La Educación no es formación para el trabajo

Grupo de escolares en clase. EFE

Hemos tratado ya dos errores comunes a la hora de entender la educación desde las ideologías modernas de «derecha e izquierda» (aquí y aquí). Sin embargo, el elemento común de ambas ideologías es su cosmovisión materialista, de la que se desprende un tercer problema: la reducción de la educación a su aspecto excluyentemente pecuniario y su aplicación por medio de la tan afamada formación para el trabajo.

La educación no es formación laboral. Podrá y deberá incluir la capacitación del alumno en las competencias laborales generales y el desarrollo de los conocimientos y virtudes, que le ayudarán a desempeñarse como un buen trabajador, por supuesto. Pero no puede quedar reducida a esto, ni puede ser la educación considerada en sí misma con base en este criterio tan chato.

Cuando eso sucede, se abandona lo más por lo menos, se multiplican las materias técnicas y se relegan aquellas que construyen más profundamente la hondura humana: las artes liberales, la formación humanística y, sobre todo, la moral y la Religión, que es la materia más valiosa que pueda existir, como veremos más adelante. Todo ello bajo el supuesto criterio práctico de que lo importante es capacitar para la vida real, para el empleo, el despliegue económico de las futuras generaciones y demás expresiones que encandilan el oído moderno.

Existe además un problema intrínseco en este reduccionismo que no puede escapar del materialismo: un trabajo mejor remunerado sería un mejor trabajo. Si la educación fuese en su esencia formación laboral, entonces una mejor educación sería aquella que lograse en el futuro de los educandos mejores trabajos, esto es, trabajos mejor remunerados. Sin embargo, de ser así, ¿sería una mala educación aquella que obtuviese ciudadanos felices en el campo o en labores -como la educación, justamente- que no se caracterizan por la hondura de los bolsillos de quienes las ejercen?

Tristemente, es de este problema del que se desprenden tantas rupturas de tradiciones familiares, tanto desdén por los oficios y vocaciones reales, tanta universiditis, verdadera pandemia incubada en la Ilustración y transmitida por el todopoderoso mercado de la oferta y la demanda. En cambio, la educación es para la virtud, y la virtud para el Cielo. Sí, en efecto ser virtuoso naturalmente conlleva un correcto desempeño laboral, pero como connatural consecuencia, no como fin. En este valle de lágrimas la meta es el Cielo, cosa ajena al materialismo.

Javier Gutiérrez F.-Cuervo, Círculo Blas de Ostolaza, Perú.