En la primera mitad del siglo pasado se desarrolló en Gran Bretaña un gran debate entre varios autores de primera fila acerca de los males del sistema económico capitalista hasta entonces imperante, así como de los consiguientes remedios para su rectificación.
La discusión quedó centrada inmediatamente en dos grandes bandos: la de aquéllos que abogaban por la restauración de la sociedad tradicional de la Cristiandad conformada básicamente por familias propietarias; y la de aquéllos que defendían la continuidad de las estructuras básicas del capitalismo, pero añadiéndoles correcciones parciales complementarias destinadas a garantizar la suficiencia y seguridad económicas de los trabajadores.
Las cabezas visibles del primer bando fueron Chesterton y Belloc con su llamada Liga Distributista, y el injustamente olvidado Mayor Douglas, con su impresionante movimiento de masas denominado Crédito Social. Por su parte, las figuras destacables del segundo grupo eran George Bernard Shaw y el matrimonio de los Webb. Todos estos últimos fundaron la Sociedad Fabiana en 1884, para la promoción de sus ideas; la Escuela de Economía de Londres en 1895, para la cohesión de su «ortodoxia económica» doctrinal; y el Partido Laborista, para la aplicación política de su ideología.
Las características de esta ideología fueron brillantemente agrupadas y resumidas por Belloc bajo la acertada denominación de Estado Servil. Es importante señalar que este sistema no es el del colectivismo comunista, error en el que caen muchos de sus críticos, sino que se trata de un modelo estatal perfectamente compatible con el capitalismo, como ya señalamos antes. Los fabianos, mirando como ejemplo la legislación «social» practicada por Bismarck bajo el nombre de «Socialismo de Estado» (tan elogiado por Cánovas, y sabiamente refutado por Ortí y Lara), idearon un proyecto de implementación general y «científica» de ese mismo sistema a Gran Bretaña, siguiendo una táctica de implantación paulatina y gradual (a ejemplo de la táctica militar de pequeñas acciones de desgaste de Quinto Fabio Máximo contra Aníbal), con el fin de establecer lo que Belloc muy bien describía como consolidación del Estado capitalista mediante la aprobación de una legislación que favoreciera el trabajo forzado u obligatorio y que fijara para el trabajador un estatus equivalente al de esclavo. Es importante subrayar de nuevo, que estas condiciones finales debían conseguirse forjando la seguridad y suficiencia de los trabajadores.
Éste es el modelo socio-económico que se ha venido desarrollando en todos los Estados occidentales desde principios del siglo XX, sin que suponga ninguna diferencia substancial la superficie política que lo cubre: nacional-socialismo alemán, fascismo italiano, corporativismo estatista portugués y austriaco, nacional-sindicalismo franquista, Estado del Bienestar británico y francés, etc.
La política financiera que le sirve de base es la teorizada por el fabiano J. M. Keynes, cuyas ideas se extendieron a todos los países occidentales tras el nuevo orden económico internacional establecido en los llamados Acuerdos de Bretton Woods de 1944, perdurando su prestigio hasta la crisis económica mundial que se empezó a manifestar a partir de la primera mitad de la década de los setenta.
Es de lamentar que en el bando católico del debate no llegaran nunca a congeniar y aliarse los líderes distributistas con el Mayor Douglas, pues, como éste reconocía, «las proposiciones financieras encarnadas en los varios programas de Crédito Social auténticos» forman el «mecanismo práctico» del «Distributismo de los Señores Belloc y Chesterton». Del mismo modo que Keynes era el ideólogo financiero de los fabianos, Douglas estableció los principios financieros en que debía basarse la política económica restauradora de una sociedad propietaria. Por desgracia, Belloc no llegó a comprender la importancia de las finanzas para esa restauración. Belloc afirmaba: «No voy a hablar acerca del programa de Crédito Social del Mayor Douglas, ya que éste es simplemente un método indirecto de distribución de propiedad, la cual yo prefiero conseguirla mediante medios directos». Y en otro lugar dice: «tales programas [de Crédito Social] no promueven directamente [la] propiedad. Solamente están conectados con la idea de ingreso [financiero]». Sin embargo, el Canónigo Drinkwater terciaba contestando a Belloc (con toda razón) que, en un sistema económico que lleve adjunto un sistema financiero, la libertad e independencia económicas sólo pueden extenderse entre la población mediante este método de distribución indirecta de propiedad; pues, aunque se distribuyera directamente la propiedad entre la población (como prefería Belloc), ésta la perdería casi al instante por efecto de un no rectificado Monopolio creador del crédito.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón de Granada.