Antes de que la Iglesia triunfara sobre el mundo pagano, se persiguió a los cristianos por mandato de gobernantes impíos. En los momentos más duros, fue preciso tener una manera discreta de perpetuar en la Fe. Un modo de reconocer a los hermanos. De predicar de forma resguardada el Evangelio, sirviendo a Dios y administrando los sagrados sacramentos.
En nuestro tiempo no se manda a los católicos a ser devorados por las fieras. Pero se persigue y se destruye la Fe, de manera más disimulada pero igualmente feroz. Por gobernantes y secuaces mediáticos. Por intelectuales sin doctrina ni sabiduría. Por el común de nuestro pueblo engañado. Por las ideologías y la revolución.
¿Debemos guardarnos del mundo para evitar la destrucción como antaño? «Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído predicadlo sobre los terrados», ordena Nuestro Señor.
No debemos refugiarnos en las catacumbas cuando aún queda luz de las ruinas de nuestro antiguo mundo cristiano. Ruinas pidiendo con fervor que las restauremos.
Sigamos el ejemplo de los santos, de la caridad de nuestros antepasados. Prediquemos a nuestro alrededor para convertir a un pueblo extraviado de la Fe de Cristo.
Gabriel Sanz Señor, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.