Las decenas de películas de ciencia ficción o futuros distópicos suelen demostrar que la más elevada de las inteligencias artificiales siempre tendrá un componente mecánico que es incapaz de asemejarse al alma e ingenio humanos. En efecto, las fabricaciones del hombre parecen tener ese límite: un mecanicismo intrínseco carente de vida y gracia que se manifiesta del mismo modo en el mundo del Derecho.
Elías de Tejada, en su descripción de las cinco rupturas de la Cristiandad, señaló el carácter mecánico del sistema jurídico fabricado por Hobbes en la cuarta ruptura, la del Derecho racionalista y positivista. Desde esta perspectiva, el Derecho no procederá ya más de la ley natural ni consuetudinaria sino de los equilibrios humanos y la formulación rígida de infinidad de artículos y subartículos legales. Todos ellos se sobreponen, anteponen y reponen en un entramado complejísimo y burocratísimo como las ruedas, pivotes, piñones y manecillas del más complejo reloj suizo.
Esta realidad no ceja de mostrársenos cotidiana en sus sempiternos juicios e instancias de primer, segundo y tercer nivel para intentar alcanzar una «interpretación del texto constitucional».
No se busca una sentencia justa por naturaleza, no, sino una adecuación a las reglas del juego establecidas mecánicamente por los equilibrios de los intereses humanos de los poderosos de turno. De esta forma, se ha aplicado la tacha (exclusión de la campaña electoral) de un candidato presidencial que, con sus sostenidos y bemoles, había prometido durante la mencionada campaña que, de ser elegido presidente, donaría su sueldo a las ONG’s a las que, por otra parte, lleva haciendo donaciones desde hace décadas.
Sí, aunque parezca propio de una comedia de humor absurdo escrita por los Pythons, aparentemente en el Perú está prohibido ser presidente si no deseas cobrar por ello. O, al menos, afirmarlo en campaña, ya que constituye un delito de las leyes electorales que prohíben toda dádiva y promesa de dádiva durante la campaña electoral.
Como en múltiples de las anteriores elecciones presidenciales, los candidatos se dedicaban a «comprar» votos a base de regalar juguetes o premios en metálico en sus eventos, y esto favorecía que ganara el más dadivoso, los entes electorales acabaron prohibiendo toda clase de dádivas en acto y prometidas. Esto demuestra una vez más que los mismos defensores de la laureada democracia son plena y absolutamente conscientes del carácter irracional del voto popular.
Evidentemente, cualquier lector medianamente atento encontrará la natural diferencia entre una dádiva corruptora y una limosna piadosa. Cualquier lector humano, claro: para una fabricación mecánica y robótica como es el actual sistema de Derecho peruano, al más puro estilo de los androides futuristas de Hollywood, esa distinción se escapa de sus algoritmos, ya que depende de un matiz que no se funda en los fenómenos externos sino en la moral.
No es lo mismo una dádiva que una donación, y sólo son inhábiles para entenderlo las máquinas judiciales y aquellos necios incapaces de donar sin doblez de intención puesto que, como sapientísimamente reza el dicho: «juzga el ladrón por su condición».
Gregorio Alpaca, Círculo Blas de Ostolaza de Perú