Pese a lo concienzudo y detallado de los estudios sobre las guerras carlistas, aún existen muchos episodios que no han sido puestos negro sobre blanco pero que han perdurado hasta nuestros días por la tradición oral de los pueblos en que tuvieron lugar. Tal es el caso de la popularmente conocida como leyenda de la tía Bola. Los hechos se dieron en la aldea de Pradorredondo, perteneciente a Lezuza, la antigua Libososa ibero romana, que aún hoy conserva un digno yacimiento de aquella época.
El enclave no fue casual. Perteneciente al Campo de Montiel se sitúa entre los confines del sur de La Mancha con la incipiente sierra de Alcaraz. Por tanto, siempre gozó de importancia estratégica y fue un importante punto de encuentro entre manchegos y serranos. Por Lezuza se transmitían los ecos de las protestas legitimistas de Fray Fermín de Alcaraz ya en la Primera Guerra y podemos afirmar que el carlismo gozó de notables apoyos y mayores simpatías. Al igual que el cercano municipio de El Bonillo, de donde salió la importante partida carlista de Alfonso Campos, vilmente asesinada por los liberales, una vez hechos presos, el 5 de diciembre de 1834.
Los hechos que nos ocupan tuvieron lugar durante la Tercera Guerra. Los restos del batallón de La Mancha y el escuadrón del Rey, compuesto por unos doscientos infantes comandados por el teniente coronel Pedro Vallejos y por don Lucio Dueñas, célebre cura de Alcabón, desarrollaban a fines de 1874 sus acciones entre La Roda y Minaya. Enterado el Gobernador Militar liberal de la provincia, envía en su persecución al tte. cnel. liberal Portillo, junto a dos compañías de infantería y cien soldados de caballería.
La madrugada del 27 de diciembre Portillo divide a sus tropas para cortar diversos pasos a los carlistas, acorralándolos en la aldea de Pradorredondo, donde se produjo un intenso combate de fuego cruzado en un terreno quebrado, nevado y con gran masa forestal. La versión oficial de Portillo señala que durante el enfrentamiento armado causó 114 bajas a los carlistas, entre ellos el teniente coronel Vallejos, varios oficiales y algunos sacerdotes. En cambio, por el bando liberal, oficialmente, no se reconoció ninguna baja.
Obviamente, este informe respondía a la pretensión de Portillo de atribuirse méritos para un posible ascenso. No es creíble que en una batalla en campo abierto, por más que los liberales contasen con la ventaja en sus posiciones, se diese semejante desigualdad. Ningún otro hecho de armas en La Mancha durante la guerra conoce unas proporciones semejantes.
La prensa liberal se lanzó a difundir notas triunfalistas con la versión de Portillo. La prensa tradicionalista pudo eludir la censura e informar escuetamente casi un mes después. Por eso sabemos que la partida del cura de Alcabón fue sorprendida, haciéndose 108 prisioneros que fueron luego asesinados en el acto por Portillo. Así lo transmitía El Iris el 26 de enero de 1875. Sin embargo, nuevas censuras y la emergencia de nuevos hechos de guerra acabaron oscureciendo el episodio de Pradorredondo, que quedó en el olvido de los libros de historia.
Pero la brutal masacre daría mucho que hablar en la aldea, llegando hasta hoy día las historias que sus antepasados les transmitieron. Recientemente, José Ángel Munera Martínez ha recopilado diversos testimonios publicados de vecinos que recibieron directamente de sus padres los hechos ocurridos en Pradorredondo. Los recoge en su estudio del número 65 de la revista Al-Basit, del Instituto de Estudios Albacetenses.
Los testimonios son unánimes y hasta hoy día consta cómo los vecinos de la aldea, por simpatía o por pura humanidad, y llegando a exponerse ellos mismos a las represalias de los liberales, escondieron a los carlistas cuando estos depusieron sus armas en sus hornos, graneros o caballerizas. Los liberales no estaban dispuestos a formar un consejo de guerra y pretendían ejecutar a los carlistas desarmados.
Sólo quedó al margen de esta caridad comunal la Tía Bola, quien, mientras ocultaba a los carlistas y decía a los liberales que no sabía nada de ellos, al mismo tiempo les hacía señas indicando dónde se ocultaban. Sobre la Tía Bola no sabremos si los tintes oscuros con que ha trascendido son efecto o causa de su infame comportamiento delator. A la Bola se la tacha de alcahueta y practicante de brujería. Lo seguro es que vivió una vida tormentosa, sometida al Tío Azul, un personaje desquiciado que, años después de su delación, acabó con su vida en un aberrunto camino de la Feria de Albacete, a la altura del monte de los Monegrillos.
De lo que a estas alturas no cabe la menor duda es que el martirio de los 120 carlistas manchegos de Lezuza es el mayor asesinato colectivo cometido en estas tierras de La Mancha. Sus cuerpos yacen en tres fosas comunes. Muchos de sus nombres se perdieron, pero ante Dios no serán héroes anónimos.
Con mi agradecimiento a Enrique Arsan.
Víctor Javier Ibáñez, Círculo Carlista Marqués de Villores