda dispuesto para el que pueda comprarlo.
Ésta es una dimensión esencial del turno de partidos, así respira el Estado democrático. El destino de buen número de administraciones se decide por esta suerte de concurso privado, distribución entre negociantes. Como vemos, la democracia no es gobernar para el común, sino acaparar lo común.
Y es que los partidos son órganos de la oligarquía para la dirección de una comunidad política. RTVE siempre fue distribuida, como el Consejo del Poder Judicial fue siempre distribuido. No es un reparto para evitar la concentración de poder, es un reparto para garantizarla y delegarse áreas y nichos variados para su aprovechamiento privado.
Por lo general, quienes se quejan de esto son los que pujan por arrancar una parte más grande de la que les ha tocado en suerte. Esta concepción de la política, esta disposición de las instituciones, la tiene la democracia por ser democracia, y los partidos por ser partidos.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid