CIUDAD DE MÉJICO- Un grupo de católicos mejicanos, con la boina roja en la cabeza y el rosario en la mano, se convocaron para honrar y recordar a los mártires de la Tradición a la entrada de la Parroquia de la Sagrada Familia de la colonia Roma el pasado sábado, 13 de Marzo.
Los carlistas mejicanos sufragaron así a quienes ofrecieron su sangre en reparación de los ultrajes y pecados cometidos contra la soberanía divina y eterna de Jesucristo.
En una tarde amena y luminosa, a las 4:30 de la tarde, se escuchó el Rosario recitado por estas almas fervorosas. Comenzó como tenue murmullo para terminar con un grito de valiente conmoción. Mientras, ondeaban hacia el cielo las Aspas de Borgoña, como una reminiscencia de aquellos tiempos en que, en estas tierras, imperaba la Cristiandad en su versión hispana.
Frente a los restos del mártir de nuestra Patria, Miguel Agustín Pro (1891-1927), estos descendientes de los cristeros dieron inicio a una larga caminata en compañía de Jesucristo y la Virgen María, para sanar y acompañar a su Majestad burlada y ultrajada en un largo Vía Crucis.
Cada estación fue una ocasión para recitar, con denuedo, el Pater Noster y el Ave Maria con fervor inquebrantable y pecho animoso, sin atender a las miradas burlonas y rostros rientes de algunos transeúntes que por allí pasaban en el jardín de la colonia.
Para estos tiempos descristianizados, esta comitiva andante, que llevaba la cruz en la vanguardia y cantaba en latín el Stabat Mater, era como un avistamiento espectral de tiempos antiguos. Sin embargo, pese a la extrañeza y la curiosidad de los residentes, estos católicos continuaron con el Vía Crucis con entereza hasta recorrer la manzana completa y concluir su viaje en el punto de inicio: en la entrada de la Parroquia de la Sagrada Familia.
Finalizado este acto público de fe, nuestro correligionario José Jaime Carranza dio un discurso en el que denunció los males de nuestra época. Incluyó, entre otros, la democracia, el modernismo y, sobre todo, la pusilanimidad de los católicos apocados que ya no quieren dar prueba valiente de su fe. Concluyó alentando la osadía del cristiano para no dejarse vencer antes las dificultades de nuestro mundo y continuar haciendo una guerra sin cuartel contra el demonio quien, en efecto, quiere únicamente que los católicos sean unos rezanderos de capilla y espíritus encorvados ante los ataques contra la Iglesia Católica.
Al grito de «¡Viva Cristo Rey!», «¡Viva la Virgen de Guadalupe!» y «¡Viva el Méjico Católico!», concluyó este acto de piedad en que el catolicismo y la Tradición dieron testimonio de que aún sobran hijos hispanos con un espíritu combativo y militante.
Como el que ostentaba el cristero Anacleto González Flores, que decía: «La Iglesia vive y se nutre de osadías, todos sus planes arrancan de la osadía».
La Tradición se preserva precisamente gracias a estos actos osados en los que sale a la luz que la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Vive y se mantiene heroicamente en los pocos fieles que aún tienen el valor de dar testimonio público de su fe.
Jesucristo nos pide dar testimonio público de nuestra fe y predicar su Palabra en las plazas y en los terrados de las ciudades. Hoy, ante la emergencia y la crisis de la fe católica en el orbe entero, las manifestaciones públicas de los católicos son carentes, pero, por lo mismo, ampliamente necesarias.
En ocasiones, parece que la Fe ha muerto, dejando el espacio público a las fuerzas enemigas de Cristo que monopolizan las calles, las plazas públicas y las universidades con la arrogancia del vicio y el fétido aroma de la mentira.
Por esta razón, cuando un puñado de católicos despierta de su letargo y del cansancio, lanzándose al exterior para rezar y gritar ¡Viva Cristo Rey! con alma magnánima y testaruda, cabe todavía la certeza y la esperanza de que las brasas de la fe aún pueden incendiar las almas y reconquistar la patria para el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo.
FARO/Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta. D. O. Frutos