Defensa natural de la trashumancia y la Mesta (I)

Ismael Martínez

En este año 2021, el Dr. Manuel Rojo, Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Valladolid y su equipo han demostrado que hace nada menos que 7300 años, poco después de la domesticación neolítica local, ya trascurría anualmente la trashumancia por los rebaños y pastores del Pirineo aragonés.  En su interesantísimo yacimiento arqueológico de Bisaurri (Alta Ribagorza, Reino de Aragón) han corroborado que los rebaños vivían a lo largo del año en dos ambientes muy diferentes, en otoño e invierno en las zonas bajas y en primavera y verano en las altas montañas. Esto permite adjudicar al fenómeno trashumante hispano una antigüedad mucho mayor que la adjudicada hasta el momento por algunos historiadores y economistas. 

Muchos de los monumentos megalíticos y esculturas pétreas ibéricas, como los impresionantes verracos del occidente hispano debemos interpretarlos en un contexto de hitos, referencias y acuerdos relativas a la trashumancia antigua. También citamos aquí las teselas de hospitalidad celtas e iberas en donde aparecen escritos que establecían tratos de correspondencia y uso común de territorios por parte de distintos pueblos y tribus con gestión ganadera desde el Neolítico. Las salinas continentales, jalonaban las rutas, como fuente del necesario suministro para los rebaños también formaba parte del ancestral matrix trashumante (Villafáfila, Poza de la Sal, Salinas de Pisuerga, Salinas de Añana, Aldeamayor de San Martín, etc)

La tradicional trashumancia ganadera es la respuesta natural a los climas con estaciones bien diferenciadas, con lluvias concentradas en una época y fríos o calores y sequías en otra, como nuestro clima mediterráneo, de veranos muy secos y lluvias concentradas en otoño-primavera. El clima seco en verano agosta los pastos y reduce el alimento para los fitófagos, hasta tal punto de que se ven obligados a emigrar. Ya desde la más remota antigüedad y en todos los continentes los grandes rebaños de herbívoros viajaban cada año y resulta un lógico y sabio modelo adaptativo frente a las recurrentes variaciones climáticas. En el incesante movimiento de los animales multitud de plantas ruderales y nitrófilas, hongos y animales se han adaptado a la acción de los herbívoros, hasta el punto de que necesitan la remoción periódica del suelo, el aporte del abono orgánico, etc. Se han encontrado evidencias remotas de los movimientos migratorios de los grandes rebaños silvestres de fitófagos en todos los continentes del mundo, desde los yaks en el Himalaya o los caribúes y renos en el Ártico hasta los bisontes americanos, los enormes rebaños de búfalos cebras, ñúes y antílopes africanos y los saigas, hemiones, caballos en las estepas y desiertos de Asia Central. El hombre primitivo y cazador del remoto Paleolítico pintó en innumerables ocasiones en las  cuevas prehistóricas largas filas de animales (mamuts, caballos, toros, rinocerontes, etc) en dirección común, representando las manadas en movimiento en las vías migratorias. Estas vías seguían unas pautas Norte Sur del todo análogas a las de la posterior trashumancia que heredaron los rebaños del hombre ganadero. Muchos animales silvestres seguían las rutas migratorias o criaban en los extremos del recorrido, singularmente las grandes aves carroñeras, como los abantos o buitres negros, cuyas nutridas colonias se localizaban e incluso permanecen hoy en las montañas donde pastaban en primavera-verano las grandes poblaciones de megaherbívoros. Las manadas migratorias y después trashumantes también influyen poderosa y positivamente sobre la fauna silvestre. Al aclararse la vegetación ayuda a liebres, perdices pardas y rojas, alcaravanes, sisones, avutardas y muchas otras aves esteparias. Cuando se ha prohibido la trashumancia, como en ciertos parques nacionales de Mongolia han desaparecido los buitres negros.

Por ello los carroñeros abantos, águilas caudales e imperiales, quebrantahuesos, etc, abundaban notablemente en toda España, preferentemente concentrados a lo largo de las rutas y dehesas en las áreas de trashumancia, como en los Pirineos, Montes cantábricos y asturleoneses, Sistemas Central e Ibérico, Sierra Nevada… pero distribuidos por todo el territorio. Las manadas de lobos, además, seguían a los grandes rebaños vigilados por los impresionantes mastines leoneses, pirenaicos o cordobeses.

 El ancestral sistema de la trashumancia del ganado, no solo aseguraba el sostenible mantenimiento de los rebaños sino un conjunto múltiple de medidas de conservación de los hábitats y del buen estado saludable de los grandes árboles de sabanas y dehesas, hoy moribundos o en muy mal estado en muchas regiones del mundo. Los rebaños de fitófagos sociales, guiados por los expertos pastores que los dirigen se convierten en complejos ingenieros biológicos. Mantienen, gracias a su acción periódica, la estructura silvopastoral en mosaico de los habitats, impidiendo los grandes incendios forestales pues controlan  la matorralización y embastecimiento de los ecosistemas de pradera o los de bosque adehesado, proceso en el que matas leñosas ocupan el territorio e impiden el desarrollo de las herbáceas, además de ser motivo de megaincendios forestales. El sabio profesor Pedro Montserrat Recoder explicaba que una de sus principales ventajas era el mantenimiento de praderías de alta montaña, como zona de impluvio o suministro hídrico de las laderas inferiores y de bosques peculiares situados en su base. Así mantenían pujantes las majestuosas dehesas de gigantescos acebos trasmochos de las montañas centrales, ibéricas y cantábricas, reducidas desde el siglo XIX a miserables montes bajos y puntisecos. 

Los rebaños trashumantes también favorecen la diversidad de la flora pues en la estación apropiada, con su mordisqueo y trasiego el embastecimiento y densificación de pastos duros. De esta manera limpian de competencia  hídrica y de nutrientes la zona bajo la copa de los árboles bajo los que se apacientan y refugian, pues sus excrementos supone un aporte de nutrientes imprescindible para mantener con vigor de estos árboles monumentales, a la vez que un mulch orgánico superficial  mantiene la humedad del suelo en verano. 

La trashumancia se ha realizado con toda clase de animales domésticos, ovino, caprino, bovino, caballar y asnal. En algunas comarcas fue de gran desarrollo la trashumancia porcina, como la que se realizaba desde las montañas riojanas, sorianas y burgalesas, etc) (Urbión, Arandio, Demanda, etc) y las Vascongadas. Importante reseñar que no hay solapamiento en la dieta entre los diversos ungulados (ventajas del pastoreo multiespecífico tradicional) y que se aplicó con su organizada red o matriz de cañadas y cordeles que trascurrían cerca de zonas con agua y pastos arbolados.

En el sistema tradicional trashumante no solo hay zonas de verano y zonas de invierno. Incluye multitud de áreas de descanso intermedio  (descansaderos de tránsito) y dehesas de tránsito en donde se aprovecha cada espacio cuando brinda óptimas condiciones de pastoreo y en que es época favorable para el crecimiento de la hierba y el ganado puede aprovechar el ramón palatable (ramillas forrajeras que se podan de encinas, acebos, labiérnagos, etc). 

No solo la trashumancia se ha hecho en la Península Ibérica sino en todo el mundo. Así ocurre por toda Europa (Alpes, Escocia, Balkanes, Apeninos, Cárpatos, Escandinavia, etc), Asia (Cáucaso. Himalaya, Asia Menor, Mongolia, Tierra Santa, etc), en toda África, etc. En las Españas de ultramar y las Américas los vaqueros y ovejeros españoles junto a los indígenas iniciaron (mucho antes que los gringos del oeste) la trashumancia en las  Montañas Rocosas, Sierra Nevada de California, Sierra Madre, etc, hasta los Andes y la  Patagonia austral.

No obstante desde el siglo XIX se impusieron medidas prohibitivas para materialmente acabar con ella y sus instituciones, como la Mesta, sobre todo a partir de la desamortización y privatización de propiedades comunales asociadas. (Continuará)

Dr. Juan Andrés Oria de Rueda de SalgueiroCírculo de Palencia. Profesor de Botánica, Universidad de Valladolid