El desplante cotidiano o la diplomacia europea

EFE

La reunión entre los altos mandatarios de la UE y el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, comenzó con un estruendo mediático: la presidente de la Comisión, Ursula von der Leyen, tuvo que acomodarse en un sofá dispuesto para figuras de menor nivel, como asesores.

Este tipo de desaires diplomáticos son comunes en los gestos turcos hacia Europa. La Comisión europea ha convocado mayor número de reuniones con Turquía desde de que ésta se apartó del Convenio de Estambul, con el propósito de mover a Erdogan a suscribirlo de nuevo.

En esta última reunión, el hecho de privar a la presidente europea de un sillón destinado a los mandatarios fue una seña por la que el país otomano reafirmó su salida del Convenio.

Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, ya está habituado a estos mensajes desde los escenarios diplomáticos. Pese a asistir solamente como acompañante de Ursula von der Leyen, ocupó el sillón preparado para el principal mandatario que iba a conversar con el presidente turco.

En los días siguientes no hizo más que crecer la indignación ante un Erdogan que recrimina la incompetencia europea y ante un Charles Michel que intenta pasar inadvertido. Este humillante encuentro diplomático se saldó, no obstante, con nuevas concesiones económicas a Turquía.

UNA CONSTANTE EN LA DIPLOMACIA DE LA UE

Esto es sólo un ejemplo más de la crispada situación internacional de la UE. A inicios de febrero era desautorizada por Sergei Lavrov, ministro de exteriores ruso, al encararse con Josep Borrell comparando a Puigdemont con Navalny. Como telón de fondo, Rusia sigue presionando las fronteras de una Ucrania en guerra desde 2014 sin que ni la UE ni el G7 amilanen a Putin.

En lo que toca a América, Alberto Navarro, embajador de la UE en Cuba, se destacó a finales de febrero por negar que el país fuese una dictadura. Durante los mismos días, Nicolás Maduro ordenó abandonar el país a Brilhante Pedrosa, embajadora de la UE en Caracas, como respuesta al las últimas injerencias de la Comisión y a las sanciones impuestas.

El último hito en la guerra de las etiquetas ha sido protagonizado por Draghi, primer ministro italiano, quien ha catalogado a Erdogan como dictador. Esto ha dejado en una delicada situación el futuro de la economía italiana, que depende profundamente de una Turquía que el año pasado dio un paso de gigante en el terreno de lo simbólico frente a la Europa laicista: convirtió la desacralizada Santa Sofía de Constantinopla en una mezquita.

Los problemas repiquetean también en el interior de la UE. Después de que Hungría y Polonia obstaculizasen el plan de rescate económico ante el riesgo para sus respectivas soberanías, el país magiar continúa con una política de vacunación prácticamente independiente de Bruselas. Recientemente, Alemania consintió que Hungría abriese negociaciones para la compra de dosis de la vacuna Sputnik V.

Los desacatos internos se confabulan con los desmanes externos. Es de esperar que los años venideros traigan indicios cada vez más flagrantes de la debilidad sistémica de la UE.

FARO/Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid