
Hace no mucho, Victoria Abril realizó una serie de declaraciones realmente sensatas respecto a las medidas contra el coronavirus y la vacuna publicitada para hacerle frente. Opiniones que, en realidad, muchas personas se plantean y preguntan privadamente en sus casas y círculos cerrados.
Los aspavientos airados de los medios de comunicación y la masa borreguil alienada de la sociedad española no se hizo esperar. Medio-hombres ojipláticos y aldeanas histéricas —que diría Valle-Inclán—, acusaron a la actriz de negacionista y conspiranoica. Hasta hace poco había sido elogiada como representante de la progresía izquierdista.
Lo cierto es que la mayor parte de los argumentos que Victoria Abril esgrimió resultaron ser, por lo general, correctos y nada disparatados. Sin embargo, la sociedad liberal y nihilista que padecemos no puede tolerar que se disienta de la opinión de los grandes medios de comunicación y de la oficialidad del yugo democrático.
Llevamos cuatrocientos años de negacionismo de la Iglesia y del Papado como autoridad universal de los pueblos. Dos siglos de rebelión contra las monarquías cristianas y la soberanía social de Cristo en las naciones. Llevamos cincuenta años de negacionismo del magisterio preconciliar en Roma o del principio de autoridad en las familias y sociedades. Llevamos… ¿una década? de negacionismo de la propia biología más elemental. Hemos, en fin, tocado techo en lo que se refiere a voluntarismo político y «libertad de conciencia», que bien condenada fue por S.S. Gregorio XVI en Mirari Vos.
Sin embargo, esta sociedad descreída, que proclama la autonomía y soberanía del individuo y de las sociedades por encima de todas las cosas, no puede admitir que otras personas contradigan sus principios y dogmas usando sus normas de juego democrático. Por ello, organizan un ataque feroz calificando de bulo toda opinión que disienta del totalitarismo liberal al que nos quieren dirigir o, más bien, en el que pretenden profundizar.
Los datos de muertes reales por el virus hablan por sí solos. Más allá de los dramatismos de unos y los exabruptos de otros, la realidad que salta a todas luces es que la inmensa mayoría de medidas tomadas contra esta llamada «pandemia» resultan, como mínimo, exageradas.
Los medios de comunicación, por el contrario, parecen muy interesados en mantener el miedo latente en una población cada vez más domesticada y que busca desesperadamente una vacuna cuyos resultados desconocemos, pero que, sin embargo, puede que lleguen a resultar casi tan perjuiciosos como los de la enfermedad.
Mientras tanto, se agradece al amo liberal las migajas de los derechos de bragueta, la comida a domicilio y series por Internet. Todo lo que contribuya con éxito a ahondar en el individualismo narcisista, vacío y lobotomizado en el que los enemigos de Cristo quieren confinarnos.
Jaime Alonso/ Círculo Tradicionalista Juan José Marcó del Pont (Vigo)