«Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena», Lucas, 6. 46-49 y Mateo, 7. 24-27.
La sociedad moderna es aquella sociedad insensata que edifica su casa sobre la arena, sobre lo líquido, sobre lo efímero, sobre la nada. Esta sociedad líquida otorga a la flexibilidad, la fluidez, el hedonismo y el adanismo la condición de virtud y conquista. La conquista de poder ser hedonista, la conquista de la autocomplacencia y del olvido adanista. La conquista del compromiso flexible y contractual frente al compromiso incondicional legitimado sobre el deber y el amor, la conquista de la búsqueda de la vida volátil y de la culpa ajena. En definitiva, la sociedad moderna premia y otorga carácter prioritario a lo líquido y volátil sobre lo sólido y estable.
Pero, frente a esta realidad, nos deberíamos preguntar acerca de las estructuras institucionales o, mejor dicho, cimientos arenosos, que incentivan la germinación y reproducción de esta sociedad líquida. Bajo una insuficiente y superficial, pero útil división analítica, estos cimientos podrían dividirse en dos partes:
Una, el individualismo-estatista encajado en la democracia liberal degenerada inexcusablemente en partitocracia (quizá, siempre lo ha sido). Otra, la economía liberal configurada por la creación destructiva y tecnológica schumpeteriana, y dirigida por el individualismo metodológico.
El primer cimiento nos ha empujado a la absoluta disolución de la única y verdadera comunidad política. Nos ha traído la pérdida de vínculos comunitarios y destrucción de la sociedad orgánica y cuerpos intermedios. Mientras tanto, ha logrado engatusar momentáneamente la necesidad y pulsión humana de agrupación y sociabilidad, mediante la representación de grupos ideológicos artificiales. El segundo, promueve la incansable e incesante mentalidad de mercado encarnada en la búsqueda de beneficio como único factor legitimador de la iniciativa empresarial. Así mismo, contribuye a la reproducción de las llamadas estructuras de pecado de que hablaba Juan Pablo II.
Por lo tanto, de la necesaria simbiosis de estos dos cimientos arenosos, es fácil inferir la dinámica intrínseca de la sociedad líquida-liberal. Ésta se puede explicar como un proceso constante y de difícil reversión de emancipación del individuo respecto de algo o de alguien. Un proceso de afirmación de la individualidad humana frente a algo o alguien. Frente a la familia, a la religión, a su comunidad, a su deber, a su fin, a sí mismo, a su naturaleza, y, por último, frente a la Verdad y a Dios. Esta sociedad nos permite ser lo que deseemos ser, siempre y cuando no seamos lo que realmente somos. Creación de Dios.
Manuel Yáñez Domínguez, Círculo Hispalense