Uno de los contraargumentos que se estilan cuando se intenta hacer ver que los adelantos técnicos pueden servir para mejorar las condiciones sociales en una comunidad política (liberando de trabajos serviles a sus miembros, y orientándolos hacia actividades más libres o vocacionales), es que eso es una utopía que iría en contra de la naturaleza de las cosas establecidas por Dios a partir de la maldición impuesta a nuestros primeros padres como justo castigo por su transgresión. Recordemos que Dios impuso dolores y fatigas a ambos: a la mujer, para lograr el fruto de sus entrañas; al hombre, para obtener el fruto de las entrañas de la tierra. ¿Acaso –se dice– el tratar de mitigar (e incluso eliminar) esos penosos efectos del pecado original, no constituiría una especie de impío desafío contra los designios de Dios?
Pio XII, en un Discurso de 1956 sobre el parto sin dolor, abordó esta objeción teológico-escriturística, concluyendo para el caso de la mujer que: «Castigando a Eva, Dios no quiso impedirle, y no ha impedido a las madres, el utilizar los medios apropiados para hacer el parto más fácil y menos doloroso». Y extiende también este principio para el caso de los esfuerzos del trabajo: «Infligiendo este castigo a los primeros padres y a su descendencia, Dios no quiso impedir, ni ha impedido a los hombres, el investigar y utilizar todas las riquezas de la creación; hacer que la cultura progrese paso a paso; hacer la vida de este mundo más soportable y más hermosa; suavizar el trabajo y la fatiga, el dolor, la enfermedad y la muerte; en una palabra, someter a sí la Tierra».
La razón de ser del progreso técnico es la de alargar la famosa palanca de Arquímedes todo lo posible, a fin de hacer descansar el trabajo sobre las espaldas de la Naturaleza y de sus energías (integradas por el hombre en la tecnología), en lugar de hacerlo sobre las espaldas y las energías de las propias personas. Esto no tiene nada que ver con la supuesta búsqueda de un utópico paraíso en la Tierra –pues los efectos del pecado original siempre los tendremos con nosotros en este valle de lágrimas hasta el fin del mundo–, sino con la simple licitud moral de toda invención y descubrimiento que pueda mejorar la vida de las personas, y favorezca un ambiente social propicio para su salvación eterna.
El principal problema radica en la forma en que esa técnica se ha venido utilizando durante toda nuestra época contemporánea, y que ha supuesto, más que una progresiva liberación, un mayor control social y una mayor esclavitud laboral, forjando lo que con razón se denomina Estado servil. Pero esta forma mastodóntica e inhumana de la tecnología y la industria modernas, no son culpa de la técnica en sí, sino del sistema financiero que lo acompaña y lo encamina en esa mala dirección.
Pío XII afirmaba en otro Discurso de 1944: «Y no se diga que el progreso técnico se opone a un régimen [distributivo de propiedad] y arrastra en su corriente irresistible toda la actividad hacia haciendas y organizaciones gigantescas, frente a las cuales un sistema social fundado sobre la propiedad privada de los individuos tiene inevitablemente que fracasar. No; el progreso técnico no determina, como un hecho fatal y necesario, la vida económica. Ésta se ha inclinado dócilmente, con exceso de frecuencia, ante las exigencias de los cálculos egoístas, ávidos de aumentar indefinidamente los capitales; ¿por qué, pues, no ha de plegarse también ante la necesidad de mantener y de asegurar la propiedad privada de todos, piedra angular del orden social? Ni siquiera el progreso técnico, como hecho social, debe prevalecer al bien general, sino, al contrario, estar ordenado y subordinado a éste».
El ser humano debería tomar sus decisiones ajustándose a la realidad de los hechos: el progreso técnico debería traducirse en una progresiva liberación del esfuerzo laboral de los hombres. Pero lo que vemos es justo lo contrario: se da la paradoja de que los Estados desarrollados occidentales, al mismo tiempo que favorecen una política de inversión de enormes cantidades en investigación técnica (liberadora de trabajo humano), promueven su sempiterna política de pleno empleo, obligando a su población a emplearse en un trabajo para poder ganarse la vida (ampliando al máximo y artificialmente las actividades burocráticas y terciarias, dada la enorme maquinización de los sectores primario e industrial). ¿Por qué el acceso de un hombre a los frutos económicos de la sociedad se hace depender de su previa ligación artificial a un empleo o trabajo innecesario?
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón de Granada.