Luis María Uriarte, mártir a manos de ETA

Evacuación de un herido de un atentado de la ETA. Foto EFE

Dar la vida por Dios es un acto de perfección de la caridad. Ante tan sublime sacrificio es natural que los mártires perdonen a sus verdugos. Pero eso no exime a quienes continuamos nuestra marcha en este peregrinar terreno de seguir luchando por la justicia. La sabiduría cristiana acoge y perfecciona la intuición de Aristóteles que en el Libro V de la Ética nicomáquea señala: «entre todas las virtudes tan sólo la justicia parece ser un bien no personal, ya que interesa a los demás».

Impresionan a este respecto ejemplos de mártires muy recientes, como el de Luis María Uriarte Alzaa. Vascoparlante y padre de tres hijos era descendiente de Julián María Alzaa y Gomendio, profesor de Derecho Romano en la Universidad de Oñate y Teniente Coronel durante la primera guerra carlista. Opuesto al abrazo de Vergara, se exilió a Francia. Al volver a España al mando de una partida como General durante la segunda guerra carlista, fue apresado y fusilado sin juicio previo por los liberales en Zaldibia el 3 de julio de 1848. Todos sus ascendientes, y particularmente su padre, también fueron significados carlistas.

Luis María era un asiduo a Montejurra y a los actos carlistas del ámbito vasco y navarro. Fue alcalde de Bedia durante once años y también ocupó un escaño en la Diputación Foral hasta tres años antes de su asesinato. Durante su mandato tuvo un incidente con el Gobernador Civil pues quiso publicar en el Boletín Oficial de la Provincia un edicto a favor de la españolidad del rey Don Javier de Borbón y toda la Familia Real, cuando fueron expulsados por las autoridades franquistas en 1969.

Cuando la «ikurriña» fue legalizada desde Madrid por el ministro de Interior, prefirió dimitir a verse forzado a ordenar que se colocara en el mástil del balcón consistorial. Desde entonces, las amenazas contra su persona se sucedieron. Uriarte se había entrevistado con Martín Villa, entonces ministro del Interior, tras su carrera falangista y el cargo de jefe nacional del SEU, para mostrarle su desacuerdo con la autorización de la misma.

Los etarras atentaron contra él el 29 de septiembre de 1979. Aparcó su coche a las 07:45 frente a la puerta del Garaje Ugarte, donde trabajaba como encargado, y permaneció leyendo el periódico haciendo tiempo para iniciar su jornada laboral. En ese momento, dos miembros de ETA se acercaron al vehículo e hicieron primero dos disparos y luego una ráfaga, emprendiendo la huida en un Renault 5, donde esperaba un tercer terrorista. Le dispararon cerca de veinte tiros.

Luis María fue recogido por empleados del garaje y transeúntes y trasladado al Hospital Civil de Bilbao en estado muy grave, con dos impactos de bala en el brazo, otros dos en el tórax, tres en el vientre, uno en los testículos y otro en la pierna, que le había fracturado el fémur. En el momento en que era recogido, aún consciente, logró decir que eran de ETA y que les perdonaba. Fue intervenido quirúrgicamente, pero no se le pudo salvar la vida, falleciendo tras una dolorosa agonía el 5 de octubre.

Luis María Uriarte. Fpev.

No se han producido detenciones por su asesinato. Como no se han producido detenciones de los terroristas responsables de la mayoría de los carlistas asesinados.

No se trata de reclamar una delicuescente «justicia histórica». Se trata de hacer efectiva una virtud cardinal que está inserta en la fundamentación del Derecho. Ulpiano la signa como uno de los tres preceptos del mismo: «dar a cada uno lo suyo».

Los asesinos de Luis María Uriarte Alzaa están vivos y no se les ha aplicado justicia por su crimen. Los frutos del mismo los recogen los representantes de los criminales en los parlamentos e instituciones.

Sin embargo, hay una razón más profunda que impide la efectiva aplicación de la justicia. El Derecho ha perdido sus atributos tradicionales para desustancializarse en una absolutización de la voluntad (primero de la «general», hoy de la «individual»). Sin régimen legítimo no puede haber justicia.

El epítome de la gran obra de Calderón «El alcalde de Zalamea» se da cuando el mismo alcalde hinca su rodilla ante SMC Felipe II al haber reconocido el Rey la legitimidad del castigo impuesto y pronuncia aquel memorable: «Sólo Vos a la Justicia tanto supisteis honrar». Sólo un régimen legítimo puede amparar el derecho natural y la justicia.

Víctor Javier Ibáñez, Círculo Carlista Marqués de Villores de Albacete