¡Qué cosas se ven, Don Pero!: hombre, ¿cómo se le ocurre plagiar a Fulkner?

Fotograma de la película «amanece que no es poco»

Con cierta mala idea pero sin estar enteramente faltos de razón, podríamos decir que la historia de nuestros vecinos de allende el Guadiana puede muy bien resumirse en: «lo que sea, salvo lo que haga Castilla» (cambiando «Castilla» por «España» a su debido tiempo). Nuestra relación ha sido, muy frecuentemente, la de dos hermanos peleados nadie sabe muy bien por qué pero que, en el fondo, muy en el fondo, querrían llevarse bien, con ciertos períodos de cordialísima entente dinástica, familiar, incluso, algunas guerras más o menos inútiles y muchos y muy largos años de plácida coexistencia ignorándose el uno al otro.

España-Portugal (Revista Binter)

Por eso resulta tan sorprendente que la unidad de espíritus y de miras nacionales que no lograron en su día los Trastámara y los Avís –que tenían en común la realeza, la fe y, a menudo, los abuelos- lo hayan logrado ahora los socialistas –que me voy a callar lo que tienen en común-.

En efecto, si hace no muchos años la idea de conectar vía AVE la capital lusa y la Villa y ex –Corte resultaba poco menos que un delito de lesa soberanía para las derechas portuguesas, sus izquierdas no han vacilado hoy en tomarle el testigo a las nuestras en la carrera por ver qué país europeo alcanza antes el estado de catástrofe demográfica. Para el AVE, no, pero para la eutanasia nos entendemos todos que es un lujo.

El desaparecido J. Sazatornil –ya saben: el Guardia Civil que siempre hacía de actor… ¿o era al revés?- fue, quizás con las solas excepciones de Cantinflas y de Groucho Marx, el bigote más famoso de la pantalla (de la pantalla española, claro). Su perfecta dicción, su apostura y el cadencioso contoneo de su mostacho le hacían acreedor, en su memorable aparición en Amanece que no es poco a departir de alta teología con el Sr. Cura tanto como de las grandes novelas con aquel literato impostor que se instalaba en el pueblo. Recordará, sin duda, el lector, cómo la bucólica paz de aquel buen villorrio de La Mancha se veía perturbada en la película por la aparición de un siniestro caradura –en nuestros días, doctor en Economía por la Universidad Camilo José Cela, sin duda- que falto de ideas propias con que pergeñar unas líneas que justificaran su fachada de escritor no tenía otra ocurrencia que ponerse a escribir Luz de agosto de W. Faulkner.

Denunciado a la autoridades, la Benemérita –que lo mismo para un roto que para un descosido, como bien ha aprendido el Marqués de Galapagar- le detiene y le somete a interrogatorio:

«Pero hombre, ¿cómo se le ocurre plagiar a Fulkner (sic)?

La vis cómica de la escena es soberbia; al hecho sorprendente de ser Faulkner de todos y de sobra conocido en aquellos lares, se le une la pronunciación un tanto no-inglesa con todo el empaque y la autoridad que sólo un auténtico Guardia Civil podría imprimirle. Y no subestimen el rol del bigote.

No hay que fiarse: la realidad es muy compleja. Y a menudo más absurda incluso que los guiones de Berlanga. En un perdido pueblucho manchego donde las solteras cultivan mozos entre los repollos y el mismo Sol comete el sindios de salir por el Oeste, puede uno toparse con que Fulkner es tan conocido como las letanías rogativas.

Uno de los grandes problemas de Portugal es que no tienen a la Guardia Civil; ni a Berlanga. Caso contrario quizás algún comandante –que no obstante jamás tendría el empaque de un “Saza”- podría haber hecho una analogía muy útil: hay que tener mucho cuidado de a quién se copia y dónde se copia; quizás hasta en La Mancha profunda las buenas gentes conozcan a Fulkner; quizás de todas las cosas que tiene España, las hay más interesantes para copiar que la eutanasia.

Portugal no tiene Guardia Civil. Quizás, de haberla tenido, un “Saza” luso le habría dicho al Señor António Costa, Primer Ministro de Portugal:

«Pero hombre, ¿cómo se le ocurre plagiar ¡a Sánchez!?

G. García- Vao