La Educación no es crear líderes

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Un problema evidente que nace de enfocar la educación desde una clave materialista, como tratamos aquí, es el de reducirla a la formación para el trabajo. Pero no es el único problema, ni el más sutil. Existe una perspectiva igualmente materialista pero menos evidente y, por lo mismo, más dañina y peligrosa. Y por esto, es necesario alertar a las conciencias católicas inadvertidas en las que el error se inocula sin dificultad. La educación no es crear líderes.

El liderazgo es de por sí un término agradable a todos los oídos, pero de un contenido tan heterogéneo como amplia sea la diversidad humana que lo oye. Como en los tiempos de Cervantes los tratados y novelas de caballería se multiplicaban para la alimentar la estulticia de las mentes, hoy el liderazgo es la nueva hidalguía comercial y vacía. Abundan los jóvenes aturdidos que salen del colegio con una sola idea en la cabeza: ser líderes. Pero sin saber de qué o para qué, solo con el ímpetu del ingenioso de la Mancha que deseaba enderezar entuertos, amparar doncellas desvalidas y luchar espada en mano por la verdad y la justicia, sin ser capaz de discernir entre molinos y gigantes.

Frente a esto, se multiplican también quienes procuran expresar un liderazgo de inspiración cristiana para evitar que sea reducido solo a ganar más, sin dejar de tener esto como criterio elemental, claro. Con categorías como las «virtudes blandas», se establece la primacía de las relaciones humanas y las dimensiones espirituales por encima de las materiales, así como una serie de criterios que pretenden superar el lastre inmanentista que es intrínseco al liderazgo moderno.

Si la educación fuera crear líderes, el mejor colegio sería aquel que acumulase más exalumnos «notables», como el «Club de las Eminencias» del profesor Slughorn, quizás el único personaje interesante del mundo de J. K. Rowling. Por eso el liderazgo tiene dos límites: no es para el Cielo y es accesorio a la naturaleza humana, ya que no todos pueden serlo. San Francisco de Asís no está en el Cielo por su gran liderazgo, sino por su gran santidad; mientras que Mandela o Gandhi fueron grandes líderes, pero ni mucho menos santos.

El liderazgo vigente, que es humanista e ilustrado, no puede separase del materialismo. Y cuando pretende dejar atrás ese lastre, se transforma en un eufemismo de santidad aconfesional, que es peor aún. Llamemos a las cosas por su nombre y consideremos los asuntos de este mundo con sus bondades y límites propios. El fin de la educación es la virtud y la santidad, no el liderazgo humanista.

Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo, Círculo Blas de Ostolaza, Perú.