Hace diez años que el pueblo purépecha de Cherán en Michoacán, Méjico, fue protagonista de un hecho inédito que contrasta con la difícil situación política y social de la región.
En la madrugada del 15 de abril de 2011, un pequeño grupo de mujeres bloquearon los accesos del pueblo. El objetivo era detener a los llamados talamontes, criminales que desde 2008 asolaban Cherán junto con otros grupos delictivos. En las últimas semanas se habían cortado varios árboles cerca del ojo de agua que abastece al pueblo. Las autoridades municipales no respondían como sucede habitualmente y la comunidad, enmudecida pero indignada, veía el riesgo de perecer sin agua.
El primer camión que intentó cruzar la población con varias toneladas de troncos encontró la barricada. El criminal seguramente pasó del asombro a la ira e intentó atemorizar a las mujeres dirigiendo el vehículo contra ellas. Los hombres de Cherán, hasta entonces pasivos, recordaron su bravura y orgullo para salir a defender a sus mujeres. Prendieron al chófer y lo custodiaron dentro de la iglesia. Las campanas sonaron y pronto se congregaron los habitantes armados con machetes, palos y viejos rifles.
Era sólo el inicio: cada camión que descendió del monte fue detenido y el templo se convirtió en prisión temporal.
Minutos después, apareció en escena el presidente municipal y la policía local. La sorpresa —posiblemente, para el lector— fue que la intención del alcalde era negociar la liberación de los criminales. El político electo democráticamente no buscaba el bien común, sino favorecer al grupo que lo impulsó a tomar el poder. Una lamentable realidad que es constante en Michoacán, en dónde los pueblos soportan la opresión de bandas de narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores, talamontes y otros grupos de criminales que encuentran el favor en la complicidad de los gobernantes de turno.
Esta situación ha provocado la organización de numerosos grupos de autodefensas o vigilancia vecinal en los últimos años. Los grupos de autodefensas en muchas ocasiones representan el interés legítimo de los pueblos a defenderse. Sin embargo, en otras ocasiones están infiltrados por los grupos criminales, que los controlan agravando la situación.
Ante la intención de liberar a los presos, el pueblo tuvo una reacción valiente. Apresaron al mismo presidente municipal y a los policías. Desconocieron a las autoridades corruptas y, desde ese evento, en Cherán se rigen por usos y costumbres.
En Cherán el pueblo conoció providencialmente el origen del problema y prohibió los partidos políticos. Actualmente las decisiones de gobierno las realizan a través de un consejo.
Los frutos son interesantes. En lo social, la delincuencia prácticamente desapareció. Ya no hay secuestros ni extorsiones. Los jóvenes no tienen el riesgo de desaparecer o de enrolarse con los criminales. Diez años después los cerros recobran su verdor y Cherán recuperó parcialmente, aunque de manera temporal, la política del bien común se recompuso lejos del cáncer —si se prefiere, del coronavirus— de la democracia partidista.
Al decir parcial y temporalmente, no se pretende desvirtuar el heroísmo de los cheranenses, ni su necesidad de vivir conforme al orden natural.
El 15 de abril de 2011, brotó la naturaleza de un pueblo por el sentido común del bien para desterrar el dominio del mal. Sin embargo, las ideologías llevan nuevamente al gobierno de los pocos con el pretexto de los más y, en consecuencia a la descomposición de la comunidad.
Se requiere la cabeza ordenada de la política natural para salvar a la patria y sólo la unidad católica hispánica puede otorgarla. Dios nos conceda la victoria.
Por el momento queda saludar la generosidad desinteresada de las mujeres de Cherán y, después, la valentía de todo un pueblo auténtico de la Hispanidad michoacana. Aunque al final suspiramos la famosa frase que nos persigue a lo largo de la historia de los últimos siglos: ¡Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!
FARO/Círculo Tradicionalista Vasco de Quiroga. J. Salvatierra