Mataviejos

EFE

La mayoría de la prensa ha pasado de puntillas por una noticia escalofriante. Casi 30.000 ancianos han muerto en residencias por coronavirus. El Gobierno lo certifica: los ha dejado morir en esas sórdidas salas de espera del cementerio. Esta noticia quizá habla de la insensibilidad de los españoles, pero sobre todo del cuajo descorazonado de sus gobernantes.

En la misma semana, la ministra Montero iniciaba su pataleta porque prohíban las manifestaciones feministas por la situación de la pandemia. Aquí podemos ver algo más que una rabieta ajena a la realidad más inmediata. Con su habitual tono histérico, Montero reclamó su derecho a alborotar la calle para plantear exigencias a un gobierno ¡del que ella forma parte!

Aunque la ministra no pensase en los pobres miles de ancianos muertos, hay una conexión esencial entre esta gran mortandad y los criterios del régimen. Porque todos los derechitos que la ministra reclama perentoriamente parten de una soberbia radical. Los posmodernos más petulantes sentenciarían que los discursos de este tiempo son cada vez más autorreferenciales.

Lo que quiere decir en román paladino que el fundamento desde el que hablan es un individualismo creador. Postulan que el individuo es Dios, con poder para definir la naturaleza de todas las cosas y ordenarlas a su conveniencia. Esto pide una consecuencia obligada: rechazar todo lo dado, todo lo legado, toda disposición que no haya emergido de la voluntad absoluta del individuo. Esto es lo que llaman «deconstrucción».

La consumación de estos derechos exige la muerte de los viejos. La determinación autorreferencial del individuo, el único Dios en que creen todos los descreídos, requiere la repulsa visceral de nuestros mayores. De todo lo que nos hayan donado. Revolución del alma, entregada al resentimiento por no reconocer la paternidad que nos constituyó.

Con esto, no se dice que el Gobierno haya abandonado a la muerte a miles de ancianos por sádico placer, rascándose con gusto la sarna que le pica. Aunque no es casualidad que la eutanasia se haya aprobado hace escasos meses; lo cual, por cierto, anticipa la ruina de las residencias.

Sin embargo, es obligado conocer que la política moderna exige destruir a nuestros mayores y todo lo que quede de ellos en nosotros. Porque aunque no los aniquilase físicamente, todo su credo reza su extinción.

El programa revolucionario de salvación de la humanidad no es otro que aniquilar toda disposición y toda donación hecha por nuestros mayores. Por eso los modernos aniquilan a sus padres, abuelos, tíos en ellos mismos. En ocasiones hasta mutilándose el cuerpo. El único camino posible para acabar con su deuda existencial es negarla. Pero la palabra —humana— no crea el ser, por mucho que se empeñen.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid