Cuando se trata de hacer un relato sobre la Guerra española de 1936, la literatura que obedece a los parámetros de lo «políticamente correcto» se refiere casi exclusivamente a los combatientes de las «Brigadas Internacionales», aliados de los Rojos españoles. De hecho, cuando alude a la presencia de voluntarios extranjeros en las filas de los nacionales, lo hace utilizando términos peyorativos, e incluso ofensivos para negar su importancia.
Entre estos últimos se cita habitualmente a los CVI (combatientes voluntarios Italianos), enviados por el gobierno fascista, o a los miembros de la Legión Cóndor alemana. Sin embargo, hubo otros voluntarios, a menudo no fascistas y sobre todo anticomunistas, que combatieron en las unidades anti-republicanas.
La mayoría de estos voluntarios se enrolaron en el famoso Requeté de Navarra. El ideal que los animaba era, en primer lugar, la defensa de los valores religiosos, morales y patrióticos propios del Occidente cristiano, heredero de la civilización grecolatina. En el Requeté se podían encontrar polacos, georgianos, armenios, rusos blancos y franceses, además de italianos.
A continuación, vamos a narrar la historia de uno de aquellos voluntarios italianos, el marqués Don Ludovico Paternò delle Sciare, cuya fotografía incluimos en este relato.
Don Ludovico era descendiente de una antigua y gloriosa familia de aristócratas sicilianos. Vivía en Roma, pero no manifestó simpatía por el régimen fascista. Antes bien, en el ambiente social y político de la capital, era conocido por su crítica a ese régimen, aderezada con una ironía mordaz que dirigía contra los aspectos más cómicos y ridículos de sus dirigentes. A ello se añadía que profesaba un anticomunismo fuerte, incluso virulento.
Debido a sus vínculos familiares —pues hacía poco se había convertido en el yerno del marqués Solari, que era el brazo derecho de Marconi, y por lo tanto estaba en buenas relaciones con el régimen— los dirigentes fascistas tenían complicado darle un destino en el lugar más alejado del país, incluso aunque ese remoto lugar fuese una de esas hermosas islas italianas, tan apacibles como risueñas. En su lugar, se le aconsejó «ir a respirar otros aires al extranjero»
Su naturaleza y su carácter no le predisponían a buscar un exilio mundano y ocioso. Era Oficial de carrera en la reserva, había servido en la caballería, y estaba imbuido de los valores esenciales del coraje y la lealtad. En seguida pensó que la mejor manera de concretar en la práctica sus propias aspiraciones, consistía en partir hacia España, para combatir el peligro de una dictadura roja, que, en caso de victoria, hundiría a una parte de Europa en el infierno comunista.
En vista de sus convicciones, ¿Qué podría haber sido más natural que enrolarse en el cuerpo del Requeté de Navarra, en el célebre Tercio? Se alistó en la compañía del Tercio de Guipúzcoa, el 9 de febrero de 1937. En la foto aparece ataviado con la boina roja y las tres estrellas propias del grado de Capitán. Así pues, combatió en el frente de Vizcaya, en Vascongadas, desde febrero hasta el 30 de mayo de 1937, fecha en la que tuvo que abandonar el frente al quedar paralizado por una fiebre reumática que adquirió por las condiciones del terreno. Antes pudo participar en los combates de Urcaregui, Ochandiano, Monte Muro y La Cruceta.
Por esta participación en la Guerra de España, debería haber recibido una condecoración por parte del gobierno italiano. Sin embargo, y prueba de que en la vida de Don Ludovico Paternò delle Sciare no faltaron jamás las contradicciones y los acontecimientos imprevistos; también estuvo presente una circunstancia insólita en la motivación alegada por el gobierno de Italia para denegarle la distinción a la que podía aspirar en su calidad de voluntario italiano. Se consideró que había participado en el conflicto bélico únicamente por afición al «deporte», como se puede comprobar en el documento que acompaña a este escrito.
Entre los compañeros de combate de nuestro padre, recordamos los nombres de S.A.R. (S.A.S.) el príncipe Cayetano de Borbón-Parma, el príncipe Don Vittorio Massimo, el Doctor Mario Amadei, el Doctor Alfredo Roncuzzi, y su gran amigo Constantino G Gognidjonachvili, así como otros requetés originarios del este de Europa: Polonia, Georgia, Rusos blancos…
En particular, mencionamos al príncipe georgiano Alexis Amilakvari, que unos años más tarde, en 1942, fue su adversario leal en El-Alamein. Uno estaba sirviendo en la armada italiana como explorador experimentado, y el otro, en el ejército inglés. Durante el transcurso de la batalla en uno de sus momentos más imprevistos, Paternò encontró por azar a su amigo, prisionero de los alemanes junto con otros ingleses, y espontáneamente le preguntó, — ¿Qué tal está tu primo Dimitri?— obteniendo por respuesta— sirviendo muy cerca de aquí.
Se trataba de famoso coronel Amilakvari que dirigía la 13ª DBLE (semi-brigada de la Legión Extranjera) y que pereció en combate pocos días después de esa conversación.
Sin embargo, fue su participación en la Guerra de España el acontecimiento que marcó a nuestro padre profundamente. Nosotros, sus hijos, hemos vivido parte de nuestra infancia teniendo presente el recuerdo de este periodo de la vida de nuestro padre, que nos parecía fabuloso y caballeresco.
Ahora, más de 80 años después del fin de la Guerra de España, contemplando la degradación humana, social, moral, política y religiosa que sufrimos, podemos afirmar que la victoria de los «nacionales» españoles fue la última victoria del Occidente cristiano contra la barbarie, no solamente comunista, sino mundialista también. El recuerdo de este episodio no supone únicamente un deber filial hacia la memoria de nuestro padre, sino que resulta muy sintomático y especialmente significativo.
Monica Condé de Paternò