
A lo largo de sus dos mil años de historia, en el seno de la Iglesia Católica, junto con nosotros los pecadores, han crecido almas de excepcional virtud: los santos. Y en la Comunión Tradicionalista, como agrupación de los católicos hispanos que es, no han faltado hombres y mujeres dignos de imitación por haber vivido cristianamente.
La Iglesia Católica, Madre amorosa y prudentísima, ha diferenciado dos clases de cultos: el público y el privado. Es público «si se tributa en nombre de la Iglesia por personas legítimamente constituidas al efecto» (canon 1256 del Código de Derecho Canónico de 1917); de lo contrario es privado. Con el primero se honra exclusivamente a Dios, a los santos y a los beatos; con el segundo a aquellos que murieron en olor de santidad, y es, como recordará el lector, el que ha precedido, con frecuencia, la apertura de los procesos de beatificación.
Es así como los carlistas, siguiendo y respetando la enseñanza de la Iglesia, han rendido culto ―público o privado― a otros carlistas conocidos por sus virtudes, como las señoras que pedían la intercesión de don Tomás de Zumalacárregui.
Esta serie de artículos no tiene otro objetivo que rescatar la memoria de algunos de ellos, fomentar su imitación y culto y despertar la curiosidad del lector para que haga lo propio con otros. Sería imposible mencionarlos a todos, pues dentro de nuestra Comunión han florecido tantos santos que bien podría hacerse con ellos un santoral entero. Y ni siquiera se podría hacer una reseña completa de sus vidas, por estar tan llenas de enseñanzas y anécdotas con las que, a su vez, podría hacerse un libro entero para cada uno.
Así, con las limitaciones tanto del espacio como las de quien escribe, repasaré por medio de varios artículos algunos nombres, teniendo siempre presente que hay miles que no conozco, pero que Dios sí: «ante Dios nunca serás héroe anónimo».
FARO/Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas. J. P. Timaná