Educar no es enseñar

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A lo largo de unos pocos artículos, hemos pretendido mostrar algunos de los errores más comunes a la hora de entender qué es la educación. Sin embargo, llegados a este punto, podemos alcanzar un error que engloba todos los ya mencionados. Esto es, la reducción de la educación a una mera transmisión o generación de conocimientos, competencias o habilidades neutros y emancipados de la realidad moral y sobrenatural.

Si educar fuera solamente enseñar, entonces los conocimientos transmitidos del docente al alumno, que pueden considerarse un valor de mercado, reducirían sin dificultad la educación a un negocio. Si educar fuera enseñar, tampoco habría problema con que el Estado absorbiera la educación como algo suyo para la transmisión de la doctrina del partido que gobierne. Si educar fuera meramente enseñar tampoco habría dificultad en reducirlo a transmitir competencias laborales o los conceptos, técnicas y competencias de liderazgo. Todas estas cosas se pueden enseñar.

También se puede enseñar, por ejemplo, a robar, a mentir o, en definitiva, a realizar cualquier actividad humana, buena o mala. Igualmente se pueden enseñar errores históricos, mentiras, mitos ideológicos y cualquier concepto transmitible de una inteligencia dañada a otra. Incluso se puede retorcer la voluntad del pequeño para que aprenda a disfrutar del mal y de lo feo y a detestar el bien, la bondad, lo bello y armónico… Sin embargo, nada de esto es educar.

El mito ilustrado del hombre-enciclopedia que no yerra y es feliz porque sabe mucho ha sido ya desenmascarado, además de por el natural sentido común, por la evidencia de una sociedad de una incalculable información al alcance de un click, que sin embargo es cada vez más estulta. Es importante transmitir conocimientos, es importante ser culto y tener una amplia estantería mental llena de erudiciones y habilidades prácticas, sí; pero no es suficiente. Educar implica enseñar, pero no se reduce a ello.

Educar es, como veremos más adelante, ayudar a engendrar la virtud y la Fe en el niño. Es colaborar en su crecimiento en la Gracia y en su santidad para la mayor Gloria de Dios. Educar es reconocer la mendicidad humana, la necesidad de una medicina para nuestra principal enfermedad: la concupiscencia y el pecado. Una mejor educación, en definitiva, es aquella que transmite mejor la verdad. No sólo neutra información, sino la Verdad misma que es Cristo Rey, Rey de los corazones y de toda institución verdaderamente educativa.

Javier G. F.-Cuervo, Círculo Blas de Ostolaza