Según anunció el Viceministro de Hacienda de Colombia, aquellas personas que ganen más de 3 millones de pesos mensuales tendrán que pagar un impuesto sobre la renta. Al cambio, 3 millones de pesos no equivalen ni siquiera a 700 euros. Sin embargo, el importe que se quiere imponer es de 400 mil pesos, unos 92 euros; aproximadamente el 7,5% del ingreso mensual .
Ésta no es la única disposición que ha anunciado el gobierno en su tercera reforma tributaria.
Es posible que los lectores del Viejo Continente se sorprendan al saber que la mayoría de colombianos no paga impuestos sobre la renta, y muchos reciben su salario «en negro». En Colombia —y en buena parte de Hispanoamérica— esto es normal.
También es común una alta tasa de empleo informal, aún mayor que la que se estima que existe en España. Los últimos gobiernos tomaron por objeto político luchar contra este tipo de empleo en los últimos años.
Según el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estrategia), la informalidad en promedio ronda el 48,7%, con porcentajes mucho mayores en ciudades como Cúcuta. Pero al gobierno parecen no importarle estas cifras a la hora de imponer cuarentenas que impiden trabajar; tampoco preocupan a la oposición.
Se hable de Petro, de Uribe o del Partido Verde, si estuviera en sus manos, erradicarían la informalidad y lograrían que todos los ciudadanos tengan un teletrabajo. Los cuales, casualmente, son ofertados sólo por grandes empresas.
Así pues, la derecha colombiana que tanto se jacta de defender la propiedad privada, favorece a las multinacionales que destruyen a los pequeños propietarios. Del mismo modo, la izquierda que dice defender a los trabajadores condena aquellos empleos donde los hombres son dueños de su trabajo, en favor de empleos fijos fáciles de tasar.
No es de extrañar que sólo un sector minoritario del MOIR se opusiera a la entrada de Colombia a la OCDE.
La reforma tributaria no sólo es este impuesto sobre la renta. Sino el IVA, que encarecerá productos básicos como la sal, el azúcar y el café, los cuales se han quedado fuera de la canasta básica, la cual prometieron no tocar. Y así, en medio de una de las peores crisis del siglo, el gobierno mete gato por liebre para empobrecer más a los ciudadanos.
Desde la comodidad de los barrios privados es difícil compadecerse con el vendedor de verduras o de pescado, pues su presencia incomoda su sofisticado estilo de vida. Mientras tanto, aquellos que tengan la suerte de trabajar en un espacio cerrado (es decir, las clases medias) tendrán que aguantarse el golpe del gobierno, con el único consuelo de que al menos puede poner el pan sobre la mesa. Eso, hasta que el pan deje de ser un producto básico.
C. Restrepo, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas