En un artículo anterior expusimos las características y otros pormenores del periodo conocido como Pequeña Edad del Hielo. En relación con ella se han dado explicaciones que incluyen volcanismo explosivo, manchas solares, irradiancia solar y variabilidad natural no forzada.
Esto lo están corroborando investigadores del Territorio del Colorado (Universidad de Boulder/Valmonte, EEUU, Virreinato de Nueva España). En el libro La Pequeña edad del Hielo (The Little Ice Age. How climate made history 1300-1850), de Brian Fagan (Profesor en la Universidad de Santa Bárbara, Nueva España) se incluyen dramáticas descripciones bien documentadas sobre el avance espectacular de los glaciares alpinos durante los más de cinco siglos de la mencionada Pequeña Edad del Hielo y la devastación, muerte y destrucción de numerosas localidades de montañas europeas.
Desde la Edad Media, las erupciones volcánicas impulsaron el cambio climático en el hemisferio norte, que impiden que la luz solar llegue a la Tierra, provocando un clima más frío y seco, explican los científicos (equipo del Dr. S. Tett) de la School of GeoSciences de la Universidad de Edimburgo (Reino de Escocia).
Uno de los mantras de la obsesión climática es que la ganadería supone un gran peligro por su producción de metano, que contribuye al calentamiento. No tienen en cuenta que en el año 1300 se calcula que había más de 100 millones de grandes fitófagos en Norteamérica, inabarcables rebaños de bisontes o grandes búfalos. La cantidad de metano de esta megapoblación debió ser colosal. Los bosques adehesados de encinos «oak savanna» eran dilatadísimos. En África la población migratoria anual de grandes herbívoros era muy superior. Entre búfalo cafre, cebras, ñúes, alcelafos y elefantes se debían superar los 1000 millones. Las espinosas acacias africanas están creadas para soportar eso (dicen los aborígenes masai y los kikuyu de las sabanas).
En Europa, antes de la llegada de los seres humanos procedentes del medio oriente, cientos de millones de grandes fitófagos, enormes toros, caballos, rinocerontes, bisontes, mamuts debían producir gigantescas cantidades de metano.
Hace unos 25.000 años entre nuestros ancestros prehistóricos se produjo un gran avance tecnológico: el surgimiento de las flechas y otras armas arrojadizas que permitían al cazador abatir a sus presas sin exponer su propia vida. Los humanos entonces aniquilaron directa e indirectamente gran parte de la megafauna en Eurasia y Norteamérica, ejemplarizada en la brutal masacre de mamuts y otros proboscídeos cuyas gigantescas poblaciones desaparecieron. Una verdadera extinción en masa, nada que ver con el «buen salvaje» que diría Rousseau. Posteriormente el ganado doméstico sustituyó a los rebaños antiguos.
Uno de los autores más impactantes de este tema candente de los últimos meses es Michael Shellenberger. Ha sido considerado como uno de los principales referentes del ecologismo mediático americano de este siglo, políticamente correcto y conseguidor mundialista de enormes fondos. Además, para colmo, alto y guapo, todo «un buen partido».
En la década de 2000 fue fundador nada menos que del Proyecto Nuevo Apolo, asumido plenamente por Obama. Como muestra, fueron más de 150.000 millones de dólares los gastados a su cargo entre 2009 y 2015 en «transición ecológica». En el faraónico proyecto citado, una nutrida coalición de «modernos legisladores demócratas» junto a las principales organizaciones sindicales y ambientalistas impulsaron una extraordinaria inversión en supercoches eléctricos, ahorro energético y energías renovables (ejércitos de aerogeneradores, regiones cubiertas de placas solares, centrales transformadoras y demás parafernalia «limpia» cubriendo las montañas, costas.).
Hace falta mucho valor y amor a la verdad para desdecirse y publicar un best seller en el que se muestra convencido de lo erróneo de sus anteriores opiniones. Es lo que ha hecho Shellenberger en su reciente y apoteósico libro Apocalypse Never, de obligada lectura para mentes pensantes sin prejuicios. No se trata sólo de que la precipitada e irresponsable apuesta por las energías pomposamente llamadas «renovables» resulte antieconómica y contraproducente en lo ambiental; es que, además, el ecologismo radical se ha convertido en una pseudorreligión milenarista que predica un siniestro apocalipsis (condenando a toda una generación de jóvenes a la angustia: cuenta que nada menos que un 20% de los niños ingleses sufre pesadillas sobre el «cambio climático»), que odia el desarrollo socio- económico, y que pontifica la caída demográfica y el cese de la natalidad.
Cuando Shellenberger vio a los activistas de Extinction Rebellion aterrorizando a niños en charlas en los colegios y medios de comunicación y a la señora Ocasio-Cortez atemorizando con proclamas de «el mundo se va a acabar de aquí a doce años si no hacemos algo para arreglar el cambio climático», comprendió que había llegado la hora de hablar.
Gracias al poder mediático de las cadenas dominantes la secta que nos vende un apocalipsis dramático, cada día gana más adeptos. A falta de fe cristiana, la gente se ve obligada a unirse a la nueva «religión climática» que exige vigilar y hacer callar a los que dudan lo más mínimo de la versión mediática. Según Shellenberger, no es cierto que el actual «cambio climático» implique más fenómenos y catástrofes naturales (huracanes, sequías, etc.) que las que hubo en siglos y milenios anteriores. Hay que cuidar la naturaleza, gestionando y aprovechando sensatamente sus recursos, consumir productos locales, a ser posible de la propia huerta, reducir la contaminación, los materiales tóxicos y la importación de todo de Asia. Y no hay que pasarse de la raya.
FARO/Círculo Pedro de Balanzátegui de León. J. A. Oria de Rueda Salgueiro