Según la Real Academia de la Lengua Española, dícese tránsfuga de toda aquella persona que pasa de una ideología o colectividad a otra.
Anda España sembrada de contertulios asalariados que vociferan, en veleta tarifeña, las bondades y virtudes de las disposiciones de aquellos que otorgan continuidad a unas posaderas ya instaladas. O que remueven al ocupante para calentar en el mullido terciopelo rojo del sillón un nuevo trasero.
Mociones de censura, cargos, elecciones, cambios y recambios, sustitutos y renuncias, negociaciones y subvenciones… Y todo en unas horas que convulsionan solamente a la prensa generalista. Después, la cascada de ejecutivas, primarias, designaciones, candidatos, abandonos y ceses.
Entre tanto bullicio se pierde la simpleza que esconde la realidad.
Un grupo de personas se unen para presentarse a unas elecciones asumiendo las premisas y fundamentos del sistema (partidos políticos). Presentan unos candidatos que son elegidos por el recuento numérico de votos, elaborado a partir de una división territorial a la que se asigna un concreto número de diputados. La asignación se pondera entre unos porcentajes y algoritmos que determinan la supuesta voluntad popular soberana.
Los diputados, que ahora son voluntad popular encarnada, presentan en la Secretaría General del Congreso de los Diputados (por poner un ejemplo) la credencial expedida por el correspondiente órgano de la Administración electoral, conforme al Art. 20.1 del Reglamento del Congreso de los Diputados de 10 de febrero de 1982.
Ya detentadores de esa entelequia llamada voluntad popular, pasan a ser propietarios del Acta de Diputado tras prestar, en la primera sesión del Pleno a que asistan, la promesa o juramento de acatar la Constitución (Art. 21.2). Convertidos en oráculo ya son propietarios de su acta, y todo lo que por sus bocas salga es transcripción literal de la soberanía popular. Todos conocemos ya las actividades de estos oráculos en el hemiciclo: como el de Dodona, tanto es un roble sagrado como un palomar.
¿Qué sería un tránsfuga? Dado que por los labios de los diputados no cesa de salir la voluntad popular mientras dure su condición; abjurar de lo jurado sería el único cambio real. El sistema del 78 no tiene tránsfugas, si no más bien hay bajas de afiliación en los partidos. De ahí el Pacto contra el Transfuguismo (que se reactivó en el verano del 2020) o contra el cambio de nalgas en poltrona. Pero ya que los propios partidos son veleidosos por definición, el transfuguismo es un imposible en este cambio perpetuo.
¿Pasar de una ideología a otra? ¿De falsedad a falsedad? Sigue siendo la misma Granja.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza