Y después del coronavirus, ¿qué?

AFP, Martín Bernetti.

Los «tiempos de coronavirus», en cierto modo han logrado frenar el ímpetu del avance revolucionario que, en Chile, se ha materializado desde octubre del año 2019.

Todo buen observador puede percibir lo que afirmamos en el artículo Chile ante su encrucijada histórica: condición no es lo mismo que causa. Y con ello se hace evidente, que las demandas sociales que supuestamente dieron origen a las violentas revueltas, han derivado en un proceso totalmente distinto al que se hubiese vislumbrado como causa final.

Los dilemas de salud, educación, pensiones de vejez y supuestas carestías han desembocado en un proceso constituyente que deja en evidencia el antiguo dicho: «En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey».

Ahora bien, como es sabido, los gobiernos de unidad nacional suelen terminar en disolución nacional, y los procesos constituyentes suelen ser un evento curioso que aflora cada cierto tiempo para tratar de salvar al Estado Moderno en sus pretensiones igualitaristas, de modo que el canto de la rana, como dijo Castellani refiriéndose al liberalismo, sigue siendo el mismo.

Lo vimos en la Revolución Francesa, causa formal de las revoluciones, y lo vemos también ahora: convenciones, constituciones, acuerdos, y voluntarismo a mansalva, olvidando el real sustento de todo lo que inspira el buen fin de un Estado: El Gobierno Cristiano.

En Chile se ha desatado una feroz guerra desde hace mucho tiempo contra dicho Gobierno Cristiano, tanto por el odio revolucionario, como por la tibieza institucional y conservadora, lo cual para quienes estamos ciertos del pecado original y la vida futura, no es solo motivo de profunda tristeza, sino también de fortaleza y parresía.

Ha sido el odio revolucionario, que, no contento con incendiar tres iglesias céntricas de la ciudad de Santiago, se ha mantenido permanentemente en esta empresa de devastación en el sur del país. Todo es un preludio que responde a la pregunta: y después del coronavirus ¿qué?

En Chile la respuesta es clara: quienes actúan movidos por una ideología tan feroz como es el marxismo, no se detendrán hasta conseguir su objetivo. Esto es lo que muchos aún no entienden, ya sea dormidos en la comodidad de la plutocracia y los consensos, ya sea esperando los pseudo milagros de los despegues económicos postcrisis, toda una suma de elementos que constituyen el más ahondado naturalismo social.

¿Qué nos queda a los católicos que no sólo vimos vulnerado el derecho de religión con la destrucción de iglesias, sino que hoy en día padecemos aforos ridículos que impiden la participación de los sacramentos? La Corte Suprema de Chile, cual catequista, ha reconocido en un reciente fallo que la presencia física es esencial para el culto católico.

Pero la respuesta la dio Nuestro Señor: Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Esto último, además de animarnos, nos deja como reflexión lo siguiente: Sólo la virtud auténticamente católica es capaz de oponerse con eficacia al odio revolucionario, sea comunista o liberal.

La única forma de derrotar el odio y la rebeldía que inspira tanto al comunismo como al liberalismo es la tradición católica, ya que erradicar ambos errores de la humanidad es un verdadero exorcismo social.

Juan Pablo de Urriola, Círculo Tradicionalista Antonio de Quintanilla y Santiago de Chile