La Unidad católica

III Concilio de Toledo, Martí y Monsó

Hoy, 8 de mayo, los carlistas celebramos el día de la Unidad católica, festividad cuya importancia no necesita ser argumentada en su relación con los principios de la doctrina política católica. Conviene referir unas consideraciones relacionadas con el principio que aspiramos a restaurar.

España nace con la conversión del rey Recaredo en el siglo VI. Esto no significa que se pueda encapsular algo tan complejo como la nación histórica en una fecha determinada, y hay que evitar los reduccionismos ideológicos que buscan legitimar el Estado-nación moderno. Al contrario, es preciso comprender que la introducción de la Religión católica en el seno de la monarquía hispánica configura de forma substancial a la propia comunidad política.

La conversión de Recaredo ha sido interpretada en muchas ocasiones en un tono excesivamente piadoso, o focalizado en la cuestión religiosa de modo falaz, como si esta fuese una cuestión privada. Contra esto, la conversión de Recaredo no puede ser analizada sin la importancia del sujeto de conversión: el rey. Así, en el siglo VI encontramos los pilares del ethos hispánico, identificados con la fe y la monarquía.

Estos principios no pueden entenderse en un sentido autónomo el uno del otro. Son demasiadas las irritantes ocasiones en las que se proclama un Reinado de Cristo mermado, ajeno al orden político en el que cristalizó el perfeccionamiento de la sociedad natural hispánica. Esto nos lo encontramos en visiones totalitarias o conservadoras, que aspiran a un reinado social nominal; todas ellas tienen en común la asunción del Estado moderno —nacido con el fin de acabar con el régimen de cristiandad— como elemento consustancial con sus visiones ideológicas. Pero también lo apreciamos en defensas imperfectas de la tradición política española, sin un posicionamiento claro ante la confusión católica imperante desde el Concilio Vaticano II.

Todo ello coloca a los defensores de la unidad católica, concretada en la monarquía tradicional hispánica, en medio de una tormenta de caos generalizado.

Hoy aprovechamos para denunciar las apostasías que la Modernidad ha empujado a cometer al pueblo español. Desde las fases de desunión de la fe —comenzando por la separación de la Iglesia y el Estado para pasar a la separación de la Iglesia y la sociedad, hasta llegar a la propia familia y al individuo—, el pueblo hispánico se ha visto paulatinamente privado de los baluartes de defensa frente a los ataques del corrosivo laicismo —algunos lo llaman ingenuamente laicidad— de matriz liberal.

La recuperación de la tradición católica, de la Unidad católica hispánica, sin una defensa del régimen político que la hizo posible en nuestra tierra sería equiparable a un monstruo idealista. Una suerte de forma sin materia donde concretar, que quedaría condenada a llenar páginas divulgativas y charlas de casino.

La Unidad católica, como fundamento del régimen, es un bien político que como cristianos debemos perseguir, un deber fundado en la enseñanza magisterial del Reinado social de Nuestro Señor. Su defensa pasa por la militancia. La Unidad católica que encarnó en la Monarquía hispánica hasta la irrupción revolucionaria no puede verse escindida de su matriz material política. Fe y monarquía, he aquí los fundamentos de la reacción legítima en busca de la restauración católica, esto es, del Reinado social de Cristo en tierra hispana.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense