Eso busca un cabalgante

Cabalgata por los Mártires de la Tradición. Hermandad de Nuestra Señora de las Pampas

Hay veces, en las que simplemente
cabalgar,
es algo fundacional,
por ello,
han florecido naciones,
se han conquistado extensiones
de Patria,
de tierra nueva,
o de una tierra perdida,
que, al saberse redimida,
colmó de flores y anhelos,
a los que hollaron su suelo
con cascos, hierro y galopes.

Porque el hombre que sabe domar un potro,
algo grande ha conocido,
esto es:
que todo, para no morir estéril,
debe de ser redimido.

Al domar un potro,
el bagual, se hace caballo
y el hombre se hace más hombre.
Todos ganan.
El hombre, en la viril circunstancia de reordenar la tierra,
y el caballo, sirviendo al hombre
viendo en él
un lejano reflejo del Creador.

Nadie ignora, que, entre la nada y el bagual,
allí está Dios.
Más entre el bagual y el manso,
debe el hombre trabajar,
acaso intentando remendar
el desorden terrenal
del paraíso perdido.

Remendar lo que hemos roto,
y que aún
nos es dado recuperar,
intentando en todo
volver al orden natural de las cosas.

 

Tú sabes que no es lo mismo,
un potro que un parejero;
tampoco un bípedo antropomorfo,
como nosotros,
merece, así sin más,
el título de caballero.

Domar, en tanto busca restaurar un orden
e intentar ser Hombre buscando aquello que al hombre santifica,
tiene, creedme,
un algo de civilizar
y un mucho de reconquista.

Esta era la esencia y el ser de un caballero,
de él,
se presumían dos cosas:
debía conocer la bondad legítima de un orden anterior a él,
al cual servía,
y hacerse respetar, domando a veces,
a quienes, en un orden descendente
le obedecían también,
por sabio,
y por valiente.

Todo caballero sabe,
los horizontes posibles de un equino.
Ser dócil al señor natural, que enseña y doma,
(y así con él, por ejemplo, conquistar y cultivar a Roma)
o renunciar al señor y a su destino,
y relinchando rebuznos repetidos,
ir a ensanchar alguna mortadela suiza.

 

El hombre es igual, «somos» iguales,
y eso lo sabe un domador.
Hay que enderezar la voluntad torcida,
con mano firme y mente decidida
que, aunque cueste algún dolor,
uno mismo es redomón
y el peor de los baguales.

 

Eso era un caballero,
el presupuesto de un alma bien domada,
lista para conquistar tierras y hombres.
Y eso busca un cabalgante,
el propicio ambiente en que nacieron rosas,
Para cubrir con rosas nuestros nombres.

Con distancia,
la justa, necesaria
para acallar con geografía los ruidos,
pues no se puede vivir, siempre a la espera,
De que el silencio florezca en el bullicio.

Lejanía, mar oscuro
horizontal como un renglón infinito
listo para recibir
la gesta que nadie ha escrito
y que debe ser escrita,
claro está,
por aquel a quien Dios pida.

Mientras tanto,
bueno es saber escribir
no sea el caso,
que nos vayamos al mazo
sin empezar la partida.

 

El viento,
encogerse de hombros y afrontarlo
afirmando el estandarte,
que se hace vela ceñida en el pampero,
de la tarde.

Hay que aprender a avanzar con viento en proa,
donde solo mantenerse ya es hazaña,
contra el viento, de bolina.
Así ejercitan sus garras
los hijos nuevos
de la vieja España.

 

La tierra,
solidez inapelable en nuestras plantas
y etérea niebla bajo el sol de estío,
nos rodea, nos invade y nos murmura
«Tú eres tierra también» en el oído.

El amigo,
a la par, en la distancia justa
para poder escuchar en el silencio,
han conocido los dos tierras hostiles
y hoy saborean la paz de este sosiego.

 

Eso es cabalgar,
es llevar las banderas tierra adentro donde nadie las ve, sino nosotros
e intentar aprender cuatro verdades,
que hechas tierra nos golpean en el rostro.

Los estandartes,
marcan el paso.
Delante,
cual pendones paralelos,
como el alza de una mira
que pone de guión el cielo.

Desierto;
por ser incapaz de mentir,
suele dar refugio a lo sagrado
¡Cuánto «de cierto» en el desierto amado!
allí, un día
ha de llegar la mujer que cuida un niño
y que viste de sol.
Hay veces,
que buscamos como Ella
refugio contra Herodes o el Dragón.

Los antiguos,
cabalgan con nosotros,
invisible multitud, y celestial mesnada:
A veces, por boca de los sabios,
hablan de resistir en la batalla.

¿Y los niños?
Los niños ríen, y con eso alcanzan
a cumplir su parte en la contienda
pues una risa franca le remienda
el alma, a quien ya
estaba por perder toda Esperanza.

 

¿Y la novia?
Tu novia espera que te vuelvas hombre
en vigilia.
Junto a tu Madre y tu Patria.
Las tres, mientras rezan, van murmurando un nombre.
El tuyo.

Juan García Gallardo, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata