En la pasada entrega, veíamos cómo un movimiento migratorio dio lugar al nacimiento de los grupos criminales conocidos como maras. Hoy veremos cómo otro movimiento de desplazamiento extenderá este mal por Hispanoamérica y España.
Las políticas migratorias estadounidenses retornan a sus lugares de origen a un importante contingente de inmigrantes. Estos son repatriados, ya sea por carecer de papelería legal para estar en EE.UU. o por estar involucrados en actos delictivos.
Los miembros repatriados de las «maras», incapaces de convivir entre ellos, se enfrascan en una férrea guerra que perdura hasta el día de hoy.
La Mara 18 y la Mara Salvatrucha trasladan sus disputas iniciadas en los EEUU a los países de origen de sus integrantes. Comienza también el desgraciado reclutamiento de nuevos miembros, quienes van a engrosar las filas de ambas agrupaciones.
Así, también el numero de muertos va a crecer exponencialmente a lo largo de varias décadas, La mortandad tendrá su punto álgido a principios del siglo XXI, cuando la matanza de ambos bandos se torna cruenta.
Estas muertes no sólo se centrarán en los miembros, sino también población, inocente victima de los crímenes que las «maras» van a cometer para su supervivencia.
Un desestabilizador político
En estas bandas criminales estarán implicadas personas de todos los estratos sociales. En ciertas ocasiones han llegado a poner de rodillas a gobiernos democráticos.
Numerosos Estados democráticos carecen de una logística determinada para detener estas agrupaciones. Así, dejan en evidencia su incompetencia y su poca preparación para combatir situaciones como las que empezaron a vivir y afectar a la sociedad civil.
Todo reino dividido contra sí mismo sucumbirá. Por ello, la democracia, perdida desde sus orígenes, se vio inútil para concretar acciones políticas, ordenar un sistema eficiente de salud o educación.
En su enfrentamiento a las bandas criminales, también se vio desorientada en ciénagas de endiosados consensos. Sin la luz de la Verdad y la Revelación que funda toda comunidad verdadera, estuvo sometida durante varios años al poder de las «maras».
Éstas acecharon y delinquieron a su antojo.
Una calma tensa
Es cierto que, en la actualidad, el conflicto entre la Mara Salvatrucha y la 18 ha disminuido. Posiblemente se debe a algún pacto interno que desconocemos.
También es posible que sea una calma pagada por los gobiernos, y que estos trasladen a las cuentas bancarias de los cabecillas algún tipo de extorsión para mantener el conflicto «en paz».
Si su actividad delictiva ha mutado genéricamente a negocios de tráfico de drogas, no lo sabemos con certeza.
Lo que sí sabemos es que el modus operandi que utilizaban anteriormente ha variado. El lenguaje corporal, la vestimenta, los tatuajes, los grafitis y los sitios que habitaban han cambiado.
Los miembros de las «maras» pasaron a dispersarse y mimetizarse entre la sociedad.
Aunque, en la actualidad, los distintivos y propósitos de estos grupos se han ido perdiendo, e incluso pensamos que están en decadencia, los problemas sociales que los produjeron siguen latentes. En igual o mayor medida que en los años en que se gestaron.
FARO/Circulo Tradicionalista del Reino de Guatemala