Calcetines desiguales

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Es habitual hallar en redes imágenes, mensajes o vídeos promoviendo la simpatía o la no discriminación sobre las personas con síndrome de Down. El día grande de este empeño es el 21 de marzo, donde otros años se han difundidos iniciativas como utilizar calcetines desiguales para celebrar el día de las personas afectadas de este síndrome.

Este hecho es una manifestación explícita de que nuestro mundo es protestante en sus concepciones y principios. El ejemplo más claro es su puritanismo, que no deja de ser una forma de fariseísmo. En poco más de cuarenta años han sido asesinados en torno al 80 % de los niños Down sirviéndose del crimen del aborto.

El aborto constituye un derecho fundamental dentro de la autodeterminación personal, y es este derecho el que empuja a mujeres borrachas de hedonismo al homicidio sistemático de niños, con y sin discapacidad. Dentro del mundo liberal y utilitarista en que vivimos, la discapacidad es entendida como un lastre, una carga doblemente pesada. Si a eso le sumamos que la llamada «planificación» familiar ha sembrado entre los padres la mala semilla de que los hijos son un derecho, esto es, de que su existencia depende simple y llanamente del deseo de sus progenitores, entonces tenemos el puzzle completo.

Esta lógica siniestra hace que por las calles sea cada vez más difícil encontrar personas con Síndrome de Down, verdaderos supervivientes de una matanza por no ser iguales a los demás.

El fariseísmo corrupto y corrosivo, que se rasga las vestiduras ante el mal concreto y protege y blinda férreamente al mal estructural, es lo que envuelve esta triste realidad. Miles de hombres habrán vestido calcetines desiguales para calmar sus conciencias, o simplemente para subirlas a redes sociales y así lograr varios me gusta.

La recta intención de muchos de los que practican esta actividad ligada al vestir no es óbice para denunciar que esconde el riesgo de constituir un narcótico para la propia sociedad, como una música estridente de fondo que hiciera enmudecer los gritos de las víctimas durante su asesinato sistemático, impidiendo a la sociedad confrontarse con su execrable delito.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense