El feminismo que mata

Manifestación feminista del 8M 2020 en Madrid. EFE

El execrable crimen cometido contra las niñas Olivia y Anna por su progenitor ha sido infamemente instrumentalizado por el negociado feminista. La moralmente endeble sociedad española ha asumido la calificación de «crimen machista». Sin pasmarse, y pese a que en los mismos días se cometía en España, en el municipio barcelonés de Sant Joan Despí, otro filicidio, aunque con menor eco mediático. En esta ocasión por una madre, que en su declaración ante el juez afirmó que lo hizo «para vengarse de su marido». El Ministerio del Interior y el INE se oponen a publicar datos oficiales sobre el sexo de los filicidas, pero diversos estudios, como los de la psicóloga y forense Rosa Sáez sobre 31 sentencias de filicidios, con 42 víctimas, señalan que la mayoría serían cometidos por mujeres, llegando en el caso de neonaticidios (asesinados durante las 24 horas siguientes al parto) al 95%. Rememorando la historia reciente del feminismo no podemos olvidar el espantoso crimen de Hildegart Rodríguez Caballeira, icono de la extrema izquierda de la II República, concebida de acuerdo a planteamientos eugenésicos y educada en la estricta observancia del marxismo, el feminismo y la revolución sexual, por su fanática madre, que acabó con su vida el 9 de junio de 1933.

Asistimos a una peligrosa normalización de ciertos conceptos ideológicos que suponen la destrucción de la ontología y la contemplación de la realidad. Hablar de «violencia machista» supone presumir la existencia de una organización premeditada para acabar con el sexo femenino, circunstancia que se sólo se da en un pequeño porcentaje de asesinos en serie de mujeres, mientras que lo que concurre en la mayoría de los crímenes en que muere una mujer son puros instintos criminales que pueden extenderse contra personas de su mismo sexo y e incluso contra los propios asesinos que se quitan la vida. Sin embargo, algunas disciplinas científicas aún resisten a esta embestida. La prestigiosa criminóloga Beatriz de Vicente ha trazado el perfil del infanticida de Tenerife. Ha señalado que es «egocéntrico, manipulador, narcisista y vengativo». Tenía además antecedentes penales por incidentes violentos con la autoridad y con personas de su mismo sexo. Un sociópata de manual que puede moldear sus afectos a conveniencia. No un asesino obsesionado únicamente con las mujeres. Cuando los medios han querido rastrear algún indicio de machismo han sacado unas declaraciones ante una televisión en las que el asesino defendía el acto sexual por la mera atracción física, uno de los mantras del «sexo libre» que se inculca a los escolares desde la primaria.

Mientras asistimos conmovidos y rotos de dolor por el brutal crimen de Tenerife no podemos olvidar que el mismo feminismo que instrumentaliza dicho crimen ampara, promueve y financia otro filicidio que cada año se cobra la vida de más de 100.000 niños y niñas en el claustro materno. En no pocas ocasiones por la presión intimidadora del padre de los niños o niñas. Abandonadas siempre por unas instituciones y por una sociedad moldeadas y adocenadas por el feminismo.

Carla de Beniel/Margaritas Hispánicas